Una de las señas incuestionables, no solo de la Semana Santa pontanensa, sino del mismo Puente Genil, es la existencia de las figuras bíblicas. Personajes de la historia y la tradición sagrada, símbolos y alegorías, desfilan por las calles de la Puente en un cortejo colorido y alegre y, al mismo tiempo, –bendita paradoja– solemne y formal.
Y, sin embargo, la supervivencia de las figuras es poco menos que un milagro; una prueba palpable del peso de la tradición en los corazones y en las vidas de las personas. Contra las prohibiciones y la adversidad, el respeto a las costumbres; frente a la incomprensión, la certeza de lo que supone en la formación integral de la persona en quienes –héroes–convirtieron a nuestro pueblo, en palabras de don Juan Ortega Chacón, en un “Puente Genil desobediente”.
Por mor de su lucha incuestionable, más de cuatrocientos personajes del ayer se adueñan por unos días de las calles y alma de este pueblo de inmenso corazón.
Homenaje a un maestro
Portada de la revista El Pontón nº 199, junio 2004
José Segundo Jiménez Rodríguez, junto algunas de sus obras.
Autor: Javier Velasco Carvajal
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La información contenida
en el presente trabajo es una recopilación más o menos ordenada, de varias
publicaciones de don José Segundo Jiménez Rodríguez, otro de los grandes que se
nos fue sin que Puente Genil le testimoniase –como sin duda mereció–
reconocimiento y gratitud. Y ello, por su entrega incuestionable a la cultura,
a la historia, a las costumbres y la formación de nuestro pueblo. Para nuestra
vergüenza colectiva, dieciséis años después de su fallecimiento, ninguna
corporación municipal ni partido político alguno, ha planteado honrar su
memoria –que es la de todos– con un espacio público, evento, o continuando su
maravillosa Editorial Anzur, a modo de ejemplo para generaciones presentes y
futuras.
La labor desarrollada
por el profesor y maestro, por el cronista y pregonero, por el manantero, el
escritor, por el estudioso y el loador, por el poeta e investigador don José Segundo
Jiménez Rodríguez, se acrecienta a medida que pasan los años. Sirva este breve
trabajo a modo de divulgación de su trabajo y como muestra de una admiración
sin límites.
Aparición de las figuras
Los Evangelistas
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Las figuras bíblicas
se nos aparecen por vez primera en el año 1660. Es posible que surgiesen con
anterioridad, pues lo hacen a consecuencia de las disposiciones aprobadas en el
Concilio de Trento (1545-1563), en cuyo Decreto “Sobre la invocación,
veneración y reliquias de los santos, y de las sagradas imágenes” se recoge la
función de las imágenes como forma de instruir por medio de ellas, así como la
posibilidad de los fieles de imitar o representar a los santos. Sin embargo, y
aunque dejamos la puerta abierta a su existencia previa, los primeros
documentos escritos que nos hablan de ellas provienen de la Cofradía de JesúsNazareno, y a ellos debemos remitirnos.
Son los Fariseos (sin continuidad en nuestros
días) los primeros en dibujarse en la memoria de nuestra Semana Santa; en 1661
vendrán los Evangelistas, y los Apóstoles en 1662. A lo largo del siglo y medio
siguiente, excepto en los años en los que la celebración de la Pasión se
tornaba imposible –fuese por los decretales, o por la dureza de los tiempos– surgirán
incesantemente nuevas y originales figuras.
Sin embargo, y prácticamente
desde su misma aparición, desde el mismo origen de las figuras, y paralela a la
extraordinaria acogida que encuentran en el pueblo llano, nos encontramos con
el desprecio, con la no aceptación por parte de las ramas y expresiones más estrictas
de la Iglesia. Así ocurre, por ejemplo, con la Escuela de Cristo, institución
católica fundada en Madrid 1653 para la mejora de la vida cristiana de sus
miembros. En la Puente de don Gonzalo se fundó en la ermita del Dulce Nombre en
el año 1673, consecuencia de una visita que el año anterior había girado a la
villa una misión de religiosos descalzos que aconsejaron fundar dicha Escuela.
En la Junta de Ancianos del 30 de junio de 1712, vemos ya que excluían de la
misma, no sólo a quienes practicasen el juego de pelota, sino a todo aquel que
en las procesiones usare cabellera
(obviamente, se refiere a quien procesionase lo que hoy son nuestras figuras),
capirote o “traje profano”.
Es muy interesante la
reflexión –que comparto absolutamente– del profesor Jiménez Rodríguez respecto
a las relaciones de la Iglesia con la forma pontana de expresión de la Semana
Santa. Se refiere don José Segundo a que la autoridad eclesiástica ha dejado
pasar durante siglos la oportunidad de comprender (y, por lo tanto, de
encauzar) la manera en la que los hombres de aquella Puente de don Gonzalo entendían
la Semana Santa, lo que –ya por entonces– era su forma tradicional de
expresarla, vivirla y sentirla. Lejos de procurar su entendimiento, lejos de
subsumirse en ella y navegar en el mismo mar que su rebaño, la atacó
indolentemente durante siglos a través de los decretos.
Así, nos encontramos con
el firmado el día 22 de febrero de 1715, el del obispo de Córdoba, el
mercedario don Francisco Solís Hervás (obispo entre 1714 y 1716), en la que,
recogiendo las noticias que le llegan sobre determinados excesos, nos dice que…
“Por cuanto a nuestra noticia ha llegado que en las procesiones que se hacen en la villa de Puente D. Gonzalo de este nuestro obispado, los viernes de cuaresma y toda la semana en memoria y reverencia de la Pasión de Nuestro Redentor Jesucristo, con ocasión de ir los hermanos y cofrades que componen dichas procesiones vestidos de túnicas, cubierto el rostro, especialmente algunos mozos de corta edad, que sirven más de irrisión que de edificante a los demás, y cometen otros desórdenes como el de vestir los hermanos las albas que sirven y están dedicadas al culto Divino, y con ellas suelen hacer algunas operaciones indecentes y, asimismo, el que antes y después de dichas procesiones comen y beben en las ermitas y lugares sagrados, […] mandamos en virtud de santa obediencia y pena de excomunión […] a todas las personas de cualquier grado, condición y calidad que sea que hayan de asistir los referidos días de cuaresma y Semana Santa a las procesiones que en adelante se celebren en la dicha Villa de la Puente D. Gonzalo, llevaren el rostro descubierto, sin capillo ni velo, ni otra cosa alguna, y que no concurran en ella con penitencia de disciplina y cruces, mozos que no pasen de veinte años, y que los hermanos no vistan albas, ni los ministros de las iglesias se las den para semejantes funciones, y que ni antes ni después coman ni beban en las ermitas y lugares sagrados dedicados a Dios […]”.
Es curioso constatar,
a raíz de la lectura del decreto, que las subidas de Cuaresma (no sabemos si a
la desaparecida ermita del Calvario, o a la de Jesús Nazareno) se llevaban a
cabo los viernes, y que “los primeros cuarteles de Semana Santa”, allí donde
los hermanos y cofrades se reunían para comer y beber con ocasión de las
procesiones, eran entonces las propias ermitas. Cien años más tarde (en 1816 el
Vicario Palma nos informará de ello) la Vía Sacra seguirá saliendo todos los
viernes de cuaresma. Desde luego, si desde el sillón del obispo no se llegaban
a entender estas manifestaciones, los hombres de iglesia de la villa sí lo
hacían, pues son ellos precisamente quienes facilitaban las albas. Es hermoso
pensar, por otro lado, que el obispo, cuando se refiere a que los mozos jóvenes
vestían con túnicas (sirviendo “de irrisión”) está aludiendo, quizás, a las
primeras túnicas de rebateo.
Poco efecto debió
surtir el decreto obispal, pues en el libro de la Cofradía de Jesús Nazareno, en
las cuentas de la Semana Santa de 1721, se insiste en la compra de vino dulce,
vino tinto, pescado, etc. para los soldados, cuadrilleros, verdugos… La
Cofradía de Jesús, a resultas de ello, en 1730 resultó amonestada por el Visitador,
bajo amenaza al Hermano Mayor (léase Cofrade Mayor) con pena de cincuenta
ducados y excomunión.
A finales de aquella
misma década de 1730, hubo algunos años en los que, por motivo de enfermedades,
epidemias o malas cosechas, no pudo celebrarse la Semana Santa, lo que –unido a
las reticencias, obstáculos y dificultades que Iglesia oponía– hizo que bastantes
figuras se perdiesen en el tiempo.
Pero tampoco quisiera
que nos llevemos a engaño y nos formemos una visión errónea del actuar por
parte de la autoridad eclesiástica. Fueron los hombres de iglesia quienes
velaron por el correcto cumplimiento de las órdenes y mandatos del obispo, y respetaron
y participaron de nuestras costumbres y tradiciones, siempre y cuando no cayesen
en lo grosero. Y ahí es donde los clérigos y presbíteros de la villa aplicaron
su magisterio. Fueron ellos quienes, con su mejor voluntad, con su ejemplo e indicaciones,
contribuyeron a que la Semana Santa se alejase de lo profano y soez; quienes
velaron para que todas las manifestaciones de fe se alejasen del pecado y la
grosería. Y ese magisterio de fe, y ese acompañamiento dulce –duro e
implacable, si era necesario– contribuyó de igual manera a la pervivencia de
las figuras bíblicas, pues sin un sustento de fe y respeto, sin unos cimientos
firmes, sin un conocimiento serio de qué representa vestir, “revivir” a un
personaje de la historia sagrada, estoy convencido de que, con el correr de los
años, nuestras figuras se habrían borrado de la historia, como volutas de humo
en el aire.
Por el año 1780, el
Viernes Santo se celebraban dos sermones, uno muy temprano, al amanecer (llamado
el sermón de la Pasión) y otro en la calle, “en la plaza nueva” (el sermón del
Paso). Por aquellas mismas décadas encontramos una carta de un sacerdote de la
villa al Vicario General, en la que le comunicaba la conveniencia de que las
procesiones acabasen antes de que llegase la noche. Basaba su preocupación en
que había tenido la oportunidad de oír en confesión “culpas de adulterio, estupros y demás especies que, con el pretexto de
ver las procesiones y oír el sermón, han tenido ocasión para cometerlas,
profanando la ley eterna de Dios y los días que nos anuncian los más terribles
y santos misterios”. No podemos exigir, no ya a un sacerdote, sino a
cualquiera que vele por la santidad de las procesiones de Semana Santa, que
permanezca indiferente ante tales escándalos.
Las figuras se representaban
entonces con túnicas y mantillas de colores, con franjas doradas y plateadas,
rostrillos con cartelas en la frente para indicar el personaje representado y,
en lugar de cabelleras, cerros de cáñamo. Los Apóstoles y los Evangelistas iban
todos con la misma vestimenta; procesionaban, además, soldados con su capitán
al frente, Adán y Eva, los ladrones, la Justicia y la Misericordia, Abraham con
el carnero, discípulos, ángeles, sayones, viudas… y los nazarenos con túnica,
capillo y las caras cubiertas.
No conforme con las
figuras, viendo además en ellas resquicios carnavalescos, irrespetuosos e,
incluso matices de superstición, continuarán los distintos obispos de Córdoba,
a través de sus decretos, procurando la desaparición de las figuras. Así lo
hará el obispo Cebrián en 1744 (que lo fue entre 1742 y 1752), permitiendo las
imágenes de bulto, pero proscribiendo las representaciones en vivo.
Es una constante que
vuelve a repetirse en el Decreto del obispo de Córdoba Agustín Ayestarán y
Landa el 2 de abril de 1800:
Cruz de Ayestarán (1803) en tiempos de los ermitaños.Al fondo, junto a la cruz, "el sillón del obispo"mandado construir por Trevilla"Entre otros desórdenes que se notan en las procesiones que por la Semana Santa se hacen en esta villa, se me ha dado noticia de varios abusos introducidos en ellas, como son las representaciones de los Profetas, Apóstoles, Evangelistas y otros personajes ridiculizantes, figurados para significar a los sayones y al traidor Judas; todo lo cual, además de impedir la devoción a las Santas Imágenes, y piadosa meditación de los pasos que representan, es causa de mil embriagueces, infracciones del ayuno y otros males de no poco pequeño escándalo.
En efecto, son demasiado graves para dejar de prevenir a Vd., como le prevengo, de que poniéndose de acuerdo con el Señor Corregidor de esa, y conformándose con lo establecido y mandado por las Reales Órdenes y lo dispuesto por los Sinodales, trate seria y eficazmente de impedir todas esas representaciones de los Santos y demás personajes que se figuran con tanta irrisión, haciendo entender a las hermandades se abstengan de sacarlas en sus Procesiones, como tan impropias y ajenas al decoro y majestad de la religión, que tanto se interesa en la decencia y honor que corresponde a las Sagradas efigies, sin necesidad de suponer nuevos objetos que, lejos de conducir a la verdadera devoción, solo sirven para excitar la curiosidad, distraer a los fieles, conmover al Pueblo, y reunirlo en excesivos concursos, con tanto perjuicio y detrimento de las conciencias. Y Vd., por ningún pretexto, permitirá ni consentirá que se haga uso de las vestiduras sagradas destinadas a la solemnidad del culto divino para fines tan profanos, como los de representar con las albas, cíngulos, estolas y capas pluviales, a Caifás, Anás y Pilatos: insistiendo con eficacia en proveer de todos los medios más oportunos a fin de evitar los desórdenes y excesos que produce el mucho concurso, y que se cometen entre el bullicio y confusión de personas de ambos sexos en los patios y cuartos inmediatos a la ermita de la Caridad con ocasión de los ejercicios que en ella se practican de las tres horas, donde se me asegura ser muy visible los delitos y muy fatales las consecuencias".
El 5 de abril de 1800
el vicario de la villa, Cristóbal de Reina Trejo puso el anterior escrito en
conocimiento del notario, pidiéndole que le acompañase a ver al juez de la
villa, Juan Antonio de la Plaza, para leérselo, quedando a su cargo compartirla
con los cofrades y dar a la parroquia y ermitas las providencias necesarias
para que dicha orden se llevare efecto.
Cuatro días más tarde,
el 9 de abril, don Cristóbal contesta al obispo que se han cumplido sus instrucciones
tanto en la parroquia, como en las ermitas y en los dos conventos, habiendo
instruido en ese sentido a los cofrades de las procesiones.
Pero no debió dejar
muy convencido al obispo esa carta del vicario de la villa, porque el 10 de
marzo de 1801 éste recibió una nueva orden del Vicario General del Obispado,
Manuel Espejo y Piñar, instándole a prohibir cualquier procesión que no contase
con el permiso del obispado. Para ello tendría que remitir un informe sobre
sobre su forma de procesionar, su modestia, o los desórdenes que provocaren,
así como “si en ellas se representa la
Pasión de Nuestro Señor Jesucristo por imágenes, Pasos de bulto, o si la representación
es más al vivo”. Sin embargo, el 31 de marzo Manuel Espejo autoriza la
celebración de la Semana Santa.
Quisiera detenerme,
siquiera un momento, en la persona del vicario don Cristóbal Reina Trejo (en su
tiempo Trexo), por quien siento un
sincero afecto y profundo cariño. Había nacido en 1730 en Puente don Gonzalo,
hijo del montillano Dionisio Antonio Bautista Reina de los Reyes (escribano
público) y la lucentina Catalina Juana Ruperta de Nebrija y Trejo (ambos, padre
y madre, vecinos de la Puente, donde habían contraído matrimonio en 1725). Tuvo
un hermano de nombre Joseph Nicolás, de quien parte en Puente Genil toda la
descendencia de apellido Reina. Amparó
y tuteló a un chiquillo, recadero de los frailes en el convento de la Victoria,
haciendo posible su ingreso en la orden de los Mínimos. Este rapazuelo tomó los
hábitos, siendo luego conocido como Fray Clavellina, quien llegaría a ser
nombrado –rehusando esta responsabilidad– Prior General de su Orden. Cuando fue
elegido Provincial, estando ya en Lucena, su convento de Puente Genil llevó a
cabo un solemne y larguísimo repique de campanas, desde las nueve hasta la once
de la mañana. Entre su ingreso en el convento de Puente Genil y su
fallecimiento en Lucena en 1847, donde fundó el Colegio de Humanidades Santa
Isabel (de quien era muy devoto, por una imagen que había en Los Frailes), una
vida entera de santidad y entrega al prójimo.
Vivía don Cristóbal en
la actual calle Angelita Martín Flores, siendo cura de la parroquia desde 1776,
rector de la misma en 1778 y vicario entre 1779 y 1802, cuando falleció.
Fue él quien, a pesar
de su lealtad, obediencia y rigurosidad, cada vez que tenía que informar al
obispo sobre el estado de las celebraciones de Semana Santa en Puente d.
Gonzalo, procuraba minimizar –cuando no ocultar– algunos pecadillos y excesos
de aquellos hombres vestidos de figuras, suavizando de alguna manera la visión
del obispo de la realidad pontana. No me cabe duda de que en el día a día, en
el tú a tú, don Cristóbal exhortaba a sus parroquianos al estricto cumplimiento
de los mandatos del obispo. Sin embargo, desde la comprensión de las actitudes
de aquellos hombres buenos, cristianos y honrados en su inmensa mayoría, hombres
que amaban a su Semana Santa y sus tradiciones, cimentadas sobre un sentido
profundo de la fe y la religión, contribuyó enormemente a la pervivencia de los
desfiles de figuras durante casi un siglo, haciendo posible su llegada hasta
nuestros días. Es motivo de orgullo sincero, comprobar cómo los ecos, las
actitudes y el comportamiento, la forma de ser y de ofrecerse a los demás de un
solo hombre, o de un puñado de ellos (pues no sería don Cristóbal el único
hombre de Iglesia que comulgó con nuestras tradiciones), tiene aún su reflejo
en nuestros días, doscientos y pico años después de su muerte.
Un ejemplo más de la
honestidad del vicario don Cristóbal, lo encontramos en la correspondencia que
mantuvo con el duque de Medinaceli. A finales del XVIII se estaban acometiendo
obras de reforma, pagadas por la casa ducal, en la parroquia de Nuestra Señora
de la Purificación, cuyo estado, debido al abandono en que los señores la
tenían sumida, era deplorable. Opinaba el vicario que las obras que estaban
siendo dirigidas por el maestro Antonio Román, no se ejecutaban de la manera correcta,
por lo que le quitó las llaves, cesaron las reformas y escribió una deliciosa
carta al señor duque diciéndole, entre otras lindezas, que “tiene su Excelencia en este pueblo una
iglesia como un molino, y un molino como una iglesia”. Se refería el bueno
de don Cristóbal al excelente, amplio y saneado molino (aún en pie en los
Llanos de la Piedad, junto a la cuesta del Molino) y al lamentable estado en el
que se encontraba la parroquia.
Seguimos con nuestro relato
Más que una defensa de
los hombres y mujeres de aquel lejano Puente Genil, veo una reacción del
vicario Juan Francisco de Palma (sucesor de don Cristóbal Reina) a las
murmuraciones, denuncias anónimas y malintencionadas, que siempre las hay. Me refiero
con ello a la denuncia que Francisco Blázquez envió al obispo el 13 de junio de
1806, en la que le informa sobre unos rosarios que se estaban haciendo a las
once de la noche, en los que se mezclaban hombres y mujeres. Aquel rosario,
decía Blázquez, finalizaba a las dos de la madrugada e, incluso, hasta que se
hacía de día. Frente a ello el vicario de las iglesias de Puente Genil informa
al obispo de que es cierto…
“que en esta villa salen dos rosarios de hombres todas las noches tocadas las ánimas, el uno de la parroquia, y el otro de la ermita de la Concepción, y éstos, de inmemorial tiempo, hacen novenario los siguientes días desde el primero de mayo, y el otro desde Pascua de Espíritu Santo a la ermita de Jesús Nazareno, extramuros de esta villa, […] volviéndose a sus iglesias inmediatamente que cantan el miserere a Dios Nuestro Señor, ocupándose en esta rogativa una hora a corta distancia”.
Y dirá, además, que se
hacen sin escándalo y con mucha devoción. Como curiosidad, encontramos de nuevo
en esta carta una llamada, una pista, una posible alusión a los antecedentes e inicios
de las actuales subidas cuaresmales.
Al año siguiente, el
30 de marzo de 1802 autorizan de nuevo los desfiles, siempre que cada procesión
sea precedida de la Cruz Parroquial y que se desfile con compostura y modestia,
pero se prohíben “las ridiculeces y
figuras extrañas, que una piedad mal entendida, un fervor muy indiscreto y una
ignorancia muy crasa, ha solido introducir en semejantes funciones contra el
espíritu de la Iglesia […]”. Se proscriben asimismo los azotados, aspados,
empalados o el desfilar con la cara cubierta, y se añaden una serie de
prevenciones para evitar escándalos y desórdenes, como que las cofradías que
salieran por la mañana lo hiciesen después de haber salido el sol y que las que
desfilaren por la tarde, acaben sus recorridos antes de caer la noche.
En años posteriores
las figuras siguen saliendo a la calle, pero para 1804 el Vicario General,
Manuel Espejo, insiste en no autorizar el desfile “de ningún paso de la Pasión que se intente representar por personas al
vivo con mascarillas, cabelleras, u otro trae alguno; lo que absolutamente
prohibimos a pesar de cualesquiera costumbre y práctica que para ello se alegue
[…]”.
En 1808 la memoria del
obispo Pedro Antonio de Trevilla (obispo entre 1805 y 1832), firmada en la
Puente de don Gonzalo (por su “Santa Pastoral Visita”) el 14 de enero de 1808
nos dice que
“de ninguna manera puede consentirse que los símbolos de ellas se coloquen en hombres, muchachos y niñas que, por sus caracteres y cualidades personales, atraen la atención e quien los ira, debilitan y confunden la alusión que momentáneamente tienen, y no puede resultar una sólida devoción en los individuos del pueblo, ni una seria ni útil atención a los objetos que presentan […]. Por tanto […] debemos mandar omitir, como mandamos y prohibimos, todos los pasos representados por hombres, mujeres y niños, debiendo solo quedar los delas imágenes sagradas […].”
Sillón del Obispo, en las ermitas, construido por Trevilla
para la contemplación del valle del Guadalquivir y la campiña
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El vicario Juan
Francisco de Palma optará por unir sus fuerzas a las del poder civil, por lo
que en unión del Corregidor irá consiguiendo pequeños logros en años sucesivos
para el cumplimiento de los decretales. En 1815 tenemos noticias de que, en la
misa del Domingo de Ramos, a la que asistió el Corregidor, el Ayuntamiento y
“numeroso pueblo”, les recriminó la actitud de determinadas conductas durante
la Semana Santa, advirtiéndoles de “cuantos
males nos podría acarrear una obstinación en desobedecer el decreto”. El mismo
corregidor emitió un edicto en idéntico sentido, que fue puesto en las esquinas
previniendo a todos para que guardasen la compostura y modestia en las
procesiones. A raíz de ello, el vicario informó de que en aquel 1814 las
procesiones habían salido con total normalidad, pero con más seriedad y silencio,
habiendo logrado que ningún “enmascarado” entrase en la parroquia. También en 1816
salieron las figuras y procesiones con normalidad, si bien se incorporaron las
de los apóstoles, que llevarían unos veinte años sin procesionar.
Advierte Jiménez
Rodríguez, que es posible que en ese tiempo las figuras se hubieran separado ya
del tronco común de las cofradías -que estaban languideciendo- (“de treinta
años a esta parte, las Cofradías no pueden reputarse como tales”, había dicho
el Vicario Palma en 1809), organizándose en grupos independientes, aunque
sometidos a las presiones de los decretos y sus prohibiciones. No podemos
asegurar la realidad de tal aseveración, que don José Segundo también formula a
modo de conjetura, pero es una posibilidad que hemos de tener en cuenta.
En 1817, tras la
intervención de la Real Chancillería de Granada, se consigue lo que tanto
anhelaban: “Las procesiones de Semana Santa se verificaron en este pueblo sin
figuras ni máscaras”. Es, posiblemente, el comienzo de un período oscuro de
nuestra historia en el que las figuras bíblicas son relegadas al ostracismo.
Obispo Pedro Antonio de Trevilla |
Y es en este estado de
cosas en el que la pervivencia de las figuras se antoja complicada, cuando llegamos
al año 1820 y, con él, al definitivo decreto del obispo Pedro Antonio de
Trevilla. En la misma línea de sus predecesores, pero esta vez contando con el
apoyo incondicional del Consejo Supremo de Castilla, que el 18 de febrero de
aquel mismo año emitió un decreto para los miembros de justicia de todas las
ciudades del reino ordenándoles el auxilio a los obispos en el asunto de las
procesiones de Semana Santa. Fruto de ello es el un reglamento compuesto por
veinte artículos, en el que se proscriben definitivamente las figuras; se reducen
las procesiones de Semana Santa exclusivamente al Viernes Santo; se prohíbe el
uso del palio y exhorta a vestir a las imágenes con recato, modestia y
austeridad. Se prohíbe el uso de túnicas y ordena la presencia del clero, debiendo
ir cantando el miserere durante todo el recorrido, y una serie de medidas que
cambiarían, en toda la provincia y para siempre, la configuración tradicional
de la Semana Santa.
Desconocemos los años
durante los cuales no desfilaron las figuras, pero es lo cierto que los hubo.
Quizás se fueron alternando períodos de surgimiento y desaparición de lo que
luego, en la década de 1870, Aguilar y Cano y Pérez de Siles llamarán
“comparsas”. Los insignes historiadores se refieren a ellas como una realidad
que viene de antiguo, que están plenamente asentadas (independientemente de que
se muestran partidarios de su desaparición), lo que nos da una pista sobre la
más o menos continua pervivencia de las figuras que, de una otra manera,
siempre se han mantenido constantes o, al menos, con una presencia latente en
Puente Genil, gracias a lo que el profesor Juan Ortega Chacón -y enlazo de
nuevo con el inicio de este trabajo- denomina el “Puente Genil desobediente”.
A modo de conclusión
José Segundo Jiménez Rodríguez,
en Los Mosquitos, mayo 1995
|
Puente Genil ha sabido
mantener e impulsar las figuras bíblicas como manifestación personal de fe y de
respeto a la tradición. Pero no sólo eso, a su alrededor ha construido todo un
mundo, el universo de las corporaciones bíblicas. Son ellas el elemento diferenciador
de nuestra Semana Santa; es de ahí de donde surge también el Imperio Romano y
lo que hemos llamado la música autóctona de Puente Genil. Es de ahí de donde
parten hoy –en gran medida– las celebraciones de las cabalgatas de Reyes Magos,
o las Cruces de Mayo, o las grandes campañas solidarias en beneficio de los más
desfavorecidos. Es de ahí, de esas corporaciones aglutinadas en torno a las
figuras, de donde han surgido multitud de libros y revistas culturales,
recopilaciones de músicas y cantos corales, de donde han manado elementos de
expresión como la saeta cuartelera, o movimientos de restauración y protección
del patrimonio cultural. Es de ahí de donde parten esas escuelas de vida, de
compromiso y convivencia entre generaciones, llamadas cuarteles de Semana
Santa.
A pesar de los
múltiples ataques y provocaciones que sufre el mundo de la Semana Santa, y con
él las figuras bíblicas, y las corporaciones, y las cofradías, gracias al convencimiento
de que lo que estamos haciendo es bueno –igual que era bueno lo que hacían nuestros
paisanos de los siglos XVII a XX–, nuestros hijos y nietos podrán sentir y
estremecerse con las mismas sensaciones que en Puente Genil llevamos
emocionándonos más de cuatrocientos años.
- Miradas del pasado, Cristóbal Reina y Trexo (Lorenzo Reina Reina). El Pontón núm. 361 abril 2019.
- Fray Clavellina (Rafael Bedmar López). El Pontón núm. 225 noviembre 2006.
- Portada (Antonio Illanes Velasco). El Pontón núm. 25 septiembre 1988.
- Antropología Cultural de Puente Genil I. La Corporación: El Imperio Romano (colección Anzur, volumen XIV, Puente Genil, 1981). José Segundo Jiménez Rodríguez.
- Antropología Cultural de Puente Genil II (1ª parte). La Cofradía de Jesús Nazareno (colección Anzur, volumen XXII, Puente Genil, 1986). José Segundo Jiménez Rodríguez.
- Antropología Cultural de Puente Genil II (2ª parte). La Corporación: El Apostolado (colección Anzur, volumen XXIII, Puente Genil, 1987). José Segundo Jiménez Rodríguez.
- Puente Genil siglo XIX 1800-1834 (colección Anzur, volumen XIX, Puente Genil 1985). José Segundo Jiménez Rodríguez.
- Aproximación histórica y perfil antropológico. Juan Ortega Chacón. Corporación bíblica Judith y la Degollación de San Juan Bautista, Poesía e Historia (1890-2015). Diputación de Córdoba (depósito legal CO 395-2015).
- Referencias en internet:
- http://wikipedia.org
- http://notascordobesas.blogspot.com/
- https://losevangelistas.com/
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