Con frecuencia las páginas de los libros de historia cantan y cuentan las vidas y hazañas de los grandes hombres, entendiendo por tales aquellos que alcanzaron la cima de la fama, de la gloria o la excelencia.
Existen, sin embargo, un puñado (un inmenso y mayoritario puñado) de hombres y mujeres que participaron de distintas actividades sin alcanzar esa efímera –o eterna– gloria en el desempeño de su labor. A pesar de ello, a pesar de haber pasado desapercibidos en los libros destinados a las vidas de los héroes, forman parte de nuestro pasado y, por lo tanto, de nuestra propia historia.
Resultó
este hombre haber nacido en la Puente de Don Gonzalo el 23 de marzo de 1832,
antes de la unión con Miragenil, en el seno de una familia muy humilde. Desde pequeño
se dedicó a las labores propias del campo, actividad esta que fue alternando con la
compraventa de ganado. Todo ello imbuido de una afición enorme al mundo de los
toros, que –unido posiblemente a la necesidad de ganar un dinero extra– le
llevó a participar en corridas formando parte del tercio de varas. Se avecindó
en Alcalá de Guadaira, en Sevilla, donde su gusto y pasión por los toros
emergió definitivamente.
Con
poco más de veinte años lo descubrimos participando en eventos taurinos en
Jerez, Cádiz y Marchena. No era un picador de escuela, posiblemente fuera bastante tosco y carente de técnica alguna, pues no tuvo más maestro que la
experiencia y su arrojo. Este último rasgo, su arrojo y valentía, era algo que
gustaba especialmente a los aficionados. Muy estrepitosa debía ser la
incidencia para que Manuel entrase en la enfermería; muy al contrario. Sabemos
que el 15 de agosto de 1857 se encontraba toreando en la plaza de toros de
Jerez con la cuadrilla de Manuel Arjona, hermano del famoso Curro Cúchares,
cuando al ir a dar un puyazo al segundo (ganadería de Joaquín Jaime Barrero),
se cayó del caballo, propinándole éste un pisotón en la cabeza. Al
perder el conocimiento, rápidamente fue trasladado a la enfermería. Recobró el conocimiento antes de ingresar, se levantó, se ató un pañuelo para contener la hemorragia en la cabeza y volvió para continuar su faena. Al terminar, entró en
la enfermería, pero volvió a picar al toro siguiente, siendo ovacionado por el público. Los hermanos Arjona le prometieron llevarlo a Madrid, pero parece que eso nunca
llegó a suceder.
Se
casó con una burgalesa y fijó en Burgos su residencia, continuando con la compraventa
de ganado. A pesar de que la familia de su esposa intentó reiteradamente que
abandonase el toreo, por ser imprescindible dedicación absoluta al tráfico de
ganado, su afición a los toros siempre se lo impedía de continuo.
Plaza Vieja de Vitoria (1851-1879) |
Caída de Manuel García |
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