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miércoles, 7 de mayo de 2025

La sublime amistad y un precioso homenaje a don Baldo


En junio de 1913 el Teatro Circo de Puente Genil acogía la representación de Plutón, comedia original de don Baldo, Baldomero Giménez Luque, un personaje imprescindible para entender el movimiento social y cultural del primer tercio del siglo XX en Puente Genil.  


No solo no he podido localizar un ejemplar de la obra, sino que ignoro si don Baldo llegó a publicarla. Sí sabemos, sin embargo, que fue tal su éxito que el autor hubo a saludar al respetable desde la escena al terminar cada uno de sus tres actos, algo, desde luego, poco frecuente.

Aún no habían cesado los aplausos y los vítores, cuando entre los amigos de don Baldo corrió la idea de rendirle homenaje de admiración y simpatía, asumiendo la responsabilidad de organizar tal reconocimiento, su amigo y abogado Francisco Sampedro Martínez.

Manuel Pérez Carrascosa, El Pontón nº 64 abril 1992

Todo cuanto aconteció ha llegado a nosotros a través de la crónica de Manolo Pérez Carrascosa —quien con frecuencia firmaba como Abul Beka— y Julio (Giménez de) Montilla e Ibarra, grandes poetas, amigos y colaboradores de don Baldo, quienes tuvieron la ocurrencia de “asaltar” su imprenta —La Estrella— y “apropiarse” de aquella edición de finales de junio de 1913 de El Aviso. Por ellos sabemos que la comisión encargada de la organización del homenaje los visitó para pedir su adhesión al mismo y, cómo no, la oportuna colaboración económica.  Con enorme simpatía relatan su sorpresa al sentirse asaltados y, dado que ninguno de ellos tenía una perra chica, mediante un soneto titulado “Homenaje muy sincero/ de dos pollos sin dinero” se adhieren y excusan al mismo tiempo:

Voto a Dios que me espanta esta pobreza

que la mente resiste a concebilla,

mas se trata de “Abul” y de Montilla

¡miseria monetaria en una pieza!

 

Por Jesucristo vivo, no es simpleza

traer a colación tal maravilla,

pues lo mismo en la Puente que en Sevilla,

poetas sí, por Dios, mas sin riqueza.

 

Apostaría a que el ánima del muerto

(Plutón por sobrenombre el condenado)

en el infierno llora amargamente.

 

¿Quién duda que es verdad? Nada más cierto,

Plutón, como nos, está ¡ay! bollado,

y el que dijera lo contrario, miente.

 

Por eso incontinente

miramos al trasluz la banquetada

que rinden a una gloria bien ganada.


Obviamente, se adhirieron al homenaje que tuvo lugar en el amplio patio de la fonda La Andaluza, regentada por Francisco Cabello Rivas, y a la que asistieron más de setenta personas en un ambiente de sana alegría. El menú, sin responder al lujo, sí satisfizo a los comensales, quienes, además de ensalada, entremeses, dulces, helados y vinos, pudieron degustar una sopa de menudillo, legumbres en salsa, ternera a la provenzal, pescada a la mayonesa y pollo asado.

Además del propio don Baldo, ocupaban la mesa presidencial el alcalde Alfonso Ariza Estrada (lo fue desde comienzos de 1912 hasta el 20 de diciembre de 1913), el diputado Francisco Morales Delgado; el juez Manuel Parejo Delgado; y los tenientes alcaldes José E. Delgado Bruzón (aquel de la trifulca con pistolas —que afortunadamente no llegó a más— con Miguel Romero), Wenceslao Aguilar Ortega y Pablo Ortega Montilla.

Fue el primero en tomar la palabra y dar inicio a los brindis e intervenciones Francisco Sampedro, quien ofreció el banquete al homenajeado. Terminada su intervención entró en acción Abul Beka para dedicar a don Baldo el siguiente soneto, en el que expresa ufano la inmensa alegría que le provoca el éxito del amigo:

 

La mente se resiste a creer lo cierto…

¿Es verdad, Baldomero, que has triunfado?

¿es verdad, caro amigo, que has llegado

del escritor al anhelado puerto?

 

¿Es verdad que se muestra el cielo abierto

ante tu ser, de lauros coronado?

“La Traviesa” y ”Plutón” te han transportado

a tan grate mansión desde el desierto.

 

Bien claro lo demuestra este banquete

piedra primera de la justa gloria

que te veo conquistar paso tras paso…

 

Ciña tu cuerpo el férreo coselete,

empuña ya el lanzón y a la victoria;

¡el Parnaso te espera: ve al Parnaso!

Julio Giménez de Montilla Ibarra, 1907

A partir de la poesía de Bernardo López García “El dos de mayo” («Oigo, patria, tu aflicción/ y escucho el triste concierto/ que forman, tocando a muerto/ la campana y el cañón […]»), el joven e ilusionado Julio Giménez de Montilla crea una versión titulada “El dos plutoniano”, versos que debió recitar entre risas y aplausos, y algunas de cuyas claves (por estar referidas a bromas y chanzas del momento, que nos son ajenas) hoy se nos escapan. Un registro festivo y guasón, al que el bueno de Julio —romántico, lírico y galante— no nos tiene acostumbrados. Él mismo así lo entiende y nos lo confiesa en la última estrofa de su composición. 

Duele pensar que solo un año más tarde de cuanto acontece, el joven, el bohemio y enamoradizo poeta, el culto, nostálgico e inteligente poeta, «el último gran romántico de los poetas de Puente Genil», como lo definía Carlos Delgado, puso fin a su existencia disparándose con un revólver en la cabeza.

Veo amigo tu emoción

y el escucho el grato concierto

que forman con tu cubierto

acá los del atracón.

Sobre tu ígnea razón

miro flotantes jamones

y oigo alzarse a otras regiones

en estrofas culinarias,

del cólico las plegarias

en sendas detonaciones.

 

¿Ríes porque te ensalzaron

los que al fin te conocieron?

a ti, a quien siempre quisieron

porque tu gloria admiraron;

a ti, por quien se inclinaron

hasta las tiendas de lona;

a tu Musa la matrona[1],

la que por su dicha plugo

no tener otro verdugo

que el peso de su corona.

 

Doquiera la mente mía

sus alas de pavo leva,

allí una estatua se eleva

cantando tu gran valía.

Desde la cumbre bravía

que el sol de aquí tornasola

hasta Larache que inmola

a Romanones en guerra,

no hay un pedazo de tierra

sin una “Traviesa”[2] sola.

 

Tembló el orbe a tus creaciones

y de la espantada esfera

no ha cesado la carrera

no obstante tus producciones.

Nadie dudó en las razones

que confirman tu victoria,

pues de tu gigante gloria

no cabe el rayo fecundo

ni en los ámbitos del mundo,

ni en el hueco de una noria.

 

Siempre en lucha desigual

cantan tu invista arrogancia

Estepa, Rute, Numancia.

Herrera y el Palomar.

En tu numen virginal

no arraigan conceptos hueros

pues indómitos y fieros

tus pensamientos, vasallos,

saben hacer capisallos

de los estros forasteros.

 

¡Y aún hubo en la tierra un hombre

que no creyó que eras tanto!

Espacio falta a mi canto

para maldecir su nombre.

Aún cuando el Puente se asombre

con ansia abriré la Historia:

dame café, no achicoria,

y Almagra y todos a coro,

y si me aprietan, Teodoro,

participen de tu gloria.

 

Aquel literato hambrón

que en su delirio profundo

a Don Quijote en el mundo

nos lanzó de sopetón.

Aquel Cervantes guasón

que sin saber escribir

no comprendió a percibir

(ebrio de necio valer),

que no puede pobre ser

pueblo que sabe reír.

 

¡Hurra! clamó ante el altar

un Párroco que delira;

¡hurra! repitió la lira

con frenético cantar;

¡hurra! gritó al despertar

el pueblo que no se aterra;

y cuando en pontana tierra

tus méritos conocieron

hasta las bocas se abrieron

¡y cualquiera va y las cierra!

 

Las viejas con gran temor

medrosas saltan del lecho

y hasta los niños de pecho

se empaparon de… sudor.

La madre mata el calor,

y cuando fresca ya está

grita al hijo que se va:

«Pues tu flaqueza lo quiere,

lánzate al casorio y muere:

tu suegra me vengará».

 

Y suenan locas canciones

y saetas bereberes,

y hasta las mismas mujeres

empinan los botellones.

Al pie de férreos balcones

al grito de “Almagra” zumba,

y por la popa retumba

y el del cólico se aferra

en que allí le falta tierra

para ca...so de rebumba.

 

Paisanos que en amistad

de la jarana al arrullo

fuisteis de la fiesta orgullo,

para mis versos, piedad.

Tras de comer, descansad,

que arrepentido y sincero

os juro a fe de coplero

que hasta que España sucumba

no saldrá más de su tumba

mi numen chirigotero.


El juez del municipio, Manuel Parejo Delgado, además de ser hermano del célebre judeo “Poíto”, era hijo de Leopoldo Parejo Reina, extraordinario y prolífico vate, considerado entonces el decano de los poetas de la Puente. Es en nombre de su padre (cuya guasa se atisba en la risa sincera que sus versos provocan), que el juez Manuel Parejo se levantó y dio lectura a las siguientes redondillas:

Aunque no he visto tu obra

y nada puedo decir,

tengo gusto en aplaudir,

que un aplauso nunca sobra.

 

Y te diré, en conclusión,

que este aplauso que te envío,

es sincero, porque es mío,

que aplaudo de corazón.

 

A lo anterior, y podemos imaginar el ambiente festivo, de sincera y hermosa camaradería, respondió el homenajeado con unos versos, en los que descubro el dominio de una poesía espontánea de lenguaje sencillo y cercano. Mas, por encima de todo, percibo la declaración de amor inmenso a Puente Genil de un hombre nacido en 1872 en Vélez Málaga, huérfano de padre y madre desde muy niño, y para cuyo sustento hubo de trabajar, infante, en una fábrica de curtidos. Un joven que formó parte de una compañía de teatro que llevó sus representaciones por los pueblos de Sevilla, Cádiz y Málaga, a donde luego volvió para seguir trabajando en la fábrica de curtidos, estableciéndose más tarde en Puente Genil, donde abrió, primero, una imprenta en el número 3 de la Cuesta Baena y, luego, en el 17 de la calle Don Gonzalo. Periodista, dinamizador cultural, agitador de conciencias y, en palabras de don José Arroyo Morillo, «un genial poeta festivo, irónico y contundente. Le afluía el verso a torrentes. Sus críticas taurinas en verso fueron verdaderas joyas de destreza rítmica». En 1929 fue nombrado académico correspondiente de la Real Academia de Ciencias, Bellas Letras y Nobles Artes de Córdoba, cuyo discurso no llegó a pronunciar por su pronta muerte. A su fallecimiento, nos sigue contado Arroyo Morillo: «Don Rodolfo Gil Fernández, entrañable amigo y leal colaborador del extinto, pedía a Puente Genil un reconocimiento a Don Baldomero por toda su entrega en favor de un pueblo que no fué su cuna, por lo que estaba más obligado aún. Pedía algo tan sencillo como la dedicatoria de una lápida sobre la casa que le cobijó, y cuya dedicatoria rezase:

 

"Aquí vivió, luchó y murió, Don Baldomero Giménez Luque, periodista, Académico e impresor.

Hizo de nuestro pueblo su patria

de nuestra vida, su vida,

de nuestra exaltación su culto

y bandera de combate.

Recordarle es hacerle justicia

y enaltecerle, deuda de gratitud.

1872 – 1929».

 

Baldomero Giménez Luque, don Baldo.
Foto publicada en Mundo Gráfico. Revista Popular Ilustrada el 30 de abril de 1913

Faltaban aún para eso trece años. Pero esta noche festiva y alegre don Baldo recitó feliz y emocionado unos versos de agradecimiento y amor a Puente Genil:

 

Mis queridos amigos: si las grandes

emociones que siente nuestra alma,

llegando al corazón, huellas visibles

y eternas como el tiempo, en él dejaran;

y si posible fuera en un momento

tan rápido y fugaz como una ráfaga

abrir el pecho y presentar a todos

la sencilla leyenda que grabada

ostenta en su interior, yo en este instante

con placer sin igual, pronto rasgara

mi pecho, y mostrara la profunda

huella de gratitud, que cincelada

está en mi corazón, pero no puedo

romper ante vosotros la coraza,

y silenciosa en su carnosa cárcel

raudales vierte de sinceras lágrimas.

Quisiera poseer en este instante,

de Cicerón la sin igual palabra,

y recibir de inspiración divina

en un momento tan grande, la oleada

que pudiera expresar mi torpe lengua

lo que en forma vulgar no se le alcanza,

para poderos dar, cual corresponde,

por este acto las cumplidas gracias.

 

Pero no puede ser, y harto lo siento,

que los genios no abundan, y ellos marcan

épocas en los tiempos, y avaloran

el bello libro de la historia patria.

Así, pues, en lenguaje torpe, rudo,

os habré de decir, que si la causa

que motiva este acto, tan grandioso,

es el estreno de mi pobre drama,

yo lo rechazo, sí; pues considero

esta fiesta tan grande, inadecuada.

Una cosa tan pobre, tan pequeña,

no merece, a mi ver, grandeza tanta.

Yo no he hecho otra cosa, que cumpliendo

un sagrado deber que a todos llama

al campo de la lucha, a librar fuertes

del ideal sublime la batalla,

cumplir con mi deber, y en el teatro

cruzar gozoso mis primeras armas.

 

Mas, si vosotros veis en esa obra

no la sencilla forma literaria,

ni el interés dramático que pueda

encerrar en las redes de su trama;

sino que veis en el autor un hombre

de buena voluntad, que noble y franca,

al servicio de todos pone siempre

su pobre suficiencia, que es escasa,

entonces sí lo acepto, pues afirmo

y os juro, si es preciso, por mi ánima,

que en aquel fuerte yunque donde a golpes

la voluntad más firme se forjara,

batida está la mía, porque es fuerte

cual de rebelde acero, dura barra.

 

Acaso mi labor no fructifique

porque medio y ambiente me hagan falta,

o porque en esta, como en toda lucha,

las circunstancias especiales mandan.

Pero no cejaré. Yo necesito,

y lo digo, señores, con jactancia,

demostrar que si no tuve la suerte

de nacer y pasar mi triste infancia

en este pueblo hospitalario y noble

cuyo cielo purísimo me encanta,

le profeso un amor grande y profundo,

tan profundo y tan grande, que no halla

la idea mi cerebro, por mezquino,

ni mi boca por torpe, la palabra,

con que expresar la magnitud del término

que admita de este amor la comparanza.

 

Porque en él encontré franco cariño,

protección y amistad leal y franca,

y os juro que jamás clavó en mi pecho

la repugnante ingratitud su garra.

Por eso lucho y lucharé constante,

sin importarme que a mi paso salgan

los perros ladradores que interrumpen

del caminante ansioso la jornada,

y el mismo caso haré, que hacía la luna,

del importuno perro de la fábula.

 

Dicho todo lo cual, levanto ahora

esta copa en que el vino se derrama

como rebosa por mi ser el grande,

el puro sentimiento que lo embarga,

y brindo por vosotros, que olvidando

prevenciones y dudas harto rancias

me ofrecéis este obsequio, que agradezco

aquí, en lo más profundo de mi alma.

 

José Esteban Delgado Bruzón

Acabados los emocionantes versos de don Baldo, la concurrencia pidió la intervención de José E. Delgado Bruzón (sería alcalde unos años más tarde, entre 1916 y 1918), todo un personaje de la época, quien recitó los versos que el propio Baldomero Giménez le dedicara tiempo atrás, y que narran una historia deliciosa. En ella se pone de manifiesto la profundidad del sentimiento de don Baldo, así como su maestría para expresarlo de forma sencilla y clara.

 

Cuentan que cierto rapaz

alegre y de genio audaz,

porque era un chico precoz,

preguntóle en alta voz

a un profesor muy capaz:

Maestro, usted que ha estudiado

desde chico Matemáticas,

ciencia en que fama ha alcanzado

y de ella ha solucionado

cuestiones muy problemáticas;

usted que con mucho ardor

hizo de la noche día,

estudiando con amor

en su grado superior

la humana filosofía;

si es que afecto me profesa,

franco, leal, sin aliño,

dígame, pues me interesa,

cómo se mide o se pesa

la magnitud del cariño.

 

El profesor, al momento

concentró su pensamiento

en seria meditación,

y exclamó con noble acento

después de su reflexión:

Sin faltar a la verdad,

¿cómo podré, pobre niño,

explicar con claridad

la inmensa grandiosidad

que representa el cariño?

Yo lo ignoro, y no te asombre;

lo siento y no le doy nombre

a ese destello sagrado

que Dios ha depositado

en el corazón del hombre.

El cariño verdadero,

que es inmenso si es sincero,

no se ha pesado jamás,

ni medido, a lo que infiero,

con balanza ni compás.

Esto niño mío pienso

y te puedo contestar,

que el cariño, puro, intenso,

no se ha podido pesar

ni medir, porque es inmenso.

 

Y bien, nuestro amigo fiel:

si, según el sabio aquel,

para el cariño jamás

hubo regla, ni compás,

ni balanza, ni nivel,

¿cómo nosotros podremos

por mucho que meditemos

en la presente ocasión

decirle con precisión

lo mucho que le queremos?

 

Será, acaso, un desvarío;

mas nuestro afecto, yo fío,

que si siendo un imposible

tomase forma tangible,

no cabría en el vacío.

Poco a poco el banquete fue bajando de intensidad, y casi podemos ver los rostros satisfechos y sonrientes de los amigos, corbatines y lazos prácticamente deslavazados, y la sensación, no ya de haber hecho justicia, sino de haber hecho feliz al bueno de don Baldo, un corazón siempre al servicio de todos, una sonrisa abierta, franca, honesta; un alma buena, siempre dada a las causas más justas y honestas.

Y ya sabemos que cuando la fiesta mengua, hay siempre un grupo de irreductibles que se niegan a dar por concluida una ya de por sí intensa jornada festiva. Y tal pasó en este caso. Una docena de asistentes se decidió a continuar la fiesta, invitados a champán por Alberto Gálvez de la Cámara, que acababa de llegar de América, «brindándose por su feliz regreso, por el éxito de nuestro director[3], por la prosperidad del pueblo y por los hombres de buena voluntad que saben engrandecerlo».



[1] Doña Dolores o doña Soledad

[2] Título de una novela de D. Baldomero Giménez

[3] Se refiere a Baldomero Giménez, director del semanario El Aviso, en el que colaboraban Pérez Carrascosa y Giménez de Montilla, y a partir de cuya edición de 28 de junio de 1913 extractamos la historia narrada.