En junio de 1913 el Teatro Circo de Puente Genil acogía la representación de Plutón, comedia original de don Baldo, Baldomero Giménez Luque, un personaje imprescindible para entender el movimiento social y cultural del primer tercio del siglo XX en Puente Genil.
Aún no habían cesado
los aplausos y los vítores, cuando entre los amigos de don Baldo corrió la idea de rendirle homenaje
de admiración y simpatía, asumiendo la responsabilidad de organizar tal reconocimiento, su amigo
y abogado Francisco Sampedro Martínez.
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Manuel Pérez Carrascosa, El Pontón nº 64 abril 1992 |
Todo cuanto aconteció ha llegado a nosotros a través de la crónica de Manolo Pérez Carrascosa —quien con frecuencia firmaba
como Abul Beka— y Julio (Giménez de)
Montilla e Ibarra, grandes poetas, amigos y colaboradores de don Baldo, quienes
tuvieron la ocurrencia de “asaltar” su imprenta —La Estrella— y “apropiarse” de
aquella edición de finales de junio de 1913 de El Aviso. Por ellos sabemos que la comisión encargada de la organización del homenaje los visitó
para pedir su adhesión al mismo y, cómo no, la oportuna colaboración económica. Con enorme simpatía relatan su sorpresa al
sentirse asaltados y, dado que ninguno de ellos tenía una perra chica, mediante un
soneto titulado “Homenaje muy sincero/ de dos pollos sin dinero” se adhieren y excusan al mismo tiempo:
Voto a Dios que me espanta esta
pobreza
que la mente resiste a
concebilla,
mas se trata de “Abul” y de
Montilla
¡miseria monetaria en una
pieza!
Por Jesucristo vivo, no es
simpleza
traer a colación tal maravilla,
pues lo mismo en la Puente que
en Sevilla,
poetas sí, por Dios, mas sin
riqueza.
Apostaría a que el ánima del
muerto
(Plutón por sobrenombre el
condenado)
en el infierno llora
amargamente.
¿Quién duda que es verdad? Nada
más cierto,
Plutón, como nos, está ¡ay! bollado,
y el que dijera lo contrario,
miente.
Por eso incontinente
miramos al trasluz la
banquetada
que rinden a una gloria bien
ganada.
Obviamente, se adhirieron al homenaje que tuvo lugar en el amplio patio de
la fonda La Andaluza, regentada por
Francisco Cabello Rivas, y a la que asistieron más de setenta personas en un
ambiente de sana alegría. El menú, sin responder al lujo, sí satisfizo a los
comensales, quienes, además de ensalada, entremeses, dulces, helados y vinos,
pudieron degustar una sopa de menudillo, legumbres en salsa, ternera a la
provenzal, pescada a la mayonesa y pollo asado.
Además del propio don Baldo, ocupaban la mesa presidencial el alcalde Alfonso Ariza Estrada (lo fue desde comienzos de 1912 hasta el 20 de diciembre de 1913), el diputado Francisco Morales Delgado; el juez Manuel Parejo Delgado; y los tenientes alcaldes José E. Delgado Bruzón (aquel de la trifulca con pistolas —que afortunadamente no llegó a más— con Miguel Romero), Wenceslao Aguilar Ortega y Pablo Ortega Montilla.
Fue el primero en tomar la palabra y dar inicio a los brindis e intervenciones Francisco Sampedro, quien ofreció el banquete al homenajeado. Terminada su intervención entró en acción Abul Beka para dedicar a don Baldo el siguiente soneto, en el que expresa ufano la inmensa alegría que le provoca el éxito del amigo:
La mente se resiste a creer lo cierto…
¿Es verdad, Baldomero, que has
triunfado?
¿es verdad, caro amigo, que has
llegado
del escritor al anhelado
puerto?
¿Es verdad que se muestra el
cielo abierto
ante tu ser, de lauros
coronado?
“La Traviesa” y ”Plutón” te han
transportado
a tan grate mansión desde el
desierto.
Bien claro lo demuestra este
banquete
piedra primera de la justa
gloria
que te veo conquistar paso tras
paso…
Ciña tu cuerpo el férreo coselete,
empuña ya el lanzón y a la
victoria;
¡el Parnaso te espera: ve al
Parnaso!
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Julio Giménez de Montilla Ibarra, 1907 |
A partir de la poesía de Bernardo López García “El dos de mayo” («Oigo, patria, tu aflicción/ y escucho el triste concierto/ que forman, tocando a muerto/ la campana y el cañón […]»), el joven e ilusionado Julio Giménez de Montilla crea una versión titulada “El dos plutoniano”, versos que debió recitar entre risas y aplausos, y algunas de cuyas claves (por estar referidas a bromas y chanzas del momento, que nos son ajenas) hoy se nos escapan. Un registro festivo y guasón, al que el bueno de Julio —romántico, lírico y galante— no nos tiene acostumbrados. Él mismo así lo entiende y nos lo confiesa en la última estrofa de su composición.
Duele pensar que solo un año más tarde de cuanto acontece, el joven, el bohemio y enamoradizo poeta, el culto, nostálgico e inteligente poeta, «el último gran romántico de los poetas de Puente Genil», como lo definía Carlos Delgado, puso fin a su existencia disparándose con un revólver en la cabeza.
Veo amigo tu emoción
y el escucho el grato concierto
que forman con tu cubierto
acá los del atracón.
Sobre tu ígnea razón
miro flotantes jamones
y oigo alzarse a otras regiones
en estrofas culinarias,
del cólico las plegarias
en sendas detonaciones.
¿Ríes porque te ensalzaron
los que al fin te conocieron?
a ti, a quien siempre quisieron
porque tu gloria admiraron;
a ti, por quien se inclinaron
hasta las tiendas de lona;
a tu Musa la matrona[1],
la que por su dicha plugo
no tener otro verdugo
que el peso de su corona.
Doquiera la mente mía
sus alas de pavo leva,
allí una estatua se eleva
cantando tu gran valía.
Desde la cumbre bravía
que el sol de aquí tornasola
hasta Larache que inmola
a Romanones en guerra,
no hay un pedazo de tierra
sin una “Traviesa”[2]
sola.
Tembló el orbe a tus creaciones
y de la espantada esfera
no ha cesado la carrera
no obstante tus producciones.
Nadie dudó en las razones
que confirman tu victoria,
pues de tu gigante gloria
no cabe el rayo fecundo
ni en los ámbitos del mundo,
ni en el hueco de una noria.
Siempre en lucha desigual
cantan tu invista arrogancia
Estepa, Rute, Numancia.
Herrera y el Palomar.
En tu numen virginal
no arraigan conceptos hueros
pues indómitos y fieros
tus pensamientos, vasallos,
saben hacer capisallos
de los estros forasteros.
¡Y aún hubo en la tierra un hombre
que no creyó que eras tanto!
Espacio falta a mi canto
para maldecir su nombre.
Aún cuando el Puente se asombre
con ansia abriré la Historia:
dame café, no achicoria,
y Almagra y todos a coro,
y si me aprietan, Teodoro,
participen de tu gloria.
Aquel literato hambrón
que en su delirio profundo
a Don Quijote en el mundo
nos lanzó de sopetón.
Aquel Cervantes guasón
que sin saber escribir
no comprendió a percibir
(ebrio de necio valer),
que no puede pobre ser
pueblo que sabe reír.
¡Hurra! clamó ante el altar
un Párroco que delira;
¡hurra! repitió la lira
con frenético cantar;
¡hurra! gritó al despertar
el pueblo que no se aterra;
y cuando en pontana tierra
tus méritos conocieron
hasta las bocas se abrieron
¡y cualquiera va y las cierra!
Las viejas con gran temor
medrosas saltan del lecho
y hasta los niños de pecho
se empaparon de… sudor.
La madre mata el calor,
y cuando fresca ya está
grita al hijo que se va:
«Pues tu flaqueza lo quiere,
lánzate al casorio y muere:
tu suegra me vengará».
Y suenan locas canciones
y saetas bereberes,
y hasta las mismas mujeres
empinan los botellones.
Al pie de férreos balcones
al grito de “Almagra” zumba,
y por la popa retumba
y el del cólico se aferra
en que allí le falta tierra
para ca...so de rebumba.
Paisanos que en amistad
de la jarana al arrullo
fuisteis de la fiesta orgullo,
para mis versos, piedad.
Tras de comer, descansad,
que arrepentido y sincero
os juro a fe de coplero
que hasta que España sucumba
no saldrá más de su tumba
mi numen chirigotero.
El
juez del municipio, Manuel Parejo Delgado, además de ser hermano del célebre
judeo “Poíto”, era hijo de Leopoldo Parejo Reina, extraordinario y prolífico
vate, considerado entonces el decano de los poetas de la Puente. Es en nombre
de su padre (cuya guasa se atisba en la risa sincera que sus versos provocan), que
el juez Manuel Parejo se levantó y dio lectura a las siguientes redondillas:
Aunque no he visto tu obra
y nada puedo decir,
tengo gusto en aplaudir,
que un aplauso nunca sobra.
Y te diré, en conclusión,
que este aplauso que te envío,
es sincero, porque es mío,
que aplaudo de corazón.
A lo anterior, y
podemos imaginar el ambiente festivo, de sincera y hermosa camaradería,
respondió el homenajeado con unos versos, en los que descubro el dominio de una
poesía espontánea de lenguaje sencillo y cercano. Mas, por encima de todo,
percibo la declaración de amor inmenso a Puente Genil de un hombre nacido en
1872 en Vélez Málaga, huérfano de padre y madre desde muy niño, y para cuyo sustento
hubo de trabajar, infante, en una fábrica de curtidos. Un joven que formó parte
de una compañía de teatro que llevó sus representaciones por los pueblos de
Sevilla, Cádiz y Málaga, a donde luego volvió para seguir trabajando en la
fábrica de curtidos, estableciéndose más tarde en Puente Genil, donde abrió, primero,
una imprenta en el número 3 de la Cuesta Baena y, luego, en el 17 de la calle Don
Gonzalo. Periodista, dinamizador cultural, agitador de conciencias y, en
palabras de don José Arroyo Morillo, «un
genial poeta festivo, irónico y contundente. Le afluía el verso a torrentes.
Sus críticas taurinas en verso fueron verdaderas joyas de destreza rítmica».
En 1929 fue nombrado académico correspondiente de la Real Academia de Ciencias,
Bellas Letras y Nobles Artes de Córdoba, cuyo discurso no llegó a pronunciar
por su pronta muerte. A su fallecimiento, nos sigue contado Arroyo Morillo: «Don Rodolfo Gil Fernández, entrañable amigo
y leal colaborador del extinto, pedía a Puente Genil un reconocimiento a Don
Baldomero por toda su entrega en favor de un pueblo que no fué su cuna, por lo
que estaba más obligado aún. Pedía algo tan sencillo como la dedicatoria de una
lápida sobre la casa que le cobijó, y cuya dedicatoria rezase:
"Aquí
vivió, luchó y murió, Don Baldomero Giménez Luque, periodista, Académico e
impresor.
Hizo
de nuestro pueblo su patria
de
nuestra vida, su vida,
de
nuestra exaltación su culto
y
bandera de combate.
Recordarle
es hacerle justicia
y
enaltecerle, deuda de gratitud.
1872
– 1929».
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Baldomero Giménez Luque, don Baldo. Foto publicada en Mundo Gráfico. Revista Popular Ilustrada el 30 de abril de 1913 |
Faltaban aún para eso
trece años. Pero esta noche festiva y alegre don Baldo recitó feliz y
emocionado unos versos de agradecimiento y amor a Puente Genil:
Mis queridos amigos: si las grandes
emociones que siente nuestra alma,
llegando al corazón, huellas visibles
y eternas como el tiempo, en él dejaran;
y si posible fuera en un momento
tan rápido y fugaz como una ráfaga
abrir el pecho y presentar a todos
la sencilla leyenda que grabada
ostenta en su interior, yo en este instante
con placer sin igual, pronto rasgara
mi pecho, y mostrara la profunda
huella de gratitud, que cincelada
está en mi corazón, pero no puedo
romper ante vosotros la coraza,
y silenciosa en su carnosa cárcel
raudales vierte de sinceras lágrimas.
Quisiera poseer en este instante,
de Cicerón la sin igual palabra,
y recibir de inspiración divina
en un momento tan grande, la oleada
que pudiera expresar mi torpe lengua
lo que en forma vulgar no se le alcanza,
para poderos dar, cual corresponde,
por este acto las cumplidas gracias.
Pero no puede ser, y harto lo siento,
que los genios no abundan, y ellos marcan
épocas en los tiempos, y avaloran
el bello libro de la historia patria.
Así, pues, en lenguaje torpe, rudo,
os habré de decir, que si la causa
que motiva este acto, tan grandioso,
es el estreno de mi pobre drama,
yo lo rechazo, sí; pues considero
esta fiesta tan grande, inadecuada.
Una cosa tan pobre, tan pequeña,
no merece, a mi ver, grandeza tanta.
Yo no he hecho otra cosa, que cumpliendo
un sagrado deber que a todos llama
al campo de la lucha, a librar fuertes
del ideal sublime la batalla,
cumplir con mi deber, y en el teatro
cruzar gozoso mis primeras armas.
Mas, si vosotros veis en esa obra
no la sencilla forma literaria,
ni el interés dramático que pueda
encerrar en las redes de su trama;
sino que veis en el autor un hombre
de buena voluntad, que noble y franca,
al servicio de todos pone siempre
su pobre suficiencia, que es escasa,
entonces sí lo acepto, pues afirmo
y os juro, si es preciso, por mi ánima,
que en aquel fuerte yunque donde a golpes
la voluntad más firme se forjara,
batida está la mía, porque es fuerte
cual de rebelde acero, dura barra.
Acaso mi labor no fructifique
porque medio y ambiente me hagan falta,
o porque en esta, como en toda lucha,
las circunstancias especiales mandan.
Pero no cejaré. Yo necesito,
y lo digo, señores, con jactancia,
demostrar que si no tuve la suerte
de nacer y pasar mi triste infancia
en este pueblo hospitalario y noble
cuyo cielo purísimo me encanta,
le profeso un amor grande y profundo,
tan profundo y tan grande, que no halla
la idea mi cerebro, por mezquino,
ni mi boca por torpe, la palabra,
con que expresar la magnitud del término
que admita de este amor la comparanza.
Porque en él encontré franco cariño,
protección y amistad leal y franca,
y os juro que jamás clavó en mi pecho
la repugnante ingratitud su garra.
Por eso lucho y lucharé constante,
sin importarme que a mi paso salgan
los perros ladradores que interrumpen
del caminante ansioso la jornada,
y el mismo caso haré, que hacía la luna,
del importuno perro de la fábula.
Dicho todo lo cual, levanto ahora
esta copa en que el vino se derrama
como rebosa por mi ser el grande,
el puro sentimiento que lo embarga,
y brindo por vosotros, que olvidando
prevenciones y dudas harto rancias
me ofrecéis este obsequio, que agradezco
aquí, en lo más profundo de mi alma.
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José Esteban Delgado Bruzón |
Acabados los emocionantes
versos de don Baldo, la concurrencia pidió la intervención de José E. Delgado
Bruzón (sería alcalde unos años más tarde, entre 1916 y 1918), todo un
personaje de la época, quien recitó los versos que el propio Baldomero Giménez
le dedicara tiempo atrás, y que narran una historia deliciosa. En ella se pone
de manifiesto la profundidad del sentimiento de don Baldo, así como su maestría
para expresarlo de forma sencilla y clara.
Cuentan que cierto rapaz
alegre y de genio audaz,
porque era un chico precoz,
preguntóle en alta voz
a un profesor muy capaz:
—Maestro,
usted que ha estudiado
desde chico Matemáticas,
ciencia en que fama ha
alcanzado
y de ella ha solucionado
cuestiones muy problemáticas;
usted que con mucho ardor
hizo de la noche día,
estudiando con amor
en su grado superior
la humana filosofía;
si es que afecto me profesa,
franco, leal, sin aliño,
dígame, pues me interesa,
cómo se mide o se pesa
la magnitud del cariño.
El profesor, al momento
concentró su pensamiento
en seria meditación,
y exclamó con noble acento
después de su reflexión:
—Sin faltar a
la verdad,
¿cómo podré, pobre niño,
explicar con claridad
la inmensa grandiosidad
que representa el cariño?
Yo lo ignoro, y no te asombre;
lo siento y no le doy nombre
a ese destello sagrado
que Dios ha depositado
en el corazón del hombre.
El cariño verdadero,
que es inmenso si es sincero,
no se ha pesado jamás,
ni medido, a lo que infiero,
con balanza ni compás.
Esto niño mío pienso
y te puedo contestar,
que el cariño, puro, intenso,
no se ha podido pesar
ni medir, porque es inmenso.
Y bien, nuestro amigo fiel:
si, según el sabio aquel,
para el cariño jamás
hubo regla, ni compás,
ni balanza, ni nivel,
¿cómo nosotros podremos
por mucho que meditemos
en la presente ocasión
decirle con precisión
lo mucho que le queremos?
Será, acaso, un desvarío;
mas nuestro afecto, yo fío,
que si siendo un imposible
tomase forma tangible,
no cabría en el vacío.
Poco a poco el banquete fue bajando de intensidad, y casi podemos ver los rostros satisfechos y sonrientes de los amigos, corbatines y lazos prácticamente deslavazados, y la sensación, no ya de haber hecho justicia, sino de haber hecho feliz al bueno de don Baldo, un corazón siempre al servicio de todos, una sonrisa abierta, franca, honesta; un alma buena, siempre dada a las causas más justas y honestas.
Y ya sabemos que cuando la fiesta mengua, hay siempre un grupo de irreductibles que se niegan a dar por concluida una ya de por sí intensa jornada festiva. Y tal pasó en este caso. Una docena de asistentes se decidió a continuar la fiesta, invitados a champán por Alberto Gálvez de la Cámara, que acababa de llegar de América, «brindándose por su feliz regreso, por el éxito de nuestro director[3], por la prosperidad del pueblo y por los hombres de buena voluntad que saben engrandecerlo».
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