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sábado, 7 de noviembre de 2020

Antonio Aguilar y Cano

Uno tras otro han ido sucediéndose años y aniversarios, oportunidades varias para rendir homenaje a uno de los más grandes sabios que ha dado la villa, Antonio Aguilar y Cano. Uno tras otro desde hace casi un siglo, los responsables culturales de la localidad han hecho dejadez de sus funciones en este sentido, dejando caer en el olvido la memoria del Registrador de la Propiedad, del empresario, historiador, arqueólogo, poeta, escritor y primer cronista oficial de la villa de Puente Genil. 


Porque no es suficiente nominar una calle para mantener una memoria. Es imprescindible dar a conocer sus méritos y obras para que el pueblo tenga conciencia de sí mismo, referencias, orgullo y, eso mismo, sí... memoria.


La sevillana localidad de Estepa, guardiana de su memoria, conserva -por donación de sus descendientes- la inmensa mayoría de sus manuscritos, notas y primeras ediciones. Su Ayuntamiento ha tenido el cuidado, la diligencia y generosidad de digitalizarlos (lo que en Puente Genil no se ha hecho más que con el legado de Juan Rejano a través de su fundación) y ponerlos a disposición del mundo, con solo pinchar AQUÍ.


El primer teniente de alcalde y doctor en Filosofía y Letras don José E. Delgado y Bruzón, previa la venia de la presidencia, expuso a la consideración del Ayuntamiento que la meritísima labor realizada por el ilustre pontanés don Antonio Aguilar y Cano, al escribir y editar la HISTORIA DE PUENTE GENIL, trabajo completísimo, llevado a cabo con su solo esfuerzo y particular peculio, era acreedor a que la Corporación municipal, representación genuina del pueblo, significase de alguna manera su agradecimiento a tan preclaro hijo y para ello proponía se le nombrase CRONISTA DE LA VILLA DE PUENTE-GENIL con derecho a usar el escudo del pueblo.
La propuesta del señor Delgado Bruzón obtuvo el asentimiento, y más que el asentimiento, el aplauso unánime de todos los señores concejales presentes, quedando firme el acuerdo por aclamación.
(Acta de la sesión celebrada por el ilustre Ayuntamiento de Puente Genil el día 6 de mayo de 1913). 

Extracto del acta de la sesión 6 de mayo 1913
Fuente: Archivo Municipal de Puente Genil

Antonio Aguilar y Cano vino al mundo en Puente Genil a las 23.00 horas del día 27 de abril de 1848, en el número 8 de la calle de La Plaza. Fueron sus padres Francisco de Paula Aguilar y Fernández (farmacéutico) y Ruperta Cano Gálvez, quienes tuvieron 7 hijos. Su padre murió muy joven, quedando entonces bajo el amparo y protección de su tío, el sacerdote Agustín Cano Gálvez. Fue bautizado por don Juan José Morales el 28 de abril de 1848 en la Parroquia de Nuestra Señora de la Purificación, hecho éste asentado en el apunte 28, página 134 del Libro 41 de Bautismos.

Estudió en el Instituto Aguilar y Eslava de Cabra, donde fue premio extraordinario, y en las Universidades de Granada y Sevilla, licenciándose en Derecho en 1871. Se trasladó a la capital del reino con la intención de hacer carrera política y demostrar sus dotes periodísticas en La Tertulia, al tiempo que asistía a la Tertulia Progresista (en palabras de Eduardo Higueras Castañeda, el “eje de la organización progresista-democrática en la capital), donde trabó lazos de amistad con Francisco Salmerón. Es en ese ambiente y en esas relaciones, cuando es nombrado secretario del Gobierno de Logroño en virtud de Real Orden de 22 de junio de 1872. Rodolfo Gil nos desvela que, proclamada la República en España, por influencia del diputado de las Cortes Constituyentes, su amigo del alma Manuel Villalba Burgos, fue designado para un Gobierno Civil de provincia, que rehusó, no volviendo jamás a participar en política.

En 1874 se convocaron oposiciones para los Registros de la Propiedad, obteniendo el número 1 y plaza en Campillos (Málaga), destino que escogió por su cercanía a Puente Genil.

En 1878 Leopoldo Parejo Reina, casado con Cristina Delgado y padre de Susana, Manuel, Antonio Juan, Leopoldo (el célebre Poíto), Celia (origen del Cristo de la Misericordia, casada con Francisco Uclés, Cofrade Mayor de Jesús Nazareno) y Ana; poeta prolífico de larguísima vida (1838 - junio 1921), crítico literario y fecundo colaborador de numerosas publicaciones, dedicará "al señor don Antonio Aguilar" los versos titulados Un sueño:

Leopoldo Parejo Reina


Soñaba yo que tétrico y sombrío,

horrendo calabozo me albergaba,

y a los ayes del triste pecho mío,

ni una voz compasiva contestaba.

¡Oh, qué dolor profundo,

vivir así separado de este mundo!

 

De repente se rasga con estruendo

el fuerte muro que mis ojos miran,

y torrentes de luz entra vertiendo

la diosa del Amor, por quien suspiran

mis labios con anhelo,

creyendo ver, en su mirada, el cielo.

 

¿No veis el sol cuando despunta ufano

bañando en oro la feraz colina,

el monte, el valle, la ciudad, el llano,

y el mundo brilla con s luz divina?

Pues más brillan en sus ojos,

que a Febo causan, si los mira, enojos.

 

Con su mano derecha torneada,

copa sustenta de licor henchida;

y asegura su boca perfumada

que es elixir de amor, que da la vida.

Y lo bebo sediento,

y todo se transforma en un momento.

 

A las altas regiones transformado.

yo me siento subir embebecido;

de la luna y estrellas rodeado,

en blanda luz y con placer mecido;

y sus rayos de plata

semejan una inmensa catarata.

 

Flota en el éther, sube a las alturas,

rueda a mis pies el mundo planetario,

distingo de sus masas las figuras,

me inflama el pecho aliento extraordinario;

y audaz el pensamiento

elévase a la par del sentimiento.

 

A conocer voy ya la lumbre pura,

los secretos del sol que dióme vida,

su incomparable espléndida hermosura,

su masa incandescente, enrojecida;

y me preparo luego,

a hacer mansión de su perenne fuego-

 

Mas la diosa me dice con misterio:

-El sol no puede ser lo que buscamos:

¿no ves cómo se mueve su hemisferio?

¿no ves cuál se traslada? Vamos, vamos;

y busquemos un centro,

do al abrigo estarás de todo encuentro.

 

- ¿Cómo puede ser eso? ¿No se ha escrito,

y por todos los labios aceptado,

que centro no hallarán al infinito? -

La diosa respondió llena de enfado:

-Calle el presunto sabio,

y selle el torpe y atrevido labio.

 

Razón debió tener mi augusto guía,

al dirigirme apóstrofe tan grave.

y mi propia conciencia me decía

que hablar no debe quien callar no sabe,

y en silencio constante

pasamos a través del sol brillante.

 

Mas ¿qué veo? Furioso torbellino,

lenguas de fuego rápidas circulan,

montes de lava cruzan el camino,

rojos fantasmas en tropel pululan,

y rayos y centellas

nos van siguiendo por doquier las huellas.

 

Ya salimos, por fin; mi débil vista

hacia el frente distingue un sol gigante;

yo no podré deciros cuánto dista,

pero sí que es hermoso, deslumbrante;

y tal su poderío,

que arrastra a nuestro sol en el vacío.

 

Ese es el centro, digo entusiasmado,

que el genio de mi diosa me decía;

pero, ¿qué ven mis ojos? ¡desgraciado!

Llegó ya el desengaño que temía,

si gira ese hemisferio,

centro no puede ser, ¡oh, qué misterio!

 

Llama increada, espíritu omnisciente,

ser de los seres, luz del universo,

alma del mundo, ¡oh Dios omnipotente!

Del justo premio, azote del perverso,

¡dó estás que el alma mía

sólo al buscarte encuentra la agonía!

 

La diosa me dirige una mirada

en que veo brillar la inteligencia,

después, con voz tranquila, reposada,

ánimo, dice, ten más fe en la ciencia,

no tu amor disminuya

y busca a Dios en la conciencia tuya.

 

Pero ¡ay de mí!, después de ese momento

las sombras de la muerte se extendieron

sobre mis yertos ojos y, ¡oh portento!

todos los mundos de repente huyeron.

desperté fatigado,

en triste llanto y en sudor bañado.

Recreación de la velada literaria celebrada en casa de José Contreras el 19 de marzo de 1895.
En una broma temporal, aparece Santiago Reina López (bisnieto del poeta Manuel Reina), Aguilar y Cano (piernas cruzadas), Rafael Moyano Cruz (junto a Santiago), Miguel Romero (guitarra), el propio Manuel Reina en pie y Alberto Álvarez de Sotomayor del Castillo en el extremo.
Autor: Jesús Berral Rejano

Es destacable la amistad que siempre unió las vidas de Aguilar y Cano y el poeta Manuel Reina. A pesar de la diferencia de edad (Reina era ocho años y medio más joven), podríamos considerarlos dos almas gemelas, hermanas casi, cada una de las cuales buscaba refugio en la otra cuando las tormentas de la vida los hacían. Dos amigos, dos poetas, dos almas melancólicas guiadas por un ideal de justicia, por la bondad, la cortesía y la mesura, el estudio, el trabajo y la dedicación a los demás con deslumbrante generosidad. Posiblemente fuese Antonio Aguilar el único ser en el mundo, fuera del círculo familiar, que podía llamar hermano a Manuel Reina: querido Manuel, amigo mío, Manuel de mi alma, leal amigo… de todas estas maneras lo nombrará en su carta en respuesta a los versos en memoria del hijo muerto. En 1883 Reina, le dedicará su soneto El Talento:

Radiante luz de inspiración divina,

tu poder es grandioso, soberano;

eres la llave del saber humano,

pues tu fulgor inmenso lo ilumina.

 

Estrella refulgente peregrina.

por ti cruzó Colón el océano,

y eres también la inteligente mano

que a la gloria conduce y encamina.

 

¡Oh precioso raudal del pensamiento!

Hilo de luz que atando las ideas

lanzas de la verdad rayos de oro,

 

y a la ciencia das vida y movimiento;

yo te deseo con asna, yo te adoro,

ilumíname, pues, claro talento.

En 1897 Aguilar publica Manuel Reina, estudio biográfico, una semblanza del poeta desde múltiples ángulos, en la que pone de manifiesto -por encima de la amistad y la consideración- la admiración sincera, la conciencia íntima de estar frente a un poeta y una personalidad deslumbrantes. Manuel Reina, estudio biográfico había visto la luz en la Revista de España el 30 de junio y 15 de julio de 1892. No obstante, en la publicación independiente añadirá cambios: la supresión de un párrafo y la inclusión de un apéndice con las críticas a La vida inquieta y poemas posteriores. La Ilustración Española y Americana se hará eco de esta publicación, diciendo que
es acreedor a toda clase de elogios el trabajo de tan notable manera hecho por el Sr. Aguilar y Cano, quien, si no tuviese por anteriores obras bien sentada su reputación literaria, indudablemente adquiriría un buen puesto entre nuestros literatos gracias a su último folleto, modelo de trabajo de este género…

 Del sentimiento de unión y comunión del alma de Aguilar y Cano con la de Manuel Reina, da testimonio la expresión de dolor inmenso, de absoluto desconsuelo, al escribir en 1905, alejado de tópicos y vaguedades, como sólo puede hacerlo quien tiene el alma desgarrada, cuatro días después de la muerte de su amigo:

La noticia llegó a mí desnuda, rápida, brutal; como el hierro, como el plomo homicida. Causóme honda desgarradura; prodújome dolor y estupefacción; luego, nada en mi cerebro; las ideas cayeron en la sombra y no hubo esfuerzo que pudiera mover mi pluma para decir lo que sentía. ¿Acaso tuve conciencia clara de mis impresiones? ¡Pobre Manuel!

¡Quién me dijera que aquel apretado abrazo de ha tres meses, al despedirnos “hasta luego”, habría de ser el triste abrazo de la eterna despedida! ¡Quién me dijera que tu memoria cariñosa pensaba en mí y en mis frutos acrecentamientos cuando la muerte traidora tan próxima te acechaba!

¿Que no es este, pensará alguno, proporcionado y digno tributo a la memoria del gran poeta? ¿Que nada importa al público mi sentimiento más o menos grande? Equivócanse los que tal piensen: desconocen la esencia de nuestro ídolo perdido; no han penetrado en aquella alma diáfana y transparente, esclava del más grande y más noble de los corazones. Para quien, como él, vivió sintiendo la belleza, sintiendo el bien, sintiendo la justicia, sintiendo el placer puro y sintiendo el dolor en sus más punzadoras formas, para quien fue ante todo y sobre todo un gran corazón, el homenaje más acepto, pero mucho más que el vano ruido del aplauso y que la hoja de laurel, es el latido doloroso producido por su pérdida y la lágrima vertida al memorarla.

Que fue uno de los primeros poetas del siglo XIX; que publicó inspiradísimos libros; que tuvo alta posición social… todo eso es notorio, sabido, bien recordado hoy, pero no tan hermoso, no tan grande, no tan humano, como proclamar que al morir Reina, murió con él un dechado de nobleza, de bondad, de virtud, de caballerosidad, ideales a los que ajustó su vida, a los que en dolorosos momentos ofreció su vida, y que sin duda alguna han contribuido recientemente a arrebatársela.

La biografía del brillante poeta, la bibliografía de sus bellas producciones y la más entusiasta apología de éstas, jamás habrían de llegar aún trazada por la áurea pluma del primero de nuestros críticos, a la emocionante intensidad de un estudio íntimo del llorado Manuel, en el que a partir de la muerte de su adorada compañera, pasando por los trágicos sucesos posteriores, llegaremos a las indecibles amarguras de sus últimos tiempos.

“Cómo se rompe un alma”, pudiera titularse este artículo, con el subtítulo de “Cómo un alma rota alquila un cuerpo joven y fuerte”.

Desvarío, señor director, me doy cuenta de ello, pensando en aquel más que amigo, hermano en el espíritu, con quien compartí “solamente” sus dolores, sus amarguras, sus tristezas, sus decaimientos frente al humano egoísmo y la humana ingratitud.

Yo quisiera laudarle en la forma corriente y acostumbrada; hacer un artículo necrológico ajustado a patrón; lleno de frases retóricas y convencionales, merecedoras del público aplauso; pero ni sé, ni puedo, ni quiero hacer eso, que para mí es profanación de mi propio, hondo y sincero dolor.

Quédame un consuelo que la fe me proporciona. El alma augusta del amigo llorado vive, existe, no puede perecer, y hágome yo la ilusión de que comunico y he de comunicar con ella, con mudo pero luminoso lenguaje, para decirle yo que perduran las miserias terrenas y para contarme él sus éxtasis producidos por la directa visión en la realidad de aquellas espléndidas y sublimes creaciones que fulguraron en su cerebro y hechas ideas cayeron como polvo luminoso en el perfecto molde de sus rimas.

Es frecuente en el actuar de los distintos Ayuntamientos el ninguneo a la cultura y a la propia historia, a la historia local. Aguilar y Cano no sólo dedicó a El Libro de Puente Genil su tiempo, desplazamientos y viajes, horas de lectura y estudio, visitas a archivos, años de correspondencia con amigos y académicos solicitándoles información o documentación de toda clase. Además de invertir un esfuerzo ímprobo y un tiempo ingente, tuvo que lidiar no ya con la falta de ayuda del Ayuntamiento, sino con un desprecio, al que correspondió con señorial caballerosidad. A este respecto, en su carta de 6 de enero de 1899 dirigida a Francisco de P. Velasco Estepa nos confiesa lo siguiente:

“Toca a su término la impresión del modesto estudio geográfico sobre Astapa. Probablemente la parte tipográfica está terminada en todo este mes; en febrero o marzo podré enviarlo a los amigos. Es el tercer libro que consagro a Puente Genil: me cuestan los tres cerca de cuatro mil pesetas; el Ayuntamiento de mi pueblo no ha estimado el trabajo del escritor, por malo que sea, no ha echado cuenta de mis sacrificios pecuniarios, ni se ha creído obligado siquiera a ser cortés con un hijo de la localidad que ha procurado hacer algo por el buen nombre de la tierra que lo vio nacer. No me importa: pero siento que alguien acordándose de nuestros ediles, pueda calificarlos duramente. Si en vez de escribir historia hubiese empleado el tiempo en trazar un plan de filtraciones del presupuesto, no sabrían qué hacer conmigo, ni dónde ponerme. ¡Cuánta miseria!”.


Dedicatoria de Rafael Moyano Cruz
(propiedad y cortesía de don Agustín Moyano Carmona)

Dos años atrás, Aguilar había sido agasajado con un banquete homenaje por la publicación de El Libro de Puente-Genil. Cuentan las crónicas de aquel día que casi un centenar de comensales se reunieron entonces para recibir en su villa natal a Aguilar y Cano, acompañado desde Estepa por los señores Arcipreste y Párroco de San Bartolomé. Tras el almuerzo, Rafael Moyano Cruz, que había participado en el capítulo de El Libro de Puente-Genil dedicado a la prehistoria, brindó con los siguientes versos, que conocemos gracias al cuidado de la familia Moyano y a la generosidad de su descendiente Agustín Moyano Carmona:

 Al fin puso tu pluma

un término brillante

al libro en que se exhuma,

la historia interesante

de este pueblo que intrépido

siempre avanzando fue.

 

Tú sigues paso a paso

su marcha hacia el progreso,

y con fervor no escaso

sembrando el embeleso,

en tu lenguaje fúlgido

honda ciencia se ve.

 

Tú arrancas de la tierra

el guardado secreto,

que allá en su seno encierra

cual oculto esqueleto,

evocación despótica

de un mundo que pasó:

 

Y la edad que dormía

cual vasto cementerio,

despierta a un claro día

con todo su misterio,

y el libro es lienzo mágico

que tu mano trazó.

 

En páginas severas

desfilan lo portentos,

las edades primeras,

los hombres, monumentos,

y no hay cosa recóndita

que escape a tu tesón.

 

Por ti este pueblo tiene

preciada ejecutoria,

y lo que en sí contiene

publicidad notoria,

pues a tu ingenio débese

tan noble galardón.

 

De Puente Genil fuiste

el excelso cronista,

y nada se resiste

a tu incansable vista,

todo se anima espléndido

todo surge a tu voz.

 

Las costumbres, los usos,

leyendas, tradiciones.

orígenes confusos,

fiestas y procesiones,

la villa, el campo próspero

por la reja o la hoz.

 

Salud, Antonio amigo;

tu fe perseverante

llevó siempre consigo

el triunfo deslumbrante,

y de tu libro implícita

la fama irá con él.

 

¡Cuánta penosa noche

de estudio y de desvelo!

¡Y cuán largo derroche

de dudas o de anhelo!

Mas si el luchar fue ímprobo

más alto es tu laurel.

Tras tomar la palabra el sacerdote Sebastián Cabello Luque y el “judeo” Alberto Álvarez de Sotomayor del Castillo, Leopoldo Parejo Reina le dedicó el soneto que sigue:

En los tiranos tiempos que pasaron

escribir una historia verdadera

difícil fue; que en la venganza artera

sus míseros autores se inspiraron.

Otras veces cobardes los guiaron

el temor, la alabanza lisonjera;

mas, con la luz de la verdad austera

la mentira, el error se disiparon.

Hoy tu pluma ejercitas inspirada,

por darnos testimonio valedero

de grandes hechos de la edad pasada.

Quien así escribe, como tú, la historia

mostrándose imparcial, sabio y sincero

ingente pedestal labra a su gloria.

Intervino luego el presbítero Francisco de Paula Velasco Estepa (más tarde Deán de la Catedral de Coria), José Contreras Carmona y el insigne Manuel Reina Montilla, quien realzó su amistad con Antonio Aguilar, y protestó enérgicamente contra la idea sugerida por Contreras, de cambiar dos calles del pueblo para rotularlas con su nombre y con el del homenajeado (¡cómo se añora esa grandeza, hoy desconocida!). Cerrando el acto, Aguilar y Cano tomó la palabra para “con erudición extraordinaria, memoria feliz, simpática presencia, inteligencia clarísima y robusta voz” agradecer la presencia de tantos buenos amigos, que aquella tarde feliz le mostraron el fraternal cariño y enorme afecto del que hicieron gala aquella tarde de diciembre.

Velasco Estepa lo describe físicamente como un hombre esbelto, rostro enjuto, frente ancha y nariz aguileña sobre los ojos algo hundidos de mirar franco y no altivo, aunque cansado: 

Parecía flotar, sostenida por leve fruncimiento del entrecejo, una vaga expresión de melancolía y extrañeza, quién sabe si permanente huella de profundas desilusiones o si premeditada cautela del que, viejo peregrino de la experiencia, teme, empero, hallar en el espíritu de cada hombre regiones inexploradas y peligrosas.
Destacaba también en Antonio su modestia, su desinterés y su integérrima probidad:
Era exageradamente modesto, mas no con esa falsa modestia, hipocresía de la ineptitud; humilde, sin la humildad soberbia […].

Siendo Registrador en Marchena, fue designado para el Registro de Cartagena, mucho mejor destino del que ostentaba entonces. Sin embargo y antes de su partida, el pueblo en masa le rogó su permanencia, y a petición propia se invalidó el nombramiento. Quisieron entonces agasajarlo de mil maneras, pero únicamente aceptó el nombramiento de Hijo Adoptivo de Marchena y un bellísimo álbum de piel ruda y plata repujada, con la firma de innumerables vecinos.

A partir de 1874 ostentó los Registros de la Propiedad de Campillos (1874), Estepa (1881), La Orotava (1902, pero del que, creemos, no llegó a tomar posesión), Marchena (enero de 1905), Zaragoza, Priego de Córdoba (muy poco tiempo) y Granada, de cuyo cargo tomó posesión en febrero de 1913. Soñó siempre con alcanzar el Registro de Córdoba, no por una cuestión económica, sino porque amaba esa ciudad; le había dedicado varios de sus libros y en ella encontraba una magia y un deseo de estudio y conocimientos ingentes.

Dio a luz las Ordenanzas de la villa de Puente don Gonzalo, sobre la historia y guardaduría de menores, en la Revista General de Legislación y jurisprudencia, de Madrid, números 7, 8 y 9 de 1881; Sobre la Ley LX de Toro en la misma revista, en octubre 1881; Compraventa (caso especial), en la Reforma legislativa (Madrid, 25 abril 1875 y otros muchos); los Apuntes históricos de la villa de Campillos, que Aureliano Fernández Guerra calificó como “trabajo magistral” (felizmente reeditados en 2002), Apuntes históricos de la villa de Puente Genil en colaboración con Agustín Pérez de Siles y Prado (Sevilla 1874, aunque quizás publicada en 1876, pues leemos en la Revista Histórico Latina de 1 de diciembre de 1876 la siguiente reseña: “Se ha publicado recientemente una obra titulada Apuntes históricos de la Villa de Puente Genil, obra escrita en colaboración por los Sres. D. Agustín Pérez de Siles y Prado y D. Antonio Aguilar y Cano…”), el Memorial Ostipense, obra en dos tomos, el primero de 1886, y que ampliará en 1891 con Estepa: Nueva colección de documentos, datos históricos, noticias bibliográficas y biográficas, anécdotas, etc. referentes a la citada ciudad; Astapa (Sevilla, imprenta E. Rasco, 1899); El Libro de Puente Genil (del que Ricardo de Montis dirá que “es una verdadera joya literaria; un monumento elevado en honor de un pueblo, que vivirá tanto como viva éste y hará inmortal el nombre de su autor. Entre las obras de su género que conozco, no hay otra tan completa y concienzudamente escrita como la del Sr. Aguilar y Cano); Hins Belay, Estudio histórico acerca del Castillo de Poley (publicado en la Revista de España nº 548 y 549, y más tarde coleccionado en opúsculo publicado en Madrid, establecimiento tipográfico de Ricardo Fé, 1892).

Publicó también El Maestro Francisco Cano, obispo de los Algarbes, predicador estepeño de Felipe II y secretario de la reina Catalina de Portugal (Madrid, 1911; y publicado con anterioridad en la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos); Descubrimiento arqueológico verificado en el Tajo Montero (Madrid, 1902; previamente publicado en la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos); Las Revoluciones, estudio filosófico-jurídico (Sevilla, imprenta Gironés y Orduña, 1874), del que regaló varios ejemplares al Ayuntamiento pontanés; Algunos casos patológicos en Derecho hipotecario y sus afines (Madrid, 1893); Memoria sobre estadística que el Registrador de la Propiedad de Estepa eleva a la Dirección general (Estepa, imprenta de Hermoso, 1887). Tradujo la obra de Paul Gide Carácter de la dote en Derecho Romano (Estepa, imprenta de Hermoso, 1884) y El Arca de Mary (novela traducida del francés, imprenta de El Eco de Estepa, 1882, del que fue fundador junto a José Hermoso); artículos literarios recogidos en Sueños del alma (Málaga, 1878) y dedicados a su esposa Francisca Tejera. De este último libro dirá Manuel Reina (sin olvidar la amistad de Reina con Aguilar, al analizar su crítica, ponemos muy por encima la insobornable honestidad intelectual del poeta) lo siguiente: 

Sueños del alma es un tomo de poesías en prosa, que, como los mejores libros de versos, abunda en bellas imágenes, pensamientos sublimes y delicados y forma deslumbradora. ¡salud, pues, al nuevo vate!”. 

También en relación a Sueños del alma, la crítica de Parejo Reina en la Revista europea dirá que 

el autor se eleva de una manera que sorprende, y forma y fondo todo es bellísimo, cual cristalización maravillosa; diríase que su espíritu es arrebatado por la fiebre de la inspiración, pues semejante al águila de potente vuelo que surca los espacios para beber gota a gota el auro rayo del ardiente Febo, así dejando las bajas regiones de la impura realidad, se cierne en las alturas de lo ideal y se enrojece al contacto del amor divino”.

Autor del Quinario en memoria y devoción de Nuestro Padre Jesús Nazareno (Puente Genil, 1893) y de las siguientes obras manuscritas, pero no publicadas: Borrascas del hogar (su primera obra teatral, estrenada en 1885 en el teatro de la Plaza Vieja de Estepa); En la desgracia; Malalma; Amarguras del amor (cuadros dramáticos); El Duque de Serrato; Dos hombres felices; y Un artista fingido (juguetes cómicos). Afortunadamente sí llegó a publicar y estrenar su Una limosna por Dios, impreso en Córdoba en 1876 en el establecimiento tipográfico “La Actividad”, y escrito para la señorita de 7 años Dolores de Melgar y Mena. Fue estrenado con buen éxito la noche del 29 de octubre de 1875 en el teatro que en su casa habitación tenía en Puente Genil Joaquín Borrego Ruiz (se conserva manuscrito).

Quedaron inéditos Historia de todos los pueblos de la provincia de Córdoba; Historia de la ciudad de Córdoba; Romancero Cordobés; Los comendadores de Córdoba; Al Anónimo cordobés; Estudio sobre las dos Doña María de Coronel; Munda; Sabora Flavia (El Correo de Andalucía, número de 17 de diciembre de 1876); Parvedades históricas (del que forman parte corregidas y aumentadas, Hins-Belay, El Marqués del Aula -biografía del tercer marqués de Estepa, Adam Centurión, que abordó por encargo de Francisco Rodríguez Marín, 1897- y Cómo viven las leyendas), Antiguallas, 1894, publicación periódica sobre temas históricos estepeños; Commemoratio (Sevilla, imprenta de E. Rasco, 1894); Bibliografía hipotecaria y El Registro mercantil, Manual de Derecho hipotecario, Comentarios a la Ley Hipotecaria (no llegó a terminarlos, por haberle hecho desistir de ello la obra del señor Escosura sobre el mismo asunto) y un estudio histórico jurídico sobre El Justicia de Aragón (estos últimos dos tratados, sólo planeados y esbozados). Asimismo, quedó pendiente un proyecto de bibliografía al que llamaría Los poetas extravagantes, y una colección de artículos titulada Rescoldo.

Faro de San Vicente, Estepa
Además de su ingente e inabarcable labor histórico-cultural, y de la misma forma que hicieran en Puente Genil los grandes hombres de aquel tiempo (Manuel Reina, Leopoldo Lemoniez, Antonio Baena, Ricardo Moreno…), su visión lúcida de la vida le llevó a participar en la fundación de la sociedad Faro de San Vicente en Estepa para la fabricación de luz eléctrica. Aguilar y Cano no sólo fue uno de los mayores accionistas, sino el presidente del Consejo de Administración, a quien correspondió el discurso de inauguración el 2 de mayo de 1896.

Fue, además, académico correspondiente de la Real Academia de la Historia; de la sevillana de Buenas Letras, de la de Ciencias, Bellas Letras y Nobles Artes de Córdoba, de la Societé de Correspondance Hispanique de Burdeos, de la Asociación Artística y Arqueológica de Barcelona, de las Reales Sociedades Económicas de Amigos del País, Córdoba, Jaén y Málaga, Delegado del Centro Excursionista de Cataluña y de Barcelona, de la Comisión de Monumentos Históricos y Artísticos de Sevilla y vocal de las de Zaragoza y Granada, Cronista de Puente Genil e Hijo Adoptivo de Marchena. Por lo demás, recalcar que fue nombrado caballero de la Orden de Carlos III, otorgado por RD de 03/06/1866, cuando Aguilar contaba con solo 18 años, y bajo el siguiente texto:

Aguilar y Cano en 1866, con 18 años

Doña Isabel IIª, por la Gracia de Dios y por la Constitución de la Monarquía Española Reina de las Españas. Por cuanto accediendo a las circunstancias que concurren en vos Don Antonio Aguilar y Cano, tuve a bien nombrarle por Mi Decreto de tres de junio último, Caballero de la Real y Distinguida Orden de Carlos Tercero. Por tanto, os concedo las gracias, franquicias, honores, distinciones y uso de Insignias que os corresponden a tenor de los Estatutos; confiada por las cualidades que os hicieron digno de este honor y por el celo hacia nuestra persona que tenéis acreditado, os esmeraréis en observarlos y en contribuir al mayor lustro de la Orden. Y de este título ha de tomar razón el Contador de la misma. Dado en Zarauz a cinco de septiembre de mil ochocientos sesenta y seis. Yo la Reyna. Yo Don Carlos Marín de Arriazxe, Secretario accidental de esta Real Orden lo hice escribir por su mandato.

Hombre de vastísima cultura, amplia preparación, consagrado al estudio y a las letras, descubrimos en él una profundidad de pensamientos –y sentimientos– que sobrecogen; una capacidad brutal de análisis íntimo, de ensimismamiento e introspección, pero, al mismo tiempo, una forma de sentir la vida absolutamente sobrecogedora. Reproducimos a continuación tres de sus textos -reflexiones- publicados en distintos periódicos de la época (In aeternun, Vanidades y Lo que yo quisiera).

IN AETERNUM

La alegría de la vida brota del seno de la tierra. La marca de la creación hiere los sentidos y los embriaga. ¡Oh, qué placer extraviarse de la selva, danzar hasta el vértigo y reposar luego para emprender una nueva danza! La primavera ha llegado; estos son sus días más bellos; ha empezado el reinado del amor.

Quiero apretar mis párpados, quiero cerrar mis oídos para ver en mi cerebro y escuchar en mi memoria la figura y la voz de mi adorada. Quiero dormir mi sueño de amor para que la embriaguez de lo externo, ni borre ni manche su celeste pureza. La marca de la creación hiere los sentidos y los embriaga. De seno de la tierra bota a raudales la alegría de la vida. 

II

Vosotros, los que sabéis qué cosa es amor, envidiadme.

Amo y soy amado. La copa de mi vida está llena y por sus dorados bordes reposa la ambrosía. He cambiado un beso con mi amada; la he saboreado en sus labios medio cerrados y por su boca entreabierta he respirado la dulce flor de su aliento.

Vosotros, los que sabéis qué es amor, alentadme, porque me siento agonizar de placer.

Mi alma está herida y enferma de amor. Al sentir un beso acude a mis labios y quiere escaparse por la abertura de la boca para transfundirse en el cuerpo de mi amada.

Vosotros los que sabéis qué cosa es amor, arrancadme a mi felicidad.

Si por más tiempo tuviese mis labios pegados a los suyos, mi alma me abandonaría y, lanzada por la llama de amor, se pasaría a mi amada. Entonces sucedería una cosa verdaderamente maravillosa; que yo habría expirado para ir a vivir en mi adorada.

Vosotros lo que sabéis qué cosa es amor, envidiadme.

 III

La fuente de mis lágrimas está seca, y mis hinchados ojos ya no lloran.

Mi garganta sufre el espasmo sofocante de los grandes dolores y mis miembros caen hacia la tierra abandonados por los sacudidos nervios. El corazón late, pero no siente, y en la cabeza densas sombras de estupor aprisionan la que fue viva luz de la inteligencia. Soy miserable sonámbulo que ve la realidad con ojos de idiota.

Vosotros los que sabéis qué cosa es amor, compadecedme.

Mi amor ha muerto. Se ha roto en mil fragmentos la dorada copa donde bebí con ansia la divina ambrosia de la vida.

 


VANIDADES

Belleza

Este que miras, es sepulcro helado donde yace una hermosa. Su cuerpo tuvo los contornos de Venus; su alma todos los encantos Plugo al destino herir tanta belleza: la alta cima está al lado del abismo; de la una al otro solo media la caída: del presente soberbio que rueda al pasado ¿qué polvo miserable queda?

Gloria

Ruido de campanas que no llega del valle a los alcores; fuego fatuo que arrastra al hombre a su seguimiento; relámpago que brilla en la terrena hondonada; arco iris, como dice Hugo, que surge del caos, triunfando de la vil celada, de la roca traidora, de la ola negra y de la sombra espantosa; esa es la gloria; sonido luz, color… lo intangible… eterna vanidad.

Fortuna

Hoja liviana que a su capricho el viento arrastra por todas partes en inconstante y perpetuo movimiento, frágil nave que sobre las inquietas ondas es sorprendida por furiosa tempestad; corcel sin freno en carrera loca; ciega deidad que sobre inestable rueda paseas el mundo, ¿quién puede sobre tan flacos cimientos fundar esperanzas? Si no es lo mudable, ¿qué tiene la fortuna de real?

 

I. E. S. Aguilar y Cano, Estepa

LO QUE YO QUISIERA

Canten otros la gloria de Echegaray; admiren y evidencien su talento; encomien su genio; proyecten, en buena hora, sobre su fama esplendorosa la sombra necesaria para que luzca en buena perspectiva su figura colosal: yo no podría añadir una nota, ni reforzar un sonido en la épica sinfonía que le dedica la Nación.

En vez de pergeñar desmayadamente laudes que han de encontrar elocuentísimos intérpretes, voy a decir brevemente lo que yo quisiera ante la contemplación de Echegaray.

Quisiera tener vista suficiente para ver por dentro el foco luminoso de su alma, que tan penetrantes y brillantísimos destellos ha lanzado al exterior plasmando belleza y verdad en sus múltiples obras.

Quisiera conocer lo inédito de su pensamiento, las obras que ha pensado y no escrito, el juicio no revelado de las cosas, personas y sociedad de su tiempo, su idea interna del mundo y de la Humanidad.

Quisiera preguntarle si colocado (valga la impropiedad) en el centro de lo infinito y de lo ilimitado, en el tiempo y en el espacio, al contemplar la no existencia de principio y fin, no de límite, ha sentido el vértigo angustioso que nos arranca el grito de dolor de nuestra impotencia y pequeñez, poniéndonos al borde de la locura; y, en ese supuesto, por efecto de qué poderoso raciocinio, equilibra de nuevo sus facultades y forma relativo concepto de la creación del Universo.

Y después de esto, yo quisiera que mirando a los modernistas literarios nos dijera de qué tamaño los encuentra, aun concediéndoles el monopolio de las coronas de laurel.

Más arriba hemos mencionado su libro Commemoratio, una obra que, sin duda, merece un comentario más profundo. Al leer la biografía de cualquier gran hombre, tendemos a hacerlo como una sucesión de hechos, acontecimientos linealmente concatenados, éxitos y logros, sin percatarnos de que tras cada uno de ellos, se esconde la vida de un ser de carne y hueso. La vida de un hombre con sus dolores y sus risas, sus desengaños, sus miserias y sus dramas. Una de ellas, quizás la más desgarradora, se cebó en el alma de Aguilar y Cano con la muerte de su hijo mayor. Aún no había cumplido 10 años la criatura cuando, después dieciocho días padeciendo una meningitis que se cebó con el pequeño Antonio, cruzó los brazos sobre su cuerpo y exclamó “Padre mío, no puedo más”, falleciendo a las tres de la tarde del lunes 31 de julio de 1893.

Como un camino para desahogar el alma, para dar salida a unas lágrimas internas, de esas que únicamente siente agitar el pecho de aquel a quien ya no le quedan fuerzas para seguir llorando, Aguilar y Cano editó un pequeño libro, Commemoratio, en el que recogió poesías y composiciones en recuerdo de su hijo, compuestas por sus amigos habían espontáneamente o a petición suya. Nadie vea en ello algo macabro, ni un deseo de exponer en público un dolor que es sólo íntimo. Tan es así que será el propio Aguilar y Cano quien nos diga “En dos palabras”, lo siguiente:

Los trabajos literarios y documentos que siguen se imprimen, pero no se publican. Interesan a muy contado número de personas; serían profanados y escarnecidos por los indiferentes. No hago, pues, una edición; me limito a sacar media docena de copias impresas para distribuirlas a los que conmigo han sentido y han llorado. Un drama vulgarísimo ¿qué importa a nadie?

Si alguna de estas copias diere mañana en manos ajenas a mi familia y amigos, agradecería, como una obra de caridad, que fuese destruida. Los que tengan corazón comprenderán mi ruego.

A este respecto, hemos descubierto -y obtenido copia digitalizada- en el archivo de la Real Academia de la Lengua, varias cartas de Aguilar a Cano dirigidas a Francisco Rodríguez Marín, de quien hablaremos más adelante. Desgraciada -e inexplicablemente- la RAE denegó nuestra solicitud de reproducción de esos documentos, tanto en este blog como en la revista cultural El Pontón, con la siguiente e inapelable respuesta: "Estimado señor Villafranca, lamento comunicarle que la junta de gobierno de la Academia ha desestimado su petición de publicación de las cartas de Antonio Aguilar Cano a Francisco Rodríguez Marín en la revista El Pontón y en el blog Pontanos ilustres". Ea.

Como no se nos ha prohibido su transcripción, podemos leer en la carta de 18 de agosto de 1893 (entregada el 28 de octubre) cómo Aguilar y Cano participa a Rodríguez Marín de la muerte de su hijo, solicitándole algunos versos en su memoria:

Mi querido amigo y compañero: como la desgracia sabe a todas partes, se ha dignado visitar esta casa de V. arrebatándome de ella al mayor de mis dos hijos varones, que era mi ídolo. No he repartido esquelas, y por eso, cuando ya puedo sostener la pluma y ordenar un poco mis ideas le participo tan triste nueva.

Muchos ruegos he de hacerle: que encomiende a Dios el hijo de mi alma; que compadezca a sus padres; y que… si no le molesta la indiscreción, y tiene tiempo, me envíe dos versos a la memoria del pequeño para reunirlos con otros que conservo como piadosas reliquias. Perdone mi osadía, y si por cualquier causa no pudiere complacerme no tema que nuestra amistad se quebrante, ni se enturbie.

Dios preserve a V. de dolores semejantes al mío, y le conceda cuantos bienes para V. desea su afectísimo amigo y compañero s. s. q. s. m. b.

Antonio Aguilar

El 7 de noviembre (entregada en 26 de diciembre), le agradece los versos recibidos, en una epístola que deja entrever el dolor infinito de una familia:

Mi querido amigo y compañero: Recibí con su gratísima del 29 pasado, las dos composiciones que accediendo a mi ruego se ha servido remitirme. ¿Qué he de decirle de ellas? Si quiere V. formar juicio por el efecto en nosotros causado, y contrastado con sus ideas acerca de la regeneración de la poesía castellana, le diré que hemos admirado el soneto, encontrando en él todas las admirables cualidades que avaloran los suyos, y que hemos llorado mucho, muchísimo, mi mujer, mi hija y yo, leyendo la balada, tantas veces como la hemos leído. El soneto está adornado por Minerva y tiene toda la belleza; pero la balada es una lágrima ardiente que me ha regalado V. en un estuche de brillantes.

Dios, único que puede, pague a V. su caridad. Cuando pueda haré imprimir ese pequeño álbum de mi hijo: sacaré pocas, poquísimas copias, sólo para los hermanos en la sangre, y los hermanos en espíritu, y entregaré a V. la suya, testimoniándole mi eterno agradecimiento.

Vamos a la prosa.

         [Continúan asuntos profesionales que a ambos atañían).

Acaso no muy tarde tengo el gusto de visitar a V. en su casa; si así ha de suceder, ya le avisaré.

Le quiere de veras, su afectísimo amigo y compañero s. s. q. l. b. l .m.

Antonio Aguilar

No me resisto a reproducir la dura y trágica, pero hermosísima y dulcísima balada que Rodríguez Marín le dedicó:

I

El niño chiquito

decía a su madre,

mas no con palabras,

que hablar aún no sabe,

sino con sonrisas,

sonrisas de ángel:

“En vano me besas,

me abrazas en balde,

cantándome nanas,

nanitas cantándome:

yo sé de otros sones

aún más agradables;

en sueños los oigo,

madre, la mi madre;

que soy de otros cerros,

que soy de otros valles”.

Y al fin se dormía,

y se sonreía,

tal como si hablase

en sueños y ensueños

con Dios y los ángeles.

 

II

El niño chiquito

decía a su madre,

con medias palabras,

que hablar bien no sabe:

“Te esfuerzas en vano,

te esfuerzas en balde;

juguetes no quiero

mis sueños me basten.

No soy de este mundo,

y allá en otra parte

me esperan delicias,

y dulces cantes,

y tiernos amigos,

y bien inefable;

que soy de otros cerros.

que soy de otros valles”.

Y al fin se dormía

y se sonreía,

tal como si hablase

en sueños y ensueños

con Dios y los ángeles.

 

III

El niño, el buen niño,

decía a su madre;

palabras con besos

van entrecortándose:

“Mi madre bendita,

mi madre adorable,

te quiero, te quiero;

también a mi padre.

Os debo la vida,

os di cien pesares;

soy niño, soy niño:

por Dios, perdonadme.

Que pronto, muy pronto,

de aquí han de llevarme

pues soy de otros cerros,

pues soy de otros valles”.

Y al fin se dormía,

y se sonreía,

tal como si hablase

en sueños y ensueños

con Dios y los ángeles.

 

IV

El niño, el buen niño,

decía a su madre:

“Malito me encuentro,

malito dejadme”.

La madre lloraba,

lloraba el buen padre,

y el niño decía:

“¿A qué esos pesares?

Sonrisas, sonrisas

mi muerte acompañen.

Soy flor del almendro;

me hielan los aires

y voy a ser fruto

allá en otra parte.

Adiós los mis padres,

que soy de otros cerros,

que soy de otros valles”.

Y luego dormía,

y se sonreía,

tal como si hablase

con Dios y los ángeles.

 

V

El niño, el buen niño,

no habló ya a su madre;

vestido de blanco

está como un ángel.

El padre lo llora;

la madre desmáyase.

“¡Qué lástima!” dice

la gente al mirarle.

Y cuando otros niños

el lindo cadáver

llevaban llorosos

por plazas y calles,

oyóse un acento

de allá de los aires,

que dijo en voz clara:

“No llores, mi madre;

mi padre, no llores;

cantadme, cantadme:

que voy a mis cerros,

que voy a mis valles”.

Rodríguez Marín le solicitó por carta su visto bueno para publicar los versos remitidos, a lo que Aguilar, en carta fechada el 29 de diciembre de 1893 (y entregada el 11 de marzo de 1894), le respondió:

no necesitaba V. pedirme gracia alguna para la impresión del soneto, sabiendo que ni la necesita, ni yo podría negársela, no digo en este caso en que dispone de lo suyo, sino en ningún otro.

Antonio Aguilar y Cano murió en Granada el 24 de octubre de 1913. La edición de El Aviso posterior al fallecimiento del docto académico, del hombre sabio, justo y bueno, se consagró a glosar la figura de Aguilar y Cano, a recoger numerosísimas muestras de pésame y dolor por parte de sus conterráneos. El bueno de Baldomero Giménez, estandarte y bandera de una generación de hombres irrepetible, titulaba El Aviso nº 131 del 1º de noviembre de 1913, que repoducimos.

D. ANTONIO AGUILAR Y CANO

Don Antonio Aguilar y Cano falleció en Granada el día 24 de octubre, cuya triste noticia publicamos en nuestro número anterior.

La Redacción de El Aviso está de luto, como de luto estarán, seguramente, todos los hijos de Puente-Genil que amen a su pueblo con el profundo amor de los buenos hijos.

Si nosotros dijéramos que la muerte de tan insigne pontanés había arrancado lágrimas de dolor a nuestros ojos, acaso algunos de nuestros lectores sonreiría incauta o maliciosamente, preguntaría que desde cuándo o dónde, porque seguramente desconocen que este semanario acudió muchas veces a don Antonio Aguilar y Cano en demanda de consejo, y aquel santo varón, noble y bueno, si los hay, no halló nunca inconveniente en responder a la súplica, aconsejando una orientación que tuviese por norte una grande alteza de miras en todos los asuntos que exigieran publicidad, Por eso, porque le profesábamos un extraordinario cariño, por él conquistado y merecido, es por lo que su muerte nos ha llenado de profunda tristeza.

Claro está, que tal cosa diría, quien no conociera al pontanés ilustre que hoy todos lloramos; porque muy triste y doloroso es el confesarlo, pero es la realidad: don Antonio Aguilar y Cano


, era más conocido en el resto de España que en su pueblo natal, como sucede generalmente a todos los grandes hombres.

Digamos ahora para que sus paisanos lo conozcan, quien era nuestro llorado amigo.

Don Antonio Aguilar y Cano, hijo del profesor de farmacia, don Francisco Aguilar y Fernández y de doña Ruperta Cano y Gálvez, nació en Puente Genil el día 27 de abril de 1848.

Estudió la primera enseñanza superior, en su pueblo natal, y la segunda en el Instituto de Cabra donde tomó el grado de bachiller cuando apenas tenía dieciséis años. Cursó la facultad de Derecho Civil y Canónico en las Universidades de Madrid, Granada y Sevilla, donde se revalidó de Licenciado.

Desempeñó el cargo de Juez municipal de su pueblo, el de Secretario del Gobierno Civil de Logroño, y, después de haber practicado en los estudios de los eminentes letrados don Santos Isasa y don Francisco Salmerón, habiéndose anunciado en 1874 oposiciones para proveer los Registros de la propiedad vacantes, tomó parte en ellas y fue el único opositor que obtuvo calificación de sobresaliente en los dos ejercicios.

Por ser el Registro más inmediato a su pueblo, al que tanto amaba, el de Campillo, lo solicitó y obtuvo, pasando después al de Estepa, luego al de Priego; más tarde a los de Marchena y Zaragoza y, por último, al de Grabada.

El último cargo oficial. y el que tenía en más estima era el de Cronista de esta villa. Nosotros poseemos carta suya, escrita a raíz de su nombramiento, en la que se refleja su alma noble y candorosa, y la exagerada modestia que presidía todos sus escritos. Nosotros la conservamos y la guardaremos como sagrada reliquia.

Sus producciones literarias fueron muchas y todas ellas de indiscutible mérito: en unas porque se manifiesta en ellas un verdadero derroche de sana erudición que rebosa por sus páginas y sus profundos conocimientos históricos y arqueológicos; en otras sus vastos conocimientos en derecho hipotecario; en muchas, su buen gusto literario y en todas su grande amor al arte, a la ciencia, vista desde el más imparcial punto, y concebida siempre con un elevado concepto moral que avalora todas sus producciones.

Obras jurídicas y profesionales escribió: Carácter de la dote en Derecho Romano y Casos patológicos en materia hipotecaria.

De asuntos históricos y arqueológicos publicó: Apuntes históricos de la villa de Puente Genil, El libro de Puente Genil, Memorial Ostipense, Esteba, nueva colección de documentos, Historia de Campillos y su partido judicial, Astapa, Hins-Belay o el Castillo de Poley.

En asuntos biográficos escribió: del Reverendo Obispo Cano confesor de S.M., natural de Estepa, del Marques del Aula, de Fray Juan del Santísimo Sacramento -Revista de Filosofía, Literatura y Ciencias, de Sevilla, año 1873, tomo 5º, páginas 332 y siguientes- y de Don Manuel Reina Montilla.

Obra literarias y dramáticas, escribió: Sueños del alma, colección de artículos; El Arca de Mary, novela, Una limosna por Dios, drama.

Además, deja inéditas las siguientes obras teatrales: Dos hombres falsos, Amarguras de amor, y Un artista fingido.

Obras religiosas, solo ha dejado una: Quinario de N. P. Jesús Nazareno, patrono de esta villa.

Y como era natural que sucediera a un artista tan acabado, tan luchador, como lo era nuestro malogrado amigo, cultivó el periodismo, fundando: La Provincia, de Logroño y El Eco de Estepa, de Estepa. Fue redactor de: La soberanía nacional y La Tertulia, de Madrid, colaborando asiduamente en: La Revista de Jurisprudencia, La Reforma Legislativa, La Gaceta de Registradores y Notarios, en la Filosofía de Legislación y Jurisprudencia, Boletín de la Asociación Artística y Arqueológica, de Barcelona; El Eco Meridional, de Almería; Explandia, de Sevilla; El Mensajero, de Lucena; El Correo de Andalucía, de Sevilla; La Diana, de Madrid; Pepita Jiménez, de Puente Genil y Revista de España, de Madrid.

De interés social escribió un folleto titulado, Las Revoluciones.

Por la precedente labor literaria, se comprenderá cuánta fue la actividad de don Antonio Aguilar y Cano, principalmente en las obras que sólo pueden escribirse previo un detenido estudio e investigación científica, por lo que mereció en vida ser nombrado Caballero de la Real y distinguida orden de Carlos III, Académico correspondiente  de la Academia de la Historia, de la Asociación Artística y Arqueológica de Barcelona y de la de Amigos del País.

Tal es, a grandes rasgos descrita la labor realizada por nuestro malogrado paisano; su personalidad suma bien descrita, principalmente por nosotros, que no solamente nos consideramos impotentes para dibujar, no ya su gallarda figura; pero ni siquiera una débil silueta de quien, por sus méritos indiscutibles, fue un gran literato, un pensador profundo, un abogado ilustre y un perfectísimo caballero modelo de cultura, honradez y ciudadanía.

Baldomero Giménez

A continuación, numerosas plumas, hombres ilustres de aquel tiempo, participan del homenaje al insigne Aguilar.

Una cuartilla (por Ricardo de Montis)

Todos los hombres ilustres de nuestra provincia van desapareciendo; ayer perdíamos para siempre al poeta ilustre don Manuel Reina; después al insigne literato don Juan Valera; ahora, con un corto intervalo, a los eruditos historiadores, arqueólogos y literatos don Francisco Valverde Perales y don Antonio Aguilar y Cano.

Si continúa este desfile doloroso, la provincia de Córdoba quedará pronto sin representación en las altas esferas intelectuales.

Aguilar y Cano era un antiguo y estimado amigo mío; no hablé con él jamás n le conocía más que por sus escritos; pero desde hace muchos años sosteníamos frecuente correspondencia para tratar siempre de cuestiones literarias.

Y el incansable escritor obsequiábame con sus obras en cuyas páginas aprendí algo de lo poco que sé.

¡Cuánto me interesó la lectura de El Libro de Puente-Genil, el trabajo más completo y concienzudo, sin duda, de todos los de su género que han visto la luz pública en España!

Sólo por él, la cultísima población a la que está dedicado, tiene contraída una deuda con Aguilar y Cano, que seguramente ha de apresurarse a pagar.

No basta que, en vida del gran historiador, honrase con su nombre una calle; es necesario que se coloque una lápida conmemorativa en la casa donde nació su hijo predilecto y que, cuando pueda efectuarse el traslado, conduzca sus restos al cementerio pontanense para que allí vaya el pueblo a dedicarle unas oraciones que hoy llevarán hasta la tumba del literato insigne las susurrantes ondas del poético Genil.

 

MI POBRE TRIBUTO

 (J. M. Villasclara, Cronista de Vélez Málaga)

A la memoria de don Antonio Aguilar y Cano

En Granada, donde despeñaba con acierto e inteligencia el cargo de Registrador de la Propiedad, falleció el día 24 de octubre último este ilustre hijo de Puente Genil.

Un amigo me comunica la triste noticia, que deja mi ánimo apenado. Porque desde hace muchos años me unen al finado los lazos de una amistad desinteresada, esos lazos puramente espirituales que estrecha una identidad perfecta en las ideas.

Cuando meses atrás leía entristecido una cara suya, la última (que guardo como preciado tesoro entre una colección de ellas) en que, tratando de justificarse por su retraimiento de las tareas literarias, a causa de sus achaques, me decía que ya sólo espera el inexcusable fin, ¡qué ajeno estaba yo de sospechar tan inminente fatal desenlace!

Aguilar y Cano, a pesar su exterior modesto, era un hombre de una valía incomparable; un corazón ingenuo. Su vida, una honrada y laboriosa existencia. No podrá decirse que ha sido estéril su paso por ella, pues como escritor deja una labor meritísima.

Demuéstralo su Memorial Ostipense, tan elogiado por su tierno amigo, el insigne Don Aureliano Fernández Guerra; su Libro de Puente-Genil, ampliación de los Apuntes, que de su villa natral escribiera (en colaboración) en su juventud, como un tributo de su amor a la patria chica; su notabilísimo estudio geográfico Astapa, Sevilla 1899, calurosamente ensalzado por el sabio don Manuel Rodríguez de Berlanga, trabajo acabado en su género y que le acreditan de concienzudo historiador y arqueólogo; y finalmente sus estudios sobre el marqués del Aula, de su paisano el notable poeta Manuel Reina y el maestro Cano (de la que quedó inédita la segunda parte, según contaba su hijo Agustín), aparte de sus otras obras de carácter profesional.

Era socio correspondiente de la Academia de la Historia, que pierde con su muerte un colaborador útil, así como la patria pierde un hijo preclaro, la familia a cuyo duelo nos asociamos, un deudo amante, y sus amigos una amistad desinteresada y leal.

Las auras de Granada han besado por última vez la frente del ilustre muerto, y en el cementerio de la poética ciudad del Darro y el Xenil, donde reposa, gemirán sobre su sepulcro las brisas perfumadas con las flores de los jardines de dos alcorares reales.

¡Descanse en paz!

Tras reproducir los versos que en 1897 Rafael Moyano Cruz le dedicara con motivo de la publicación de su obra, y que hemos leído más arriba, continúan los homenajes.

 A LA MEMORIA DEL VENERABLE MAESTRO DON ANTONIO AGUILAR Y CANO

(Manuel Pérez Carrascosa, Puente Genil 31 octubre de 1913).

 Si yo pudiese hacer que de mi lira

en vez de versos ¡mágico tesoro!

brotase tristes lágrimas que lloro

por el sabio maestro que me inspira,

raudales vertería de acero llanto

en lugar de cantar en su memoria;

que cuando como él se vale tanto

no afirman unos versos vuestra gloria.

ACUERDO

En sesión extraordinaria convocada al efecto, acordó el Excmo. Ayuntamiento de esta villa, que constara en acta el sentimiento de la corporación por el fallecimiento del ilustre hijo de esta villa don Antonio Aguilar y Cano; nombróse una comisión compuesta de los concejales Sres. don Jesús Cisneros Rull, don Francisco Padilla Castillo y don Antonio Jurado Gálvez encargados de dar el pésame en nombre de la corporación a la familia de finado, y colocar una lápida conmemorativa en la cada donde naciera.


UN TELEGRAMA

(de Francisco Rodríguez Marín)

Del eminente escritor y erudito director de la Biblioteca Nacional, hemos recibido el siguiente telegrama, Madrid 28, 18:55.

Adhiérome manifestación duelo inolvidable Antonio Aguilar; modelo de amigo; notable jurisconsulto; excelente escritor; investigador historia patria; generoso, cultísimo espíritu. Treinta años trato fraternal conocí su alma nobilísima. Pocos habrá iguales; mejor ninguno.




No podía faltar Leopoldo Parejo en el homenaje póstumo al querido amigo, al que se adherirá en El Aviso del 15 de noviembre con un soneto “A la venerable memoria del insigne escritor y amigo queridísimo D. Antonio Aguilar y Cano”, en el que hará referencia a los homenajes –reproducidos más arriba– de Rodríguez Marín y Ricardo de Montis.

Quisiera yo cantar tan alta gloria

cual la cantó Marín en diez renglones

con tales sentimientos y expresiones

que forman su más alta ejecutoria.

 

Quisiera yo, para alcanzar victoria,

en estas obligadas ocasiones

de Montis genial las intuiciones

en vez del propio estilo, que es escoria.

 

Si el difunto merece por ser sabio

el alto honor que le tributa el labio,

mayor merecerá siendo tan bueno.

 

Es la verdad; pues siento extraordinario

en ciencia y en virtud, yo, octogenario,

le rindo el corazón de afecto lleno.

Su hijo Agustín Aguilar y Tejera, en carta remitida al Diario de Córdoba el 15 de enero de 1915 en la que agradecía el cariño y las muestras de pésame recibidas, afirmaba que, por encima de todos los homenajes (la Academia de Córdoba lo honró con una velada necrológica y el Ayuntamiento pontanés acordó colocar una lápida en la casa donde nació)...

“en el Campo Santo de Granada, en una humilde sepultura donde yace la pobre materia que contuvo aquel alto espíritu, hay lápida de mármol blanco donde bajo una cruz negra, y con letras negras se lee la siguiente inscripción:

R. I. P.

Antonio Aguilar y Cano

24 de octubre de 1913

Así fue y así vivió, haciendo el bien a todos sin descaso por su patria y por su familia. Su nombre honrado es el mayor título de gloria que ha legado a sus hijos”.

De la generosidad de Agustín Aguilar y Tejera, que ofreció mil volúmenes de la colección de su padre y, sobre todo, gracias al compromiso de José Montero Melgar y de un puñado de pontanenses comprometidos con la cultura y la educación, se fundó en 1930 en Puente Genil, inmejorable homenaje a nuestro biografiado, la Biblioteca Aguilar y Cano, arrasada (descuidada y desatendida -una vez más- por un Ayuntamiento pontanés) por la crecida del Genil de 1948.

Calle en Puente Genil

Calle en Málaga,
en la popular barriada de El Palo

En 1921 hubo un intento infructuoso por parte de un grupo de amigos, que llegaron a reunir más de mil seiscientas pesetas, y en el que participaba el propio alcalde, de trasladar los restos “del malogrado e insigne arqueólogo, hombre bueno y honra de este pueblo”.

Calle Aguilar y Cano, Puente Genil