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La Ilustración Nacional 6 de abril de 1898 |
- Obras de teatro: El demonio moderno (1900), La familia de Gazuza (comedia en un acto y en verso), El pintor y la modista (comedia en un acto y en verso), La fiebre de las mamás (comedia en un acto y en verso) y Certamen de flores (1902), El calavera (comedia en un acto y en verso, 1909).
- Cuentos: El asesino de Lázara (1883), colección de cuentos publicados bajo el nombre Cuadros de color en 1895 en dos volúmenes: Mariposuelas y Pasiones de fuego; Los mil y un cuentos (1896/1897), Gran espectáculo (1889); Mariposuelas; Relatos trágicos (colección de cuentos de Siles, C. Rubio y J. Comas -1893-); La novia de Luzbel (1905), La casa de la alegría, cuentos (1905), El lobo y la oveja (1905), Boda buena y boda mala, La copa de veneno, El paraíso de los pobres (1905), Historias de amor, Un joven sensible, La vida pobre, Mentiras, El ruiseñor de invierno; La vida pobre y La corista.
- Leyendas místicas: El drama del Calvario (1905).
- Poesías: Kristian, El diario de un poeta (1885), Sonetos populares (1891), Lamentaciones, Las primeras flores. Lamentaciones. Quimeras 1871-1879 (1898), Sonetos, Noches de insomnio (1898) y que dedica a otro gran desconocido de las letras pontanas, al Dr. Rafael Moyano Cruz, Los fantasmas del mundo (1903), Imago, La musa retozona, El carnaval eterno; La lira nueva; Cielos terrenales.
- Crítica de arte: Bellas Artes (1887) y El cincel y la paleta (1905).
- Críticas taurinas: Acuarelas del redondel (1905).
- Relatos de guerra: Memorias de un patriota (1905).
- Novelas: La seductora (1887), Juana Placer (1889), La hija del fango, estudio del natural (1893) y La estatua de nieve (1905).
- Sátiras: El carnaval eterno.
- Comedia: El calavera (1909).
- Jeremiadas: La chusma (1910) de la que ABC dirá el 22 de octubre de 1910 que “se trata de un poema revolucionario que fustiga duramente todas las farsas y convencionalismos de aquella sociedad”.
- Otros: Cielos y abismos.
“Siles era un escritor elegante y delicadísimo, todo ternura, todo sentimiento, todo corazón, digno de haber ocupado uno de los lugares preferentes en el Parnaso español, lugar al que no llegó sin duda por contrariedades del destino, quedando en esa desesperante medianía que arrebata todas las ilusiones a los hombres de valor”.
Puente Genil, ¿La «humilde aldea» de José de Siles o el «cielo de zafiro» de Manuel Reina?
1. VIDAS PARALELAS.
El trabajo presente pretende estudiar las poéticas de Manuel Reina y José de Siles a través de la mirada que estos autores dejaron de su pueblo natal, construyendo, a la vez, el paralelismo de su recorrido poético. Ambos nacen en Puente Genil en 1856 y a mediados de los años 70 se encuentran en Madrid. Manuel Reina publica su primer poemario en 1877 (Andantes y alegros) y Siles lo hace en 1879 (Lamentaciones: poesías). Reina, en este primer libro suyo, dedica el poema «El rey Haraldo Harfagar» a Siles: «A José P. de Siles, notable literato»[1]. Es decir, con 20 años ya se conocían. Probablemente antes.
Se inician así en una carrera literaria que les deparará distinta suerte: Reina, que costeará su estancia en Madrid gracias al casamiento con una rica heredera paisana suya, será respaldado por Núñez de Arce (como así muestra la carta que se incluye en La vida inquieta, firmada a 29 de octubre de 1894) y más tarde será considerado precursor del modernismo o «premodernista», mientras que Siles, beneficiario de una herencia de un tío rico, se costeará sus publicaciones con poca repercusión en el lector: «Por la obsesión de escribir renunció a todo y sacrificó los cincuenta años de su vida. Ha dejado veinticinco volúmenes de poesía, de cuentos, de crítica, que no le produjeron una sola peseta ni pondrán una sola hoja de laurel sobre su ataúd pardo y siniestro del hospital. A veces el arte es demasiado cruel; deidad y vampiresa, exige hasta la última gota de sangre de sus pobres ilusos»[2].
La muerte también unirá a los poetas. Reina fallece el 11 de mayo de 1905 y Siles lo hace seis años después, el 24 de junio de 1911. La noticia de la muerte de Reina adquirirá en Puente Genil «proporciones de homenaje, abriéndose una suscripción popular para la ejecución de un busto del escritor, que se colocaría un año más tarde ante su casa natal»[3]. Sin embargo, la noticia de la muerte de Siles será todo lo contrario, escueta, y aparecerá ligada a la de Reina. Una muerte, como una vida, a la sombra: «Ayer Manuel Reina; hoy Pepe Siles. En corto espacio de tiempo, Puente Genil ha visto desaparecer dos poetas, hijos suyos, que al abrirse los mismos de gloria, también supieron llevarla a las letras y al pueblo natalicio»[4]. Bien, veamos ahora cómo llevaron las letras al pueblo natal.
2. PRIMEROS POEMAS. LA HUELLA DE BÉCQUER.
En los dos primeros libros de Manuel Reina es donde se hace más visible su gusto por Bécquer, siendo numerosas las composiciones sencillas, pero alternándolas con otras de carácter marmóreo, apuntando al parnasianismo que se dará en su poesía posterior. Santiago Reina López advierte lo siguiente:
Si en Andantes y Alegros predominan fundamentalmente los elementos románticos (esproncedianos y becquerianos por lo general) y las aportaciones originales eran más bien escasas, en Cromos y Acuarelas la proporción se invierte. El colorismo, faceta en la que Reina destacará como maestro, se puede observar en numerosos poemas. Las influencias de Bécquer y Espronceda (sobre todo la del último nunca abandonará a Reina) son, sin embargo, más difíciles de apreciar. […] Nos atreveríamos a afirmar que en Cromos y Acuarelas ya están esbozadas algunas de las líneas maestras que Manuel Reina va a seguir en el futuro y que conducirán, ineludiblemente, al Modernismo[5].
Lo que nos interesa anotar de esta primera etapa de Reina es el empleo de los elementos lujosos y exóticos para definir el cielo o el agua. En Andantes y Alegros encontramos este recurso para referirse a los ojos: en «Sueños» vemos «esos ángeles de ojos de zafiro»[6] y en «Un sainete» «reposan sus pupilas de zafiro»[7]. En Cromos y Acuarelas, vemos que en «Mayo» «de azul y plata adornada / está la rauda cascada»[8], en «Petrarca» tenemos «la nube de zafir, ópalo y grana»[9] y en «Una representación de Otelo» el lujo está «en un cielo de nácar»[10].
En cuanto a José de Siles, señala José María de Cossío que «su primer libro, Lamentaciones […] es libro desorientado aunque predomina el influjo de Bécquer»[11]. No podemos estar más de acuerdo, extendiendo esta afirmación a la primera etapa de Siles (la que podemos concluir con la publicación de Noches de Insomnio en 1898). Si en Reina vemos una tibia evocación becqueriana porque su poesía va hacia el parnasianismo, en Siles la influencia es más que evidente: «Y ese canto misterioso / desde ha mucho tiempo yo, / modulando voy dentro, / dentro de mi corazón»[12]. Esto es Bécquer. Recordemos:
Yo en fin soy ese espíritu,
desconocida esencia,
perfume misterioso
de que es vaso el poeta[13].
¡Sin embargo, estas ansias me dicen
que yo llevo algo
divino aquí dentro[14].
Siles aquí le da forma a la idea, la modula. En realidad, se adscribe a la necesidad becqueriana de materializar la idea: «Yo soy el invisible / anillo que sujeta / el mundo de la forma / al mundo de la idea»[15]. Este es solo un ejemplo de la reutilización de Bécquer en El diario de un poeta[16], pero habrá casos más llamativos como el paralelismo entre las golondrinas y el amor: «ya vuelven las golondrinas / y también vuelve el amor»[17] o el empleo de imágenes muy cercanas a las del poeta sevillano: «Con tu mano de nieve / en torno de tus rizos, / tratabas de asustar los leves pájaros / que te aturdían con sus raudos giros»[18]. Imagen que se refleja en esta otra de Bécquer: «¡Cuánta nota dormía en sus cuerdas, / como el pájaro duerme en las ramas, / esperando la mano de nieve / que sabe arrancarlas!»[19]. Siles aprende de Bécquer la concisión y la sencillez poéticas.
Para los dos poetas pontaneses Bécquer es un punto de encuentro, tanto es así que ambos toman la rima VII para componer «La lira rota» (Cromos y acuarelas) y «El violín» (Los fantasmas del mundo), respectivamente. Aunque, como hemos visto, Siles se va a mantener mucho más en Bécquer que Reina, siendo este hecho el que los lleve por caminos diferentes, Siles girando hacia la poesía realista y el naturalismo social y Reina hacia el parnasianismo.
3. LA POESÍA REALISTA Y EL PARNASIANISMO.
Con La vida inquieta se consolida en Reina su poesía parnasiana. A modo de poética funciona su primer poema, toda una declaración de intenciones: «Canta el lujo oriental, los frescos lirios, / los collares de perlas, las escalas / de seda y oro, la radiante gloria, / las tibias noches de zafir y plata»[20]. Si Reina utilizó el zafiro, la plata o el nácar para definir el agua o el cielo en Andantes y Alegros y en Cromos y acuarelas, ahora multiplicará esos elementos y los pondrá al servicio de su pueblo. Así nos presenta un «cielo de zafiro»[21], unas «ondas de zafir y plata»[22] o una corriente «de linfa de zafir y voz sonora»[23]. Y es que las nubes o el río llegan a ser en su poesía una metonimia del pueblo: «Al conjuro feliz de tu elocuencia, / cual hermosa visión de azul y plata, / álzase nuestro pueblo delicioso / del fondo de mi espíritu exaltado»[24]. Dirigiéndose al Genil se está dirigiendo a su pueblo:
¿Sabes, claro Jenil, por qué te adoro?
Porque en tiempos felices tu onda pura
ciñó encajes de plata a su hermosura,
velando de sus gracias el tesoro.
¡Jenil divino, en tu raudal sonoro
fulguró luminosa su figura
como cisne de espléndida blancura[25],
cual bella ondina de cabellos de oro![26].
En estos versos podemos apreciar el lujo que señalábamos antes, aunque en Reina no todo será «cantar el lujo». En repetidas ocasiones la ostentación se mezcla con la sencillez:
El Jenil con sus ondas de zafiro;
las casas, que semejan palomares;
[…]
las huertas con sus frutos y sus aves,
y la torre gentil del blanco templo,
cuya amarilla cúspide flamea
al sol, como pirámide de oro…[27]
En «La canción de mi pueblo» encontramos la misma dicotomía que se da en los dos primeros versos del fragmento anterior: «su cielo es de zafiro»[28], pero «sus blancos campanarios semejan palomares»[29]. Incluso, el campanario puede ser a la vez de plata y pobre, como sucede en «La fiesta del Corpus»: «Mientras en el azul se alza y blanquea, / con sus nidos de alegres golondrinas / y sus vibrantes notas argentinas, / el pobre campanario de la aldea»[30]. Da la sensación de que la sencillez de las cosas mismas se impone y el poeta no puede impedirla por mucho que lo intente. De este modo en «El sueño de una noche de verano» vemos «el blanco campanario de mi aldea, / con su rota veleta cincelada»[31], en «El campanario de mi aldea» nos encontramos con que todos sus placeres eran «tocar la alegre esquila / del blanco campanario de mi aldea»[32] y, finalmente, «En abril» se nos da cuenta de «el pobre cementerio de mi aldea»[33]. Por tanto, no todo en la etapa más parnasiana de Reina se debe al estilo ebúrneo, sino que también hay espacio para una poesía sencilla y detenida descriptivamente en lo inanimado, la cual se acerca mucho a la primera etapa de Siles, justo antes de que este descanse en lo animado por una preocupación realista y social.
Centrémonos ahora en José de Siles. Mientras que Reina habla de «cantar el lujo» (aunque, como hemos visto, no cumple del todo su palabra), Siles les dice a los poetas: «¡Oh! Sacerdotes sed, y no orfebristas»[34]. Este poeta va a rechazar los versos del modernismo exterior o exotista y lo manifiesta acercándose, de alguna manera, a los principios simbolistas:
Al engarzar las rimas, como perlas
de artístico collar, pensad que ornato
exterior no más son de la hermosura
a quien debéis rendir culto.
Líneas o notas, voces o matices
¿qué son sino relieves de la idea?
El lienzo, el mármol, el compás, la estrofa,
¿qué son sino los moldes de lo bello?
Mas, la eterna beldad yace en el alma,
en el alma de todo. Sed los buzos
de la esencia suprema[35].
De ahí la sencillez descriptiva que hemos podido apreciar anteriormente y que continuará hasta el final de su obra. En la segunda edición de El diario de un poeta vemos cómo el río no es de zafiro, ni de plata ni de nácar, sino de ondas azules:
Por eso, en la transitoria
carrera que perseguí,
hacia el pueblo en que nací
suele volver mi memoria.
Por eso, cual grata gloria,
fuera, en mis penas más graves,
ver, con delicias suaves,
su río de ondas azules,
bordeado de abedules
y arrullado por las aves.
Y aspirar los cien aromas
de sus huertas, incensarios;
y admirar sus campanarios
circundados de palomas[36].
Por otro lado, Siles coincide con Reina en la primacía del paisaje sobre el paisanaje en Las primeras flores, libro de lo que hemos llamado la primera etapa por la influencia de Bécquer. Así en «Adiós a la aldea»[37] se despide de la aldea en general y solo del campanario y del río en particular; en «Al río natal», dedicado al «raudal querido»[38], se detiene exclusivamente en lo inanimado, como en «la campana / de la humilde y pobre ermita»[39]; y en «Mi esperanza» lo animado aparece desfigurado, de fondo: «Desde la sagrada ermita / plañe sorda la campana, / que anuncia a los caminantes / en la tempestad la calma»[40]. Sin embargo, adviértase el cambio de los versos anteriores a los siguientes: «Desde la agreste ermita piadoso anciano lleva, / hacia desierta choza, salud al alma enferma»[41]. Hemos pasado de lo inanimado que trae la calma a lo animado que cura el alma. Esto sucede en Los fantasmas del mundo: los poemas atienden a lo humilde animado como vemos en «El párroco de aldea»: «No hay oro allí en las arcas, ni llave en las despensas, / ni más brocados ricos que la sotana negra. / Y allí, viviendo orando, / su hogar, de humildes piedras, / por mármoles no cambia / el párroco de aldea»[42]. Es decir, el salto definitivo de José de Siles a la poesía realista, y decimos definitivo porque en Sonetos populares ya se aprecia un gusto realista, incluso naturalista[43], se produce con Los fantasmas del mundo. A partir de este libro, Siles pone su mirada en el paisanaje y, concretamente, en los más desfavorecidos, distanciándose así de un Reina que continuará embebido en el paisaje.
La preocupación realista y social de Siles nacerá de su desconfianza en la ciudad moderna y en el progreso material. Siles desconfía de la ciudad porque maltrata al más débil, al humilde. Por tanto, hablará de la explotación del obrero en «Idilio callejero», en «Máquina de hierro y máquina de carne», en «El calavera y el obrero», en «La buhardilla» y en «La castañera»; de la explotación comercial del ganado en «Nostalgia»; de los enfermos y mendigos abandonados en las calles en «Un mártir de la barbarie» y en «Pompas de jabón»; de la prostituta en «La perla en el fango», en «Ola perdida» y en «Venta de esclavas»; y del artista bohemio en «La vida del estudiante» y en «La serenata de los gatos»[44]. El poema «La estación de los pobres» merece, sin duda, comentario, pues aquí se dice que la primavera no solo es la estación de los poetas, sino que también y con más propiedad es la de los pobres «pues que los nutre amante y los consuela»[45]. Siles contrapone extraordinariamente la mirada poética pura, preocupada solo por la poesía, a la mirada social.
En cuanto a la desconfianza en el progreso y su relación con la poesía realista, Marta Palenque advierte lo siguiente: «La poesía realista refleja no solo la aceptación de unos tiempos nuevos, acordes con el mundo de la ciencia y la filosofía europeas, sino que también mostrará el desconcierto de aquellos que ven con desconfianza el progreso»[46]. De ahí que el progreso, como la ciudad, pueda ser peligroso para lo humilde animado. El poema «La dinamita» muestra cómo la fe en el progreso torna en desconfianza, pues la dinamita puede abrir montes para hacer carreteras o abrir minas, pero también puede matar si cae en ciertas manos: «Pero un día, aciago genio / de destrucción y maldad / la puso en la mano osada / del loco o del criminal»[47].
4. CONCLUSIÓN Y UN POEMA CON MISTERIO.
En este trabajo se ha hecho un seguimiento de las coincidencias y diferencias tanto biográficas como estéticas entre estos dos poetas con Puente Genil como punto de partida y llegada. Dicho seguimiento nos lleva también a uno de los últimos poemas que escribiera José de Siles: «El amigo antiguo». En este poema de la segunda edición de El diario de un poeta muestra Siles como él, triste, ha fracasado en el arte, mientras que su amigo, feliz, ha triunfado. Asimismo resalta su sencillez frente al lujo de su amigo antiguo:
Yo sigo siendo el poeta
de los sencillos cantares,
y quizás no cambiara
tus goces por mis pesares.
Yo soy choza, tú palacio;
mas a mi humilde morada,
aún vienen las golondrinas
a cantarme en la alborada[48].
Desde luego, Reina y Siles compartieron edad, tuvieron «igual partida»[49] y marcharon a Madrid en busca del éxito literario que solo Manuel Reina alcanzó. Este escribió como «parnasiano impecable»[50], mientras que José de Siles defendió la sencillez. Si Siles se está dirigiendo aquí a Reina, su acierto definitorio se puede resumir en este verso: «Yo soy choza, tú palacio».
BIBLIOGRAFÍA CITADA.
Anónimo, [Reseña de Sonetos populares], Revista de España, núm. 136, 9-1891, pág. 128.
—— [Noticia de la muerte de José de Siles], El Aviso, 29-6-1911, pág. 3.
Carrere, E., «Retablillo literario», Madrid Cómico, núm. 72, 1-7-1911, pág. 7.
Correa Ramón, A., Poetas andaluces en la órbita del modernismo. Diccionario, Sevilla, Ediciones Alfar, 2001.
Cossío, J. M., «El último becqueriano: José de Siles», Cincuenta años de poesía española (1850-1900), Madrid, Espasa-Calpe, 1960, págs. 451-456.
García Montero, L., Gigante y extraño. Las rimas de Gustavo Adolfo Bécquer, Barcelona, Tusquets, 2001.
Jiménez, J. R., «Elejía accidental por don Manuel Reina», Prosas críticas, Madrid, Taurus, 1891.
Palenque, M., El poeta y el burgués (Poesía y público 1850-1900), Sevilla, Alfar, 1990.
Reina López, S., Manuel Reina y su época, Córdoba, Diputación de Córdoba, 1985.
Reina, M., Andantes y allegros, Madrid, Imprenta de A. Florez y Compañía, 1877.
—— Cromos y acuarelas, Madrid, Imprenta de Fortanet, 1878.
—— La vida inquieta, Madrid, Librería de Fernando Fe, 1894.
—— La canción de las estrellas, Madrid, Tipografía de los hijos de M. G. Hernández, 1895.
—— Poemas paganos, Madrid, Tipografía de los hijos de M. G. Hernández, 1896.
—— Rayo de sol y otras composiciones, Madrid, Imprenta de los hijos de M. G. Hernández, 1897.
—— El jardín de los poetas, Madrid, Imprenta de los hijos de M. G. Hernández, 1899.
—— Robles de la selva sagrada, Madrid, Establecimiento Tip. Sucesores Rivadeneyra, 1906.
Siles, J., Lamentaciones: poesías, Madrid, A. Flórez y compañía, 1879.
—— El diario de un poeta, Madrid, Tipografía de Alfredo Alonso, 1885.
—— Las primeras flores: Lamentaciones, Quimeras (1871-1879), Madrid, M. Romero, Impresor, 1898.
—— Noches de insomnio: Imágenes, Fantasías (1880), Madrid, M. Romero, Impresor, 1898.
—— Los fantasmas del mundo: poemas de la realidad y la fantasía, Madrid, R. Velasco, 1903.
—— Los fantasmas del mundo, 2º ed., Madrid, Imprenta de Felipe Marqués, 1905.
—— El diario de un poeta, 2ª ed., Madrid, Antonio Marzo, 1905.
[1] M. Reina, Andantes y alegros, Madrid, Imprenta de A. Florez y Compañía, 1877, pág. 65.
[2] E. Carrere, «Retablillo literario», Madrid Cómico, núm. 72, 1-7-1911, pág. 7.
[3] A. Correa Ramón, Poetas andaluces en la órbita del modernismo. Diccionario, Sevilla, Ediciones Alfar, 2001, pág. 223.
[4] Anónimo, [Noticia de la muerte de José de Siles], El Aviso, 29-6-1911, pág. 3.
[5] S. Reina López, Manuel Reina y su época, Córdoba, Diputación de Córdoba, 1985, págs. 30-31.
[6] M. Reina, ob. cit., pág. 12.
[7] Ibíd., pág. 75. Esta «rica mirada» continuará en sus producciones posteriores: en La vida inquieta, en el poema «Leyendo a Byron» leemos «pupilas de zafir» (M. Reina, La vida inquieta, Madrid, Librería de Fernando Fe, 1894, pág. 112) y en «Desde el campo» «radiantes pupilas de zafiro» (M. Reina, ob. cit., pág. 190); en Rayo de sol «[…] despiden mágicos destellos / sus ojos de zafiro y sus cabellos» (M. Reina, Rayo de sol, Madrid, Imprenta de los hijos de M. G. Hernández, 1897, pág. 11) y se nos habla de una virgen de «pupilas de zafiro» (M. Reina, ob. cit., pág. 13); y en Robles de la selva sagrada los ojos se funden con la lujosa noche: «azules y argentados son sus ojos / como las estivales noches puras» (M. Reina, Robles de la selva sagrada, Madrid, Establecimiento Tip. Sucesores Rivadeneyra, 1906, pág. 70).
[8] M. Reina, Cromos y acuarelas, Madrid, Imprenta de Fortanet, 1878, pág. 10.
[9] Ibíd., pág. 63.
[10] Ibíd., pág. 121.
[11] J.M. de Cossío, «El último becqueriano: José de Siles», Cincuenta años de poesía española (1850-1900), Madrid, Espasa-Calpe, 1960, pág. 452.
[12] J. de Siles, El diario de un poeta, Madrid, Tipografía de Alfredo Alonso, 1885, pág. 10.
[13] L. García Montero, Gigante y extraño. Las rimas de Gustavo Adolfo Bécquer, Barcelona, Tusquets, 2001, pág. 362.
[14] Ibíd., pág. 365.
[15] Ibíd., pág. 362.
[16] Para incidir más en esta cuestión, véase J. M. de Cossío, ob. cit., págs. 451-456.
[17] J. de Siles, ob. cit., pág. 46.
[18] Ibíd., pág. 37.
[19] L. García Montero, ob. cit., pág. 364.
[20] M. Reina, ob. cit., pág. 8.
[21] Ibíd., pág. 15.
[22] Ibíd., pág. 47.
[23] Ibíd., pág. 58. En las obras posteriores de Reina se continuarán adornando el cielo y el agua de esta forma: en La canción de las estrellas encontramos que las estrellas «como un coro de ninfas nacaradas, / se bañan en las olas de zafiro» (M. Reina, La canción de las estrellas, Madrid, Tipografía de los hijos de M. G. Hernández, 1895, pág. 9) o que el Guadalquivir a una huerta «palmas de plata, enamorado arroja» (M. Reina, ob. cit., pág. 11); en Poemas paganos, concretamente en «El poema de las lágrimas», «esplendores magníficos, brillantes / curvas de plata y majestad divina / muestra su cuerpo escultural de ondina / al salir de las olas murmurantes» (M. Reina, Poemas paganos, Madrid, Tipografía de los hijos de M. G. Hernández, 1896, pág. 26), y en «El crimen de Héctor» se recurre al siguiente apóstrofe: «¡Oh, noche de zafir!» (M. Reina, ob. cit., pág. 39), además está «la luna nacarada» (M. Reina, ob. cit., pág. 44) y hay un «torrente / de plata y luz donde bebiera Homero» (M. Reina, ob. cit., pág. 48); en Rayo de sol aparecen poemas como «La rosa y el ruiseñor» donde «da la luna, feliz, besos de plata» (M. Reina, Rayo de sol, ob. cit., pág. 53), como «Primavera» donde la ninfa «ya convierte en zafiros la onda inquieta» (M. Reina, ob. cit., pág. 56) o como «Al arte» con otro apóstrofe: «¡Oh torrente de plata armonïoso!» (M. Reina, ob. cit., pág. 57); en El jardín de los poetas se nos presentan versos como «sobre las olas de zafir y plata» (M. Reina, El jardín de los poetas, Madrid, Imprenta de los hijos de M. G. Hernández, 1899, pág. 27), «de la onda de plata y fuego» (M. Reina, ob. cit., pág. 57), «con veste de azul y plata / Guadalquivir la vistió» (M. Reina, ob. cit., pág. 116) o «y mecido por mar de azul y plata» (M. Reina, ob. cit., pág. 129); y en Robles de la selva sagrada «aves canoras, de luciente pluma, / llenan el aire de vistosas galas; / y en lagos de zafir, rosas de espuma / abren los blancos cisnes con sus alas» (M. Reina, ob. cit., pág. 13). Asimismo, en este último libro hay dos poemas donde el cielo y el agua se funden: el primero es «Childe-Harold»: «Es noche de azul y plata. / La luna, envuelta en fulgor, su hilo de perlas desata / sobre el mar arrullador» (M. Reina, ob. cit., pág. 61); y el segundo «La muerte de Juan Borgia»: «la luna, en su radioso poderío, / semeja un puente de bruñida plata / sobre las ondas pérfidas del río» (M. Reina, ob. cit., pág. 73). Por otro lado, existen dos poemas en Robles de la selva sagrada donde se describe a las musas de dos poetas sobre el lujo del agua: en «La musa de Teófilo Gautier» «en frondoso jardín se alza una diosa / junto a un extenso raudal de azul y plata» (M. Reina, ob. cit., pág. 82) y en «La musa de Gustavo A. Bécquer» «ya, por senda de cipreses, como mariposa, vaga; / y arroyos, fuentes y lagos, / bríndale espejos de plata» (M. Reina, ob. cit., pág. 89).
[24] M. Reina, ob. cit., pág. 35.
[25] En La canción de las estrellas: «[…] Como el cisne / que, al cruzar por el lago cristalino / deja sobre la linfa transparente / una pluma de plata» (M. Reina, ob. cit., pág. 26). A su vez, esta imagen vuelve a repetirse en Poemas paganos: «se alejaba la nave voladora, / dejando sobre el agua bullidora / ancha estela de espumas de zafiros» (M. Reina, ob. cit., pág. 41); en Rayo de sol: «entre las ondas de cristal y espuma / en que bogan dos cisnes arrogantes / de nacarada pluma / y cuello guarnecido de brillantes» (M. Reina, ob. cit., pág. 8); y en El jardín de los poetas: «y al pasar, con sus alas relucientes, / abre en el claro espejo de las fuentes / la golondrina azul surcos de plata» (M. Reina, ob. cit., pág. 23).
[26] M. Reina, ob. cit., pág. 85.
[27] Ibíd., págs. 35-36.
[28] Ibíd., pág. 127.
[29] Ibíd., pág. 128.
[30] Ibíd., pág. 147.
[31] Ibíd., pág. 164.
[32] Ibíd., pág. 64.
[33] Ibíd., pág. 143.
[34] J. de Siles, Los fantasmas del mundo, 2º ed., Madrid, Imprenta de Felipe Marqués, 1905, pág. 84.
[35] Ibíd., pág. 85.
[36] J. de Siles, El diario de un poeta, 2ª ed., Madrid, Antonio Marzo, 1905, págs. 173-174.
[37] J. de Siles, Las primeras flores, Madrid, M. Romero, Impresor, 1898, pág. 11.
[38] Ibíd., pág. 27.
[39] Ibíd., pág. 28.
[40] Ibíd., pág. 30.
[41] J. de Siles, Los fantasmas del mundo, 2ª ed., ob. cit., pág. 22.
[42] Ibíd., pág. 23.
[43] Así reseñan el libro en Revista de España: «Es la nueva obra de este joven y distinguido escritor, un audaz y felicísimo ensayo del naturalismo en la poesía, reforma que el público venía reclamando, aburrido de esos versos en que solo entraba la fantasía sin pizca de realidad» (Anónimo, [Reseña de Sonetos populares], Revista de España, núm. 136, 9-1891, pág. 128).
[44] Los tres primeros poemas junto a «Un mártir de la barbarie» y «La vida del estudiante» pertenecen a la segunda edición de Los fantasmas del mundo, el resto a la segunda edición de El diario de un poeta. En estos dos libros, Siles prescinde de la concisión lírica de su primera etapa becqueriana a favor de la extensión narrativa cercana a «los pequeños poemas» de Campoamor, abriéndose a un nuevo momento poético donde emplea intencionalmente el diálogo, el dramatismo (como ocurre en la fábula y en la dolora campoamoriana) y el tono coloquial para hacer posible el realismo. Así en «La vida del estudiante» vemos cómo el estudiante marcha a la Corte con «algunos dinerillos» (J. de Siles, ob. cit., pág. 207) o cómo «La castañera» grita para vender «¡castañas ricas y tiernas!» (J. de Siles, ob. cit., pág. 170).
[45] J. de Siles, Los fantasmas del mundo, 2ª ed., ob. cit., pág. 140.
[46] M. Palenque, El poeta y el burgués, Sevilla, Alfar, 1990, pág. 19.
[47] J. de Siles, El diario de un poeta, 2ª ed., ob. cit., pág. 80.
[48] Ibíd., pág. 216.
[49] Ibíd., pág. 215.
[50] J. R. Jiménez, «Elejía accidental por don Manuel Reina», Prosas críticas, Madrid, Taurus, 1981, pág. 61
- Córdoba Contemporánea. Rodolfo Gil Fernández. 1892.
- El Aviso, director Baldomero Giménez Luque. Varios números.
- Episodios Locales Pontanos, Col. Anzur, volumen XXV, “Literatura Pontana, Sigo XIX, Tomo I”. José Segundo Jiménez Rodríguez.
- El Libro de Puente Jenil. Antonio Aguilar y Cano. 1894.
- Biblioteca Virtual de Prensa Histórica. Ministerio de Educación, Cultura y Deporte.
- Biblioteca Virtual de Andalucía.
- Libros publicados. José Siles y Varela.
- Revista El Pontón. Órgano de difusión de la Asociación Amigos de Puente Genil, núm. 180, octubre 2002.
- Revista El Pontón núm. 348, febrero 2018.
- Revista Prometeo. Madrid. núm. 9, julio 1909.
- Editorial Ganso y Pulpo.
- Registro Civil de Madrid.
- El cuento español en el siglo XIX. Mariano Baquero Goyanes. CSIC Revista de Filología Española 1949.
- Gregorio Pueyo (1860-1913): librero y editor. Miguel Ángel Buil Pueyo. Editorial CSIC. 2010.
- Revista de El Colegio de San Luis • Nueva época • año I, número 2 • julio-diciembre 2011
- Emilio Carrere, Gregorio Pueyo, cinco poetas mexicanos y una antología de 1906 • Juan Pascual Gay
- AIH. Actas IV (1971). Noticia de la primera antología del modernismo hispánico. José María Martínez Cachero. Centro Virtual Cervantes.
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