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lunes, 28 de octubre de 2019

La desaparecida ermita de Santa Catalina


No son muchos los datos que tenemos sobre la ermita de Santa Catalina, por lo que, a la espera de que nuevas y honestas investigaciones arrojen algo de luz sobre la misma, solo podemos decir que era –sin duda– una de las más antiguas de cuantas existieron en la villa. 


Antigua campana de la ermita 
de Sta. Catalina, hoy en El Palomar
La campana que remataba su campanario y que en 1982 se trasladó a la ermita de Santa Ana en El Palomar, tiene grabado el año de 1554, lo cual –unido a que a comienzos del siglo XIX estaba ya casi arruinada– podría corroborar las aseveraciones de los insignes Antonio Aguilar y Cano y José Pérez de Siles, quienes sustentan sus afirmaciones tanto en que la calle Santa Catalina (llamada así por la ermita) aparece ya con ese nombre en los más antiguos documentos de la villa, como en el hecho contrastado de que esa ermita sirvió de ayuda durante las más antiguas epidemias de peste que asolaron la Puente de Don Gonzalo. 

Fue aquella una construcción sencilla, de pequeñas proporciones, conformada por una sola nave rectangular y una capilla mayor cuadrada separadas entre ellas por un arco de medio punto; un modelo –posiblemente–similar a la ermita del Dulce Nombre, de tipo mudéjar, muy del gusto del siglo XVI. La nave pudo ser embovedada hacia la segunda mitad del siglo XIX, gracias al legado de un fraile exclaustrado del Convento de San Francisco de Asís, llamado Lorenzo Arjona, que lo así lo dejó recogido en su testamento otorgado en 1851. 
Imagen tomada desde la calle Madre de Dios; al fondo ermita de Santa Catalina
El templo tenía unas dimensiones aproximadas de seis metros de ancho por quince de fondo y estaba rematado por un presbiterio coronado por una cúpula esférica, bajo el que se ubicaba el altar. Poseía un retablo en madera, tosco y de regular factura, en el que se abrían tres nichos que albergaban, en el centro, a Nuestra Señora de la Aurora, titular de la Cofradía del mismo nombre; el de la derecha, a Santa Catalina, escultura regular en madera, del siglo XVI; y a la izquierda, el Señor del Huerto, el mismo que hoy seguimos venerando en el santuario de la Purísima Concepción de Puente Genil. La Virgen de la Aurora sostenía entre sus manos un Niño Jesús, del que fue desposeído por una feligresa para evitar su venta a un anticuario, pero que con el tiempo acabó también perdiéndose. 
Virgen de los Reyes

Sobre el altar estaba colocada la imagen realizada en mármol sacaroideo policromado de la Virgen de los Reyes, probablemente procedente del Hospital del mismo nombre, que se levantaba a la entrada de la villa, junto al puente, y cuya fundación se hace coincidir con el origen de la Puente de Don Gonzalo. En algún momento, esa imagen de la Virgen de los Reyes debió trasladarse a la fachada, a una hornacina bajo la espadaña, donde la descubrimos en imágenes de la época. Rafael Ramírez de Arellano en su Inventario Monumental y Artístico de la Provincia de Córdoba, nos la describe en 1904, afirmando que es de finales del siglo XV, aunque no de lo mejor del período, y ya entonces le faltaba la mano izquierda. Tenía una corona de flores de lis y el Niño llevaba el mundo en una mano. Desgraciadamente no tenemos la imagen de la escultura tal y como se presentaba a comienzos del siglo XX, pues aunque Ramírez de Arellano previó insertar su fotografía en la lámina 646 de su Inventario, al entregar su trabajo consignó que los retratos que había previsto que formasen parte del mismo, irían por cuenta de la editorial que lo publicase, por lo que quedó sin terminar. 
Pero si esa es la mala noticia, la buena es que la imagen, tras ser derruida la ermita, pasó a la casa de las RR. MM. Filipenses en la calle Aguilar, de ahí a su casa hogar en la calle Cortes Españolas y hoy, por cesión del obispo Infantes Florido, se conserva en un patio de la casa sacerdotal, junto al seminario de Córdoba. No sería descabellado solicitar al Obispado de Córdoba, el regreso de una de las imágenes marianas más antiguas –si no la que más– con las que cuenta Puente Genil.

Continuando con la descripción de la ermita, en el lado de la Epístola se ubicaba el altar de San Judas y San Andrés, presidido por un lienzo de gran tamaño en el que Jesucristo aparecía entre los dos apóstoles. La factura de San Judas y San Andrés eran de cierto mérito, aunque la de Cristo desdecía bastante en cuanto a su calidad. En el lado del Evangelio se construyó un estrecho altar-camarín consagrado a la Virgen de la Piedad, imagen procedente de la ermita del mismo nombre y que devino en ruina tras la riada de 1816. En el lado del Evangelio, aparecía el altar de la Virgen del Carmen, presidido por un lienzo proveniente de la ermita de la Piedad, que fue vendido alrededor de 1890 por un importe de seis mil reales –según testimonios familiares– y que aún se conserva en Puente Genil en un domicilio particular.

A finales del siglo XIX, posiblemente en la década de 1880, se instaló una fuente y un pilón de piedra en el llano al que se abría la ermita; y que se mantuvo hasta su demolición, si bien en algún momento se retiró el pilón de piedra, quedando únicamente el caño de la fuente manando de un poste o pilar.

Tanto por la sencillez y humildad de sus materiales, como por la propia antigüedad de la ermita y el hecho de carecer de un culto constante, aún a pesar del mimo y el cariño del santero Misas y su familia, el templo requería de continuas reformas para su mantenimiento. 
Para esas labores de mejora y mantenimiento, se aprovechaban los acontecimientos de los que la ermita era testigo, como lo fue la boda de Juan del Pino García Hidalgo con Josefa Baena Castellanos (entre 1910-1920) o, años atrás, en 1905, la de José Cejas Ronzi, presidente de La Langosta, con Carmela Bergillos Baena. Gracias a las limosnas y ayudas de los vecinos pudo ser reedificada por el santero Juan Carmona Matas alrededor de 1926 o 1928.

Virgen de la Piedad
La Virgen de la Piedad contaba con devociones muy arraigadas en Puente Genil, ofreciéndose todos los años a comienzos del siglo XX una noventa a la Virgen, costeada por las hermanas Reina Carvajal. La Cofradía de la Virgen de la Aurora también tuvo bastante predicamento, entonándose todos los domingos de mayo y octubre los típicos cantos del Rosario de la Aurora. 
Al acabar la Guerra Civil y hasta la partida del párroco Don Arturo Puentes Peña a otra localidad, los bienes muebles que el templo custodiaba fueron vendidos al sector anticuario, a excepción de un San José de finales del siglo XIX con fama de milagroso, hoy en la ermita de la Concepción.

San José, santuario de 
Ntra. Sra. de la Concepción
A este San José la tradición popular le atribuye el milagro de la salvación de la santera Misas, cuya vivienda lindaba con la ermita. Parece ser que esta señora todos y cada uno de sus días, acudía al interior del templo a charlar con San José y transmitirle sus cuitas, a contarle, en definitiva, cuanto le había sucedido aquel día. Sin embargo, aquella tarde del 3 de febrero de 1941 se acercó a San José, se disculpó por no sentarse un rato a su lado, pues tenía que planchar unas camisas, y abandonó el templo para entrar a la vivienda lindera con la ermita. Apenas salió por la puerta, la techumbre se desplomó por completo, evitando la Divina Providencia lo que podía haber sido una tragedia. Así se mantuvo la ermita, desprovista de tejado, pero con las paredes y la cúpula sobre el presbiterio en pie hasta su definitiva demolición casi treinta años después del derrumbe. 


Otra de las imágenes que se salvaron de ser vendidas y que hoy podemos disfrutar en la ermita de la Veracruz, gracias a la diligencia y generosidad de don Bernabé Luque, es la Virgen de la Piedad, obviamente procedente de su ermita en los llanos del Señor del Río, en el entorno de La Casualidad.

Estado de la ermita comienzos años 70, finales 60
A pesar de existir el ofrecimiento por parte de algunas familias de Puente Genil para costear la reforma de la ermita, lo cierto es que, ya sea por parte del Obispado, o del clero local, no hubo interés en mantener en pie el edificio. La ermita fue derribada mediada a finales de la década de 1970, y a pesar del anhelo y el movimiento vecinal que clamó por que se levantara de nuevo la ermita, los muros se transformaron en aire… y aire siguen siendo. A comienzos de la década de 1980, el Obispado traspasó la propiedad del solar resultante a la Cofradía de la Purísima Concepción, que lo permutó con el Ayuntamiento a cambio de obras de reforma en la sacristía del santuario de la Patrona.

A pesar de los pocos años transcurridos desde la demolición de la ermita de Santa Catalina, lo cierto es que su memoria se ha ido diluyendo en el tiempo y hoy apenas son un puñado de pontanenses quienes –al menos en sus recuerdos– mantienen en pie la fábrica sencilla y humilde de aquella ermita. Sean estas líneas remembranza de lo que fue y, por qué no, grito desesperado de lo que nunca debió haber sido.