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lunes, 8 de junio de 2015

José de Siles y Varela, escritor


De su libro "Las primeras flores", 1875

Desde que, por simple casualidad y gracias a la suerte, descubrí la figura de José Pérez de Siles y Varela (aunque él siempre omitió su apellido Pérez) quedé completamente deslumbrado por el brillo tanto de su personalidad, como de su faceta literaria. Siles pertenecía a esa generación sublime de grandes hombres de las letras y la industria, que en Puente Genil dieron forma figuras como Miguel Romero Carmona, José Contreras Carmona, Manuel Reina Montilla, Reina Iglesia, Leopoldo Parejo Reina, Rodrigo García Luque, Rafael Moyano Cruz, Antonio Baena Delgado, Emilio Reina Montilla… Sin embargo, a diferencia de lo que ocurría con los anteriores, de Siles muy poco se sabe de su vida.

Hijo de José Pérez de Siles y de Angustias Varela, nace en Puente Genil el 12 de abril de 1856 y muere en Madrid el 24 de junio de 1911. Sus primeros años discurren plácidos en Puente Genil, pero muy pronto marcha a Madrid buscando hacer realidad su pasión… las letras. Poseyó, como veremos a lo largo de las siguientes líneas, una personalidad deslumbradora y sumamente compleja. Sencillo, desinteresado, alejado de reconocimientos que ya desde muy joven lo venían persiguiendo, huye de cuantos actos sociales y convencionalismos pudieran convertirlo en centro de atracción. Aguilar y Cano nos habla de él como de alguien dotado de una “extraña y fecundísima personalidad literaria”, confesando abiertamente en El Libro de Puente Jenil (1894) su frustrado intento de llevar a cabo un concienzudo estudio sobre el poeta pontano, intento absolutamente infructuoso por haberlo impedido “las resistencias emanadas del mismo Sr. Siles”. Su primer biógrafo fue Rodolfo Gil Fernández, de quien obtenemos la primera información en su Córdoba Contemporánea, y que posteriormente fue utilizada tanto por Aguilar y Cano como por José Segundo Jiménez Rodríguez.

Inició sus estudios en el Seminario San Pelagio mártir, de Córdoba, completando el Bachillerato en Cabra y pasando luego a Madrid para estudiar Filosofía y Letras, dedicándose desde muy joven al periodismo. Rodolfo Gil, nos lo presenta con unas prodigiosas facultades para desarrollarse con las hermosas perspectivas que le ofrecía la capital de España.

Dorio de Gádex narrará en 1908 la llegada a Madrid de un jovencísimo Pepe Siles: “adolescente, casi sin bozo, llegó a este Madrid famoso, huyendo de las tranquilas dulzuras del hogar paterno, con muchas ilusiones y muy pocas pesetas”. Conocedor del latín y varias lenguas modernas, su dominio del francés le permitió ejercer como traductor de obras de distintos autores.

La prensa anunciaba su fallecimiento haciendo hincapié en que se produjo en la mayor de las pobrezas y víctima de una larga y penosa enfermedad, recalcando su personalidad de hombre buenísimo que no conoció enemigos. Desde Canillejas, en el extrarradio madrileño, al que se desplazaba diariamente andando varios kilómetros por no poder costearse el más elemental medio de transporte, su cuerpo inerte, privado de consciencia, fue trasladado en carreta hasta el Hospital provincial. La Correspondencia de España (22-06-1911) nos avisa de que varias horas después el juzgado ni siquiera había podido tomarle declaración porque no recuperó el conocimiento. Murió el 24 de junio de 1911 a las ocho y treinta de la mañana (el facultativo certificaría que por “hemorragia cerebral”) en la cama número diez, de la sala número once del Hospital Provincial de Madrid. Su entierro se verificó el miércoles 28 de junio a las diez de la mañana, asistiendo al mismo muchos periodistas, escritores y la redacción completa de Nuevo Mundo, a la que pertenecía. Previamente, en 1889, había sido director de la revista de Bellas Artes El Mundo Artístico y redactor de El Heraldo de Madrid, del que se separó en marzo de 1891 junto con el Director Rafael Comenge, el Redactor Jefe, Manuel Alhama Montes, y otros dos redactores, Ramón Peris y Adolfo Fernández de Castañeda. La comitiva se organizó en el Depósito judicial de cadáveres, en la calle Santa Isabel, frente al Hospital provincial, siendo enterrado en el cementerio de Nuestra Señora de la Almudena.



Certificado de defunción, anverso

Certificado de defunción, reverso

La más completa semblanza de Siles nos la muestra Baldomero Giménez Luque en El Aviso de 24 de junio de 1916, al cumplirse cinco años de la muerte del escritor. Por el modo en que D. Baldo lo recuerda, llamándole Pepe Siles, nos hace pensar que, si bien no existió una amistad entre ellos -pues tanto su forma de vida, como su residencia en Madrid suponía un impedimento para ello-, sí hubo desde luego una relación de consideración, buen trato y respeto. Destaca de él su carácter honesto e íntegro, defensor a ultranza de su independencia, lo que le costó morir en la más absoluta soledad, “con un guarismo por nombre, como mueren los innominados”. Subraya su talento como escritor, revelándonos que todos los libros que publicó -que no fueron pocos-, estuvieron costeados por los propios editores, lo que implica absoluta confianza en su obra y en la rentabilidad de la inversión. Emilio Carrere nos ofrecerá más tarde una versión no contrapuesta, pero sí radicalmente distinta a la de Don Baldo, al narrar una anécdota referida a un libro de Siles y a su impresor de cabecera, Gregorio Pueyo: “José de Siles es autor de un libro titulado El asesino de Lázara. Todos los escritores que llegan al zaquizamí de quien lo editó, salen con un ejemplar de este libro y con la recomendación de que le den bombo. –Haga el favor de decir algo. Está casi íntegra la edición. ¡A ver si sale este clavo!- Clavo en lenguaje editorial es el libro que no se vende nunca (…)”. También tenemos noticias contrapuestas a la versión de D. Baldo, redactada seguro con plena verosimilitud pero con concesiones al afecto hacia Siles, pues algún autor hace referencia a que buena parte de una herencia recibida, la empleó por supuesto, en los gastos propios de un bon vivant, pero también destinó buena parte de ella a la publicación de algunas de sus obras. Ambas informaciones serán sin duda ciertas: la mayor parte de su obra corrió a cargo de los editores (entre los que destacó Gregorio Pueyo), pues Siles jamás disfrutó de posibilidades económicas que permitiesen hacerlo por sus propios medios, excepto en la etapa en que se constituyó en heredero. Pero aparte de ese detalle respecto a la impresión de sus obras, el texto de El Aviso destila cierto amargor por la forma en que Puente Genil recibió la noticia del fallecimiento del escritor, “encogiéndose de hombros”. No obstante, no podemos olvidar, que Siles partió muy joven a Madrid, donde llevó una vida desordenada y bohemia (seguramente no bien entendida en la sociedad rural de un pequeño pueblo andaluz), en cuyo movimiento se enmarca, precisamente, su obra literaria. 


Emilio Carrere escribía en Madrid Cómico (18 febrero 1911) a propósito de la publicación de El asesino de Lázara: “Siles ha hecho una vida trashumante durante mucho tiempo, sin más compañía que su absurdo chaquet, el mejor camarada de este hombre franco, bebedor; artista y mujeriego quien a pesar de su cabello cano, cuando habla pone en los ojos un derroche de entusiasmo y juventud (…)” y lo califica de “artista, pintoresco, bebedor, enamoradizo”. Entre ambos, y a pesar de los veinticinco años de edad que los separaban, existió una buena amistad. Sin duda, Carrere fue uno de los que más hondo dolor sintió por la muerte de nuestro paisano.

Andrés González Blanco en la revista Prometeo (julio 1909), a propósito de la forma de vida de la que fue honestísimo apóstol hasta el final, afirma que “José de Siles es un bohemio incorregible, el último de los bohemios de la pasada generación […]. José de Siles ha tenido la originalidad de no ser un apóstata de la bohemia […]. En medio de su vida turbulenta y agitada, como es la vida bohemia de verdad, no la bohemia de postura, José de Siles no ha olvidado que la vida sin letras es una muerte”. Y tras alabar las virtudes literarias del escritor, ofrece algunas pinceladas sobre su personalidad: “Añádase a esto, que Siles es en su vida privada un entendido bibliófilo, un anticuario, un amateur de arte como hay pocos en nuestra patria. Su charla, chispeante e ingeniosa, es además instructiva. Completa el tipo exacto de aquellos eruditos del Renacimiento que eran unos causeurs gracejantes, a más de unos sabios venerados en todas las disciplinas. Un Pico de la Mirandola (sic) que diserta de omnia re scibili… et quibusdam alus (sic) con la fina ironía de un Anatolio France”.

Y otra vez Emilio Carrere el 1 de julio de 1911, y otra vez en Madrid Cómico a propósito de la muerte del fecundo poeta, glosará la figura del amigo, del bohemio, del artista, aportando detalles dolorosos, pero también jugosas pinceladas sobre la resignación y el sentido del humor de Siles. Cuenta que cada vez que se lo encontraban con su porte de caballero español (arruinado de nuevo, tras dilapidar jugosa herencia, que nos dirá de un tío suyo, mientras que Dorio de Gádex la referirá como recibida de su padre), siempre los invitaba a su hotelito en el que vivía en el campo a las afueras de Madrid, donde la quietud y sosiego le permitía escribir. Todos sabían, sin embargo, que vivía en “una choza solitaria, perdida en un barranco de las afueras de Madrid”. Y nos dirá Carrere que “ha muerto Pepe Siles, poeta, filósofo y cronista; ha muerto ciego y pobre en el horror sin nombre del hospital, y su manera de morir ha sido el obligado epílogo de su bohemia”, finalizando su recuerdo al amigo de manera dolorosa:
Siles ha muerto de una manera trágica; hallaron su cuerpo caído en medio del camino, y en una carreta como un fardo inútil, sin saber quién era, le condujeron. Sirva la angustia sincera de mi corazón como plegaria por este cofrade, que ya no volverá a recitarme sus sonetos en la alta noche, cuando ambos ambulábamos por las calles como dos sobras de un mundo absurdo para los señores cretinos, que son legión…”.  Genial Carrere.

La obra de José de Siles se encuadra dentro de la corriente modernista “en su expresión más subversiva: la bohemia” (Juan Pascual Gay), a cuya estética se liga desde muy joven. Emilio Carrere lo recoge en su libro La Corte de los Poetas. Florilegio de Rimas Modernas (1906), al que Marta Palenque calificará como “la antología del modernismo hispánico” y en el que coloca a Siles entre los sesenta y siete poetas incluidos, insertando cuatro de sus textos, al mismo nivel que autores como Francisco Villaespesa, Manuel Machado, Luis de Oteysa, el mismo Carrere, José María Gabriel y Galán, Emilio Bobadilla (aunque Martínez Cachero y otros muchos se preguntarán qué tienen que ver con el Modernismo estos dos últimos autores) y José Pablo Rivas.

Emilio Carrere y otros bohemios Café Valera Madrid 1926

En cuanto a su producción literaria, además de escritor cultísimo, prolífico y fecundo, cultivó la novela, la poesía, el ensayo y el teatro, pero donde destacó sobremanera fue en los cuentos y relatos. El periodista Antonio Guerra y Alarcón saludaba en La Ilustración Nacional (una de las más cuidadas y hermosas cabeceras que nuestra Prensa ha dado) el 30 de octubre de 1880 la publicación de Un joven sensible, una colección de catorce cuentos, cada uno de los cuales “por su forma e interés merecerían ser verdaderas novelas”. Para entonces Siles ya había publicado Historia de amor (donde “encontró la crítica seria y descontentadiza algunas páginas dignas de figurar al lado de las de los mejores escritores españoles”) y La Seductora (en la que “ofrece un tipo lleno de humanismo y naturalidad”), afirmando el mismo Guerra y Alarcón, que hay pocos escritores que le aventajen en corrección y elegancia, y muy contados los que le superen en el sello de modernismo que imprime a cuanto produce su pluma.

En 1882 La Correspondencia de España informa que una bella oda a Lamartine, “del joven poeta D. José de Siles” había resultado premiada en el certamen poético celebrado en el mes de octubre de aquel año en la antigua academia Mont-Real de Tolosa (Francia).

La misma revista en su número de 19 de mayo de 1902 informa de la representación en el Teatro Moderno de Madrid de una alegoría dramática compuesta “por el distinguido escritor D. José de Siles” expresamente para ser representada por las alumnas de un ilustre colegio. A pesar de tratarse de una obra desprovista de pretensiones literarias, escrito únicamente para recreo de jóvenes y niñas y para que otras niñas lo representaran “el trabajo del Sr. Siles tiene, sin embargo, verdadero interés. Está versificado con soltura, en fáciles redondillas y no pueden negarse a los versos inspiración y delicadeza”. Se trata en concreto de una alegoría dramática en un acto, original y en verso titulada Certamen de flores y representada por primera vez, efectivamente, en el Teatro Moderno en abril de 1902 por varias alumnas del Colegio de señoritas dirigido por Doña Benita Pérez. Las alumnas que participaron en el estreno fueron Carmen Ortolá (Siempreviva), Carolina Arias (Almendro), Pilar Muñoz (Rosa), Pilar Bonilla (Violeta), Carmen Idoate (Clavel), Pilar Martínez (Jazmín), Carmen Ruiz (Lirio), Asunción Blanco (Pasionaria), Teresa Muñoz (Azahar), Julia Sánchez (Sensitiva), Josefa Navidad (Amapola) y Rosario García Barzanallana (Camelia). Resulta deliciosa y de una dulzura sublime la dedicatoria a la Sra. Dª Benita Pérez:
Concebida esta Alegoría y escrita con destino á ser representada por alumnas del Colegio que, con tanto celo é inteligencia desde hace ya largos años dirige ¿á quién mejor que á usted, respetable señora, podía ser dedicada? No es una obra que reúna méritos literarios, pues escrita en breve tiempo, adolecerá sin duda de defectos. Mas, tal y como es, acójala con indulgencia, atendiendo solo al espíritu que la ha dictado, que no es otro que ofrecer á usted un testimonio, aunque insignificante, de la alta consideración que la consagra su seguro servidor q.b.s.p. José de Siles”.

Dorio de Gádex, pseudónimo literario de Antonio Rey Moliné (inmortalizado por Valle Inclán en Luces de bohemia) se indignaba en El Radical el 5 de agosto de 1908, cuando Siles cuenta con cincuenta y dos años, al constatar cómo la vida bohemia, desordenada y mujeriega del escritor había chocado de tal manera con las formas moralistas imperantes en la época, que los distintos críticos literarios le hacían el vacío negándose incluso a informar de las publicaciones del genial Siles. 

Aunque no niega, ni aplaude, la licenciosa vida del escritor pontanés, aboga por separar la genialidad literaria de la vida personal de los autores. Y así se enfurece y clama contra esa línea editorial porque es “algo extraño y, más que extraño, triste, pues el poeta de “Los fantasmas del mundo” es un maestro, un verdadero maestro. Su estilo es ágil, vibrante, colorista. Conoce la retórica y la poética de manera sorprendentemente maravillosa. Su inspiración continúa siendo vigorosa, exuberante, juvenil a pesar de que su barba es casi blanca, de que ha vivido una vida  áspera, dolorosa, vida de bohemio, sin mimí ¡con alcohol! Siles, como Musset, ama el agua de la vida, en la que encuentra paraísos ideológicos, de sabio y bello artificios, fraternos de los que supieron hallar en el sutil y omnipotente opio Tomas de Quincey y Carlos Baudelaire (…)”. 

Siles Varela


Tras describir su llegada desde Puente Genil a Madrid una heladora noche de invierno alrededor de 1880 y que recogemos al inicio de estas líneas, nos cuenta acerca de su vida licenciosa, marcada por el alcohol, las mujeres, la vida desordenada y feliz, a la que fue siempre fiel, aun habiendo tenido opciones para salir de ella. En cuanto a su obra, Dorio de Gádex continúa diciendo que Siles desarrolla todos los géneros literarios creados por el hombre: la novela, el cuento, la crónica –de arte, literaria, taurómaca-, la crítica…. con un dominio absoluto de la métrica y de la poética, que le permitieron acometer todas las fórmulas y estilos, desde el sacro y el épico, al jaranero y picaresco. Y aunque reconoce la existencia dentro de la abundantísima obra de Siles (ya en 1908 llevaba 23 libros publicados y, según nos cuenta, escritos e inéditos otros tantos), de tres jocundos libros picarescos, su verdadera obra es la otra (a la que denomina “la seria”) en la que se respira un aroma moral que “hacen de Siles el autor predilecto de las familias cultas”.

Entre los libros publicados en aquellos años se encuentran varias novelas, cuentos, crítica taurómaca (Acuarelas del redondel), crítica de arte (El cincel y la paleta), poemas en prosa (El agua y el fuego), poesías serias (Los fantasmas del mundo, El diario de un poeta), poesías festivas (La musa retozona y El carnaval eterno) y “novelines” picarescos (La pícara Cornelia, Juana Placer y La hija del fraile). 

La Ilustración Nacional 6 de abril de 1898

No solo cultivó todos los géneros, sino que su amplísima cultura y preparación se refleja en otro apartado más de la labor literaria: la traducción. En 1895 se publicó La lira nueva, cuarenta y seis páginas con versos de Zola, Goethe, etc. traducidos por Siles. La Ilustración Nacional publica el 18 de octubre de 1899 La balada del desesperado, de Henri Murger (autor de La vida bohemia, que aquel mismo año se estrenó en Madrid en el Teatro de la Princesa) traducida por José de Siles. Nos consta, además, que fue también autor en 1901 de la versión castellana de la obra de André Theuriet El galán de la gobernadora publicada en Madrid en la imprenta Isleña de los hijos de Francisco C. Hernández y a quien también tradujo El profesor de Tous y Gertrudis y Verónica. Otras traducciones suyas son Cleopatra (de Henri Greville) y El Resumen de la Historia del Arte (C. Bayet).

Publicó en La Ilustración Nacional a lo largo de varias ediciones, su Diccionario Fantástico donde deja constancia impresa de su ocurrencia y sentido del humor. Para muestra un botón: Catarro = una tempestad en una nariz; vino = tinta potable; tinta = el vino con que se emborrachan los escribanos; esposa = cadena que siempre está amenazando soltarse; matrimonio = dos números que se multiplican sobre sí mismos; senado = centro de gravedad; dinero = sólido que siempre concluye por liquidarse; oficina del Estado = mar muerto; flor = una estrella que se quedó sin llegar a ser mujer; mujer = enredadera que tiene las espinas por dentro y por fuera las flores; escritor = hombre que vive de volver lo blanco negro; abogado = jugador de palabra que cobra en dinero…


Encontramos sus colaboraciones dispersas a lo largo de un ingente número de cabeceras a todo lo largo del territorio nacional: El Almanaque de la Risa, Coruña Moderna, Diario de Córdoba, Diario de Tenerife, Diario de Tortosa, El Adelanto, El Ateneo, El Avisador Numantino, El Aviso, El Comercio de Córdoba, El Constitucional, El Correo de Gerona, El Defensor de Córdoba, El Diario, El Diario Orcelitano, El Guadalete, El Nuevo Ateneo, El Orden, El Popular, El Pueblo, El Radical, El Telegrama del Riff, Flores y Abejas, Heraldo de Alcoy, La América, La Antorcha, La Comarca, La Correspondencia Alicantina, La Correspondencia de Alicante, La Correspondencia de España, La Crónica Meridional, La Cruz, La Época, La España Moderna, La Iberia, La ilustración Artística, La Ilustración Nacional, La Independencia, La Libertad, La Mañana, La Moda elegante, La Opinión, La Palma de Cádiz, La Región Extremeña, La Voz, Las Baleares, Los Cuentos Extremeños, Los Debates, Patria Chica (de Priego de Córdoba), Madrid Cómico, Nuevo Mundo, Pluma y Lápiz, Revista Contemporánea







(Traducción)

(Traducción)








Podemos hacer un listado aproximado de sus publicaciones (a las que hay que añadir las traducciones de obras a las que ya hemos hecho referencia), cuya búsqueda y lectura recomendamos fervientemente, y que indudablemente no constituyen números clausus. Al tratarse de un autor poco estudiado, hemos elaborado la siguiente lista a partir de los textos de nuestra biblioteca y con retazos de distintas publicaciones (libros, artículos y comentarios):
  • Obras de teatro: El demonio moderno (1900), La familia de Gazuza (comedia en un acto y en verso), El pintor y la modista (comedia en un acto y en verso), La fiebre de las mamás (comedia en un acto y en verso) y Certamen de flores (1902), El calavera (comedia en un acto y en verso, 1909).
  • Cuentos: El asesino de Lázara (1883), colección de cuentos publicados bajo el nombre Cuadros de color en 1895 en dos volúmenes: Mariposuelas y Pasiones de fuego; Los mil y un cuentos (1896/1897), Gran espectáculo (1889); Mariposuelas; Relatos trágicos (colección de cuentos de Siles, C. Rubio y J. Comas -1893-); La novia de Luzbel (1905), La casa de la alegría, cuentos (1905), El lobo y la oveja (1905), Boda buena y boda mala, La copa de veneno, El paraíso de los pobres (1905), Historias de amor, Un joven sensible, La vida pobre, Mentiras, El ruiseñor de invierno; La vida pobre y La corista.
  • Leyendas místicas: El drama del Calvario (1905).
  • Poesías: Kristian, El diario de un poeta (1885), Sonetos populares (1891), Lamentaciones, Las primeras flores. Lamentaciones. Quimeras 1871-1879 (1898), Sonetos, Noches de insomnio (1898) y que dedica a otro gran desconocido de las letras pontanas, al Dr. Rafael Moyano Cruz, Los fantasmas del mundo (1903), Imago, La musa retozona, El carnaval eterno; La lira nueva; Cielos terrenales.
  • Crítica de arte: Bellas Artes (1887) y El cincel y la paleta (1905).
  • Críticas taurinas: Acuarelas del redondel (1905).
  • Relatos de guerra: Memorias de un patriota (1905).
  • Novelas: La seductora (1887), Juana Placer (1889), La hija del fango, estudio del natural (1893) y La estatua de nieve (1905).
  • Sátiras: El carnaval eterno.
  • Comedia: El calavera (1909).
  • Jeremiadas: La chusma (1910) de la que ABC dirá el 22 de octubre de 1910 que “se trata de un poema revolucionario que fustiga duramente todas las farsas y convencionalismos de aquella sociedad”.
  • Otros: Cielos y abismos.
Rescatemos del olvido la obra de Siles… ¿Quién sabe qué parte de su ingente producción se habrá perdido ya para siempre? Aún se encuentran por librerías de viejo algunas ediciones de parte de su obra. Rescatémosla, guardémosla y démosla a conocer. Un lujo y un placer que, sin duda, las próximas generaciones sabrán valorar y agradecer. Más de cincuenta libros conocemos del malogrado escritor, del paisano que casi adolescente dejó Puente Genil en busca de fama y gloria en aquel Madrid de finales del siglo XIX. Su obra es fecunda, sus pensamientos y reflexiones, profundas. Merece la pena leer a Siles, no buscando en él referencias al hogar de la niñez o al límpido Genil. Hay que leer a Siles dispuestos a disfrutar de su prosa, de su verso, a recrearse en sus cientos y cientos de cuentos y relatos. La deslumbrante imaginación de Siles albergó una personalidad absolutamente fascinante, repleta de vivencias, de soledades, de fracasos, de miedos y complejos, pero rebosante al mismo tiempo de una ilusión deslumbrante, de unas ganas de vivir y de aprender exorbitantes, de un deseo de exprimir y beberse la vida hasta sus últimas consecuencias. Bebedor, mujeriego, buen amigo, dotado de un sentido del humor, del sarcasmo y la ironía que harían, sin duda las delicias de sus contemporáneos, de aquellos que se atrevieron a conocerle y, fundamentalmente de aquellos a quienes él dejó adentrase por entre los pliegues de su personalidad.

Con estas líneas, con este breve trabajo, en absoluto pretendo ni confirmar ni disculpar la personalidad de Siles, como tampoco elaborar una teoría crítica de su obra. Como tantas veces otros tantos han hecho, pretendo únicamente abrir una ventana al pasado que nos permita descubrir perlas que teníamos ocultas. Quisiera pensar, ojalá así ocurra, que un día, alguien pueda y quiera acometer el rescate íntegro y digno de la figura del escritor. Me daré por satisfecho si estas líneas sirven a modo del extremo de un hilo imaginario del que ese alguien, algún día, tire. 

Terminamos esta aproximación con el remate que hace Agustín Aguilar y Cano al biografiarlo:

Siles era un escritor elegante y delicadísimo, todo ternura, todo sentimiento, todo corazón, digno de haber ocupado uno de los lugares preferentes en el Parnaso español, lugar al que no llegó sin duda por contrariedades del destino, quedando en esa desesperante medianía que arrebata todas las ilusiones a los hombres de valor”.

Y llegados a este punto, me permito un regalo al lector interesado. Sin duda, uno de los poetas gigantes de la literatura española es el pontanés Manuel Reina Montilla. Conocer su obra, acercarse a su legado poético, supone un trabajo que, sin duda, excede de las pretensiones de este blog. Desde luego, recomiendo bucear en su poesía de aires modernistas y conocerlo de la mano de quien mejor lo conoce en el mundo, su bisnieto, el profesor y académico por Puente Genil de la Real Academia de Córdoba en su sección Bellas Letras, Santiago Reina López. 

A pesar de que su obra ha sido objeto de seminarios, ciclos, cursos y conferencias, Reina Montilla sigue siendo un desconocido para la mayoría de los lectores. ¿Las causas? Varias, sin duda. Quizás la lejanía de su obra del gusto poético actual, quizás el hecho de que quienes fueran sus protegidos, aquellos que lo llamaron maestro (Manuel Machado, el Nóbel Juan Ramón, Villaescusa...), no sólo no reivindicaron su figura en el momento oportuno, sino que, además, alguno de ellos pagó su protección y generosidad con una interesada distancia del poeta pontanés. Pulsando sobre este enlace, oirás a Juan Ramón hablar sobre Reina. 

Valga lo anterior como introducción a un precioso y exahustivo trabajo del que es autor Emilio Ocampos Palomar (Universidad de Sevilla), en el que dibuja las vidas de ambos poetas, Reina y Siles, tan cercanas, tan distantes. Este trabajo fue publicado en el núm. 348 de la revista El Pontón, del mes de febrero de 2018. 

Puente Genil, ¿La «humilde aldea» de José de Siles o el «cielo de zafiro» de Manuel Reina?


1.             VIDAS PARALELAS.

 El trabajo presente pretende estudiar las poéticas de Manuel Reina y José de Siles a través de la mirada que estos autores dejaron de su pueblo natal, construyendo, a la vez, el paralelismo de su recorrido poético. Ambos nacen en Puente Genil en 1856 y a mediados de los años 70 se encuentran en Madrid. Manuel Reina publica su primer poemario en 1877 (Andantes y alegros) y Siles lo hace en 1879 (Lamentaciones: poesías). Reina, en este primer libro suyo, dedica el poema «El rey Haraldo Harfagar» a Siles: «A José P. de Siles, notable literato»[1]. Es decir, con 20 años ya se conocían. Probablemente antes.


Se inician así en una carrera literaria que les deparará distinta suerte: Reina, que costeará su estancia en Madrid gracias al casamiento con una rica heredera paisana suya, será respaldado por Núñez de Arce (como así muestra la carta que se incluye en La vida inquieta, firmada a 29 de octubre de 1894) y más tarde será considerado precursor del modernismo o «premodernista», mientras que Siles, beneficiario de una herencia de un tío rico, se costeará sus publicaciones con poca repercusión en el lector: «Por la obsesión de escribir renunció a todo y sacrificó los cincuenta años de su vida. Ha dejado veinticinco volúmenes de poesía, de cuentos, de crítica, que no le produjeron una sola peseta ni pondrán una sola hoja de laurel sobre su ataúd pardo y siniestro del hospital. A veces el arte es demasiado cruel; deidad y vampiresa, exige hasta la última gota de sangre de sus pobres ilusos»[2].


La muerte también unirá a los poetas. Reina fallece el 11 de mayo de 1905 y Siles lo hace seis años después, el 24 de junio de 1911. La noticia de la muerte de Reina adquirirá en Puente Genil «proporciones de homenaje, abriéndose una suscripción popular para la ejecución de un busto del escritor, que se colocaría un año más tarde ante su casa natal»[3]. Sin embargo, la noticia de la muerte de Siles será todo lo contrario, escueta, y aparecerá ligada a la de Reina. Una muerte, como una vida, a la sombra: «Ayer Manuel Reina; hoy Pepe Siles. En corto espacio de tiempo, Puente Genil ha visto desaparecer dos poetas, hijos suyos, que al abrirse los mismos de gloria, también supieron llevarla a las letras y al pueblo natalicio»[4]. Bien, veamos ahora cómo llevaron las letras al pueblo natal.

 

2.             PRIMEROS POEMAS. LA HUELLA DE BÉCQUER.

 

En los dos primeros libros de Manuel Reina es donde se hace más visible su gusto por Bécquer, siendo numerosas las composiciones sencillas, pero alternándolas con otras de carácter marmóreo, apuntando al parnasianismo que se dará en su poesía posterior. Santiago Reina López advierte lo siguiente:

 

Si en Andantes y Alegros predominan fundamentalmente los elementos románticos (esproncedianos y becquerianos por lo general) y las aportaciones originales eran más bien escasas, en Cromos y Acuarelas la proporción se invierte. El colorismo, faceta en la que Reina destacará como maestro, se puede observar en numerosos poemas. Las influencias de Bécquer y Espronceda (sobre todo la del último nunca abandonará a Reina) son, sin embargo, más difíciles de apreciar. […] Nos atreveríamos a afirmar que en Cromos y Acuarelas ya están esbozadas algunas de las líneas maestras que Manuel Reina va a seguir en el futuro y que conducirán, ineludiblemente, al Modernismo[5].

 

Lo que nos interesa anotar de esta primera etapa de Reina es el empleo de los elementos lujosos y exóticos para definir el cielo o el agua. En Andantes y Alegros encontramos este recurso para referirse a los ojos: en «Sueños» vemos «esos ángeles de ojos de zafiro»[6] y en «Un sainete» «reposan sus pupilas de zafiro»[7]. En Cromos y Acuarelas, vemos que en «Mayo» «de azul y plata adornada / está la rauda cascada»[8], en «Petrarca» tenemos «la nube de zafir, ópalo y grana»[9] y en «Una representación de Otelo» el lujo está «en un cielo de nácar»[10].

En cuanto a José de Siles, señala José María de Cossío que «su primer libro, Lamentaciones […] es libro desorientado aunque predomina el influjo de Bécquer»[11]. No podemos estar más de acuerdo, extendiendo esta afirmación a la primera etapa de Siles (la que podemos concluir con la publicación de Noches de Insomnio en 1898). Si en Reina vemos una tibia evocación becqueriana porque su poesía va hacia el parnasianismo, en Siles la influencia es más que evidente: «Y ese canto misterioso / desde ha mucho tiempo yo, / modulando voy dentro, / dentro de mi corazón»[12].  Esto es Bécquer. Recordemos:

 

Yo en fin soy ese espíritu,

desconocida esencia,

perfume misterioso

de que es vaso el poeta[13].

 

¡Sin embargo, estas ansias me dicen

que yo llevo algo

divino aquí dentro[14].

 

Siles aquí le da forma a la idea, la modula. En realidad, se adscribe a la necesidad becqueriana de materializar la idea: «Yo soy el invisible / anillo que sujeta / el mundo de la forma / al mundo de la idea»[15]. Este es solo un ejemplo de la reutilización de Bécquer en El diario de un poeta[16], pero habrá casos más llamativos como el paralelismo entre las golondrinas y el amor: «ya vuelven las golondrinas / y también vuelve el amor»[17] o el empleo de imágenes muy cercanas a las del poeta sevillano: «Con tu mano de nieve / en torno de tus rizos, / tratabas de asustar los leves pájaros / que te aturdían con sus raudos giros»[18]. Imagen que se refleja en esta otra de Bécquer: «¡Cuánta nota dormía en sus cuerdas, / como el pájaro duerme en las ramas, / esperando la mano de nieve / que sabe arrancarlas!»[19]. Siles aprende de Bécquer la concisión y la sencillez poéticas.

Para los dos poetas pontaneses Bécquer es un punto de encuentro, tanto es así que ambos toman la rima VII para componer «La lira rota» (Cromos y acuarelas) y «El violín» (Los fantasmas del mundo), respectivamente. Aunque, como hemos visto, Siles se va a mantener mucho más en Bécquer que Reina, siendo este hecho el que los lleve por caminos diferentes, Siles girando hacia la poesía realista y el naturalismo social y Reina hacia el parnasianismo.

 

3.    LA POESÍA REALISTA Y EL PARNASIANISMO.

 

Con La vida inquieta se consolida en Reina su poesía parnasiana. A modo de poética funciona su primer poema, toda una declaración de intenciones: «Canta el lujo oriental, los frescos lirios, / los collares de perlas, las escalas / de seda y oro, la radiante gloria, / las tibias noches de zafir y plata»[20]. Si Reina utilizó el zafiro, la plata o el nácar para definir el agua o el cielo en Andantes y Alegros y en Cromos y acuarelas, ahora multiplicará esos elementos y los pondrá al servicio de su pueblo. Así nos presenta un «cielo de zafiro»[21], unas «ondas de zafir y plata»[22] o una corriente «de linfa de zafir y voz sonora»[23]. Y es que las nubes o el río llegan a ser en su poesía una metonimia del pueblo: «Al conjuro feliz de tu elocuencia, / cual hermosa visión de azul y plata, / álzase nuestro pueblo delicioso / del fondo de mi espíritu exaltado»[24]. Dirigiéndose al Genil se está dirigiendo a su pueblo:

 

¿Sabes, claro Jenil, por qué te adoro?

Porque en tiempos felices tu onda pura

ciñó encajes de plata a su hermosura,

velando de sus gracias el tesoro.

 

¡Jenil divino, en tu raudal sonoro

fulguró luminosa su figura

como cisne de espléndida blancura[25],

cual bella ondina de cabellos de oro![26].

 En estos versos podemos apreciar el lujo que señalábamos antes, aunque en Reina no todo será «cantar el lujo». En repetidas ocasiones la ostentación se mezcla con la sencillez:

 

El Jenil con sus ondas de zafiro;

las casas, que semejan palomares;

[…]

las huertas con sus frutos y sus aves,

y la torre gentil del blanco templo,

cuya amarilla cúspide flamea

al sol, como pirámide de oro…[27]

 En «La canción de mi pueblo» encontramos la misma dicotomía que se da en los dos primeros versos del fragmento anterior: «su cielo es de zafiro»[28], pero «sus blancos campanarios semejan palomares»[29]. Incluso, el campanario puede ser a la vez de plata y pobre, como sucede en «La fiesta del Corpus»: «Mientras en el azul se alza y blanquea, / con sus nidos de alegres golondrinas / y sus vibrantes notas argentinas, / el pobre campanario de la aldea»[30]. Da la sensación de que la sencillez de las cosas mismas se impone y el poeta no puede impedirla por mucho que lo intente. De este modo en «El sueño de una noche de verano» vemos «el blanco campanario de mi aldea, / con su rota veleta cincelada»[31], en «El campanario de mi aldea» nos encontramos con que todos sus placeres eran «tocar la alegre esquila / del blanco campanario de mi aldea»[32] y, finalmente, «En abril» se nos da cuenta de «el pobre cementerio de mi aldea»[33]. Por tanto, no todo en la etapa más parnasiana de Reina se debe al estilo ebúrneo, sino que también hay espacio para una poesía sencilla y detenida descriptivamente en lo inanimado, la cual se acerca mucho a la primera etapa de Siles, justo antes de que este descanse en lo animado por una preocupación realista y social.

Centrémonos ahora en José de Siles. Mientras que Reina habla de «cantar el lujo» (aunque, como hemos visto, no cumple del todo su palabra), Siles les dice a los poetas: «¡Oh! Sacerdotes sed, y no orfebristas»[34]. Este poeta va a rechazar los versos del modernismo exterior o exotista y lo manifiesta acercándose, de alguna manera, a los principios simbolistas:

 

Al engarzar las rimas, como perlas

de artístico collar, pensad que ornato

exterior no más son de la hermosura

a quien debéis rendir culto.

Líneas o notas, voces o matices

¿qué son sino relieves de la idea?

El lienzo, el mármol, el compás, la estrofa,

¿qué son sino los moldes de lo bello?

Mas, la eterna beldad yace en el alma,

en el alma de todo. Sed los buzos

de la esencia suprema[35].

De ahí la sencillez descriptiva que hemos podido apreciar anteriormente y que continuará hasta el final de su obra. En la segunda edición de El diario de un poeta vemos cómo el río no es de zafiro, ni de plata ni de nácar, sino de ondas azules:

              Por eso, en la transitoria

carrera que perseguí,

hacia el pueblo en que nací

suele volver mi memoria.

Por eso, cual grata gloria,

fuera, en mis penas más graves,

ver, con delicias suaves,

su río de ondas azules,

bordeado de abedules

y arrullado por las aves.

Y aspirar los cien aromas

de sus huertas, incensarios;

y admirar sus campanarios

circundados de palomas[36].

 Por otro lado, Siles coincide con Reina en la primacía del paisaje sobre el paisanaje en Las primeras flores, libro de lo que hemos llamado la primera etapa por la influencia de Bécquer. Así en «Adiós a la aldea»[37] se despide de la aldea en general y solo del campanario y del río en particular; en «Al río natal», dedicado al «raudal querido»[38], se detiene exclusivamente en lo inanimado, como en «la campana / de la humilde y pobre ermita»[39]; y en «Mi esperanza» lo animado aparece desfigurado, de fondo: «Desde la sagrada ermita / plañe sorda la campana, / que anuncia a los caminantes / en la tempestad la calma»[40]. Sin embargo, adviértase el cambio de los versos anteriores a los siguientes: «Desde la agreste ermita piadoso anciano lleva, / hacia desierta choza, salud al alma enferma»[41]. Hemos pasado de lo inanimado que trae la calma a lo animado que cura el alma. Esto sucede en Los fantasmas del mundo: los poemas atienden a lo humilde animado como vemos en «El párroco de aldea»: «No hay oro allí en las arcas, ni llave en las despensas, / ni más brocados ricos que la sotana negra. / Y allí, viviendo orando, / su hogar, de humildes piedras, / por mármoles no cambia / el párroco de aldea»[42]. Es decir, el salto definitivo de José de Siles a la poesía realista, y decimos definitivo porque en Sonetos populares ya se aprecia un gusto realista, incluso naturalista[43], se produce con Los fantasmas del mundo. A partir de este libro, Siles pone su mirada en el paisanaje y, concretamente, en los más desfavorecidos, distanciándose así de un Reina que continuará embebido en el paisaje.

La preocupación realista y social de Siles nacerá de su desconfianza en la ciudad moderna y en el progreso material.  Siles desconfía de la ciudad porque maltrata al más débil, al humilde. Por tanto, hablará de la explotación del obrero en «Idilio callejero», en «Máquina de hierro y máquina de carne», en «El calavera y el obrero», en «La buhardilla» y en «La castañera»; de la explotación comercial del ganado en «Nostalgia»; de los enfermos y mendigos abandonados en las calles en «Un mártir de la barbarie» y en «Pompas de jabón»; de la prostituta en «La perla en el fango», en «Ola perdida» y en «Venta de esclavas»; y del artista bohemio en «La vida del estudiante» y en «La serenata de los gatos»[44]. El poema «La estación de los pobres» merece, sin duda, comentario, pues aquí se dice que la primavera no solo es la estación de los poetas, sino que también y con más propiedad es la de los pobres «pues que los nutre amante y los consuela»[45]. Siles contrapone extraordinariamente la mirada poética pura, preocupada solo por la poesía, a la mirada social.

En cuanto a la desconfianza en el progreso y su relación con la poesía realista, Marta Palenque advierte lo siguiente: «La poesía realista refleja no solo la aceptación de unos tiempos nuevos, acordes con el mundo de la ciencia y la filosofía europeas, sino que también mostrará el desconcierto de aquellos que ven con desconfianza el progreso»[46]. De ahí que el progreso, como la ciudad, pueda ser peligroso para lo humilde animado. El poema «La dinamita» muestra cómo la fe en el progreso torna en desconfianza, pues la dinamita puede abrir montes para hacer carreteras o abrir minas, pero también puede matar si cae en ciertas manos: «Pero un día, aciago genio / de destrucción y maldad / la puso en la mano osada / del loco o del criminal»[47].

 

4.    CONCLUSIÓN Y UN POEMA CON MISTERIO.

 

En este trabajo se ha hecho un seguimiento de las coincidencias y diferencias tanto biográficas como estéticas entre estos dos poetas con Puente Genil como punto de partida y llegada. Dicho seguimiento nos lleva también a uno de los últimos poemas que escribiera José de Siles: «El amigo antiguo». En este poema de la segunda edición de El diario de un poeta muestra Siles como él, triste, ha fracasado en el arte, mientras que su amigo, feliz, ha triunfado. Asimismo resalta su sencillez frente al lujo de su amigo antiguo:

 

Yo sigo siendo el poeta

de los sencillos cantares,

y quizás no cambiara

tus goces por mis pesares.

Yo soy choza, tú palacio;

mas a mi humilde morada,

aún vienen las golondrinas

a cantarme en la alborada[48].

Desde luego, Reina y Siles compartieron edad, tuvieron «igual partida»[49] y marcharon a Madrid en busca del éxito literario que solo Manuel Reina alcanzó. Este escribió como «parnasiano impecable»[50], mientras que José de Siles defendió la sencillez. Si Siles se está dirigiendo aquí a Reina, su acierto definitorio se puede resumir en este verso: «Yo soy choza, tú palacio».

BIBLIOGRAFÍA CITADA.

Anónimo, [Reseña de Sonetos populares], Revista de España, núm. 136, 9-1891, pág. 128.

—— [Noticia de la muerte de José de Siles], El Aviso, 29-6-1911, pág. 3.

Carrere, E., «Retablillo literario», Madrid Cómico, núm. 72, 1-7-1911, pág. 7.

Correa Ramón, A., Poetas andaluces en la órbita del modernismo. Diccionario, Sevilla, Ediciones Alfar, 2001.

Cossío, J. M., «El último becqueriano: José de Siles», Cincuenta años de poesía española (1850-1900), Madrid, Espasa-Calpe, 1960, págs. 451-456.

García Montero, L., Gigante y extraño. Las rimas de Gustavo Adolfo Bécquer, Barcelona, Tusquets, 2001.

Jiménez, J. R., «Elejía accidental por don Manuel Reina», Prosas críticas, Madrid, Taurus, 1891.

Palenque, M., El poeta y el burgués (Poesía y público 1850-1900), Sevilla, Alfar, 1990.

Reina López, S., Manuel Reina y su época, Córdoba, Diputación de Córdoba, 1985.

Reina, M., Andantes y allegros, Madrid, Imprenta de A. Florez y Compañía, 1877.

—— Cromos y acuarelas, Madrid, Imprenta de Fortanet, 1878.

—— La vida inquieta, Madrid, Librería de Fernando Fe, 1894.

—— La canción de las estrellas, Madrid, Tipografía de los hijos de M. G. Hernández, 1895.

—— Poemas paganos, Madrid, Tipografía de los hijos de M. G. Hernández, 1896.

—— Rayo de sol y otras composiciones, Madrid, Imprenta de los hijos de M. G. Hernández, 1897.

—— El jardín de los poetas, Madrid, Imprenta de los hijos de M. G. Hernández, 1899.

—— Robles de la selva sagrada, Madrid, Establecimiento Tip. Sucesores Rivadeneyra, 1906.

Siles, J., Lamentaciones: poesías, Madrid, A. Flórez y compañía, 1879.

—— El diario de un poeta, Madrid, Tipografía de Alfredo Alonso, 1885.

—— Las primeras flores: Lamentaciones, Quimeras (1871-1879), Madrid, M. Romero, Impresor, 1898.

—— Noches de insomnio: Imágenes, Fantasías (1880), Madrid, M. Romero, Impresor, 1898.

—— Los fantasmas del mundo: poemas de la realidad y la fantasía, Madrid, R. Velasco, 1903.

—— Los fantasmas del mundo, 2º ed., Madrid, Imprenta de Felipe Marqués, 1905.

—— El diario de un poeta, 2ª ed., Madrid, Antonio Marzo, 1905.


[1] M. Reina, Andantes y alegros, Madrid, Imprenta de A. Florez y Compañía, 1877, pág. 65.

[2] E. Carrere, «Retablillo literario», Madrid Cómico, núm. 72, 1-7-1911, pág. 7.

[3] A. Correa Ramón, Poetas andaluces en la órbita del modernismo. Diccionario, Sevilla, Ediciones Alfar, 2001, pág. 223.

[4] Anónimo, [Noticia de la muerte de José de Siles], El Aviso, 29-6-1911, pág. 3.

[5] S. Reina López, Manuel Reina y su época, Córdoba, Diputación de Córdoba, 1985, págs. 30-31.

[6] M. Reina, ob. cit., pág. 12.

[7] Ibíd., pág. 75. Esta «rica mirada» continuará en sus producciones posteriores: en La vida inquieta, en el poema «Leyendo a Byron» leemos «pupilas de zafir» (M. Reina, La vida inquieta, Madrid, Librería de Fernando Fe, 1894, pág. 112) y en «Desde el campo» «radiantes pupilas de zafiro» (M. Reina, ob. cit., pág. 190); en Rayo de sol «[…] despiden mágicos destellos / sus ojos de zafiro y sus cabellos» (M. Reina, Rayo de sol, Madrid, Imprenta de los hijos de M. G. Hernández, 1897, pág. 11) y se nos habla de una virgen de «pupilas de zafiro» (M. Reina, ob. cit., pág. 13); y en Robles de la selva sagrada los ojos se funden con la lujosa noche: «azules y argentados son sus ojos / como las estivales noches puras» (M. Reina, Robles de la selva sagrada, Madrid, Establecimiento Tip. Sucesores Rivadeneyra, 1906, pág. 70).

[8] M. Reina, Cromos y acuarelas, Madrid, Imprenta de Fortanet, 1878, pág. 10.

[9] Ibíd., pág. 63.

[10] Ibíd., pág. 121.

[11] J.M. de Cossío, «El último becqueriano: José de Siles», Cincuenta años de poesía española (1850-1900), Madrid, Espasa-Calpe, 1960, pág. 452.

[12] J. de Siles, El diario de un poeta, Madrid, Tipografía de Alfredo Alonso, 1885, pág. 10.

[13] L. García Montero, Gigante y extraño. Las rimas de Gustavo Adolfo Bécquer, Barcelona, Tusquets, 2001, pág. 362.

[14] Ibíd., pág. 365.

[15] Ibíd., pág. 362.

[16] Para incidir más en esta cuestión, véase J. M. de Cossío, ob. cit., págs. 451-456.

[17] J. de Siles, ob. cit., pág. 46.

[18] Ibíd., pág. 37.

[19] L. García Montero, ob. cit., pág. 364.

[20] M. Reina, ob. cit., pág. 8.

[21] Ibíd., pág. 15.

[22] Ibíd., pág. 47.

[23] Ibíd., pág. 58. En las obras posteriores de Reina se continuarán adornando el cielo y el agua de esta forma: en La canción de las estrellas encontramos que las estrellas «como un coro de ninfas nacaradas, / se bañan en las olas de zafiro» (M. Reina, La canción de las estrellas, Madrid, Tipografía de los hijos de M. G. Hernández, 1895, pág. 9) o que el Guadalquivir a una huerta «palmas de plata, enamorado arroja» (M. Reina, ob. cit., pág. 11); en Poemas paganos, concretamente en «El poema de las lágrimas», «esplendores magníficos, brillantes / curvas de plata y majestad divina / muestra su cuerpo escultural de ondina / al salir de las olas murmurantes» (M. Reina, Poemas paganos, Madrid, Tipografía de los hijos de M. G. Hernández, 1896, pág. 26), y en «El crimen de Héctor» se recurre al siguiente apóstrofe: «¡Oh, noche de zafir!» (M. Reina, ob. cit., pág. 39), además está «la luna nacarada» (M. Reina, ob. cit., pág. 44) y hay un «torrente / de plata y luz donde bebiera Homero» (M. Reina, ob. cit., pág. 48); en Rayo de sol aparecen poemas como «La rosa y el ruiseñor» donde «da la luna, feliz, besos de plata» (M. Reina, Rayo de sol, ob. cit., pág. 53), como «Primavera» donde la ninfa «ya convierte en zafiros la onda inquieta» (M. Reina, ob. cit., pág. 56) o como «Al arte» con otro apóstrofe: «¡Oh torrente de plata armonïoso!» (M. Reina, ob. cit., pág. 57); en El jardín de los poetas se nos presentan versos como «sobre las olas de zafir y plata» (M. Reina, El jardín de los poetas, Madrid, Imprenta de los hijos de M. G. Hernández, 1899, pág. 27), «de la onda de plata y fuego» (M. Reina, ob. cit., pág. 57), «con veste de azul y plata / Guadalquivir la vistió» (M. Reina, ob. cit., pág. 116) o «y mecido por mar de azul y plata» (M. Reina, ob. cit., pág. 129);  y en Robles de la selva sagrada «aves canoras, de luciente pluma, / llenan el aire de vistosas galas; / y en lagos de zafir, rosas de espuma / abren los blancos cisnes con sus alas» (M. Reina, ob. cit., pág. 13). Asimismo, en este último libro hay dos poemas donde el cielo y el agua se funden: el primero es «Childe-Harold»: «Es noche de azul y plata. / La luna, envuelta en fulgor, su hilo de perlas desata / sobre el mar arrullador» (M. Reina, ob. cit., pág. 61); y el segundo «La muerte de Juan Borgia»: «la luna, en su radioso poderío, / semeja un puente de bruñida plata / sobre las ondas pérfidas del río» (M. Reina, ob. cit., pág. 73). Por otro lado, existen dos poemas en Robles de la selva sagrada donde se describe a las musas de dos poetas sobre el lujo del agua: en «La musa de Teófilo Gautier» «en frondoso jardín se alza una diosa / junto a un extenso raudal de azul y plata» (M. Reina, ob. cit., pág. 82) y en «La musa de Gustavo A. Bécquer» «ya, por senda de cipreses, como mariposa, vaga; / y arroyos, fuentes y lagos, / bríndale espejos de plata» (M. Reina, ob. cit., pág. 89).

[24] M. Reina, ob. cit., pág. 35.

[25] En La canción de las estrellas: «[…] Como el cisne / que, al cruzar por el lago cristalino / deja sobre la linfa transparente / una pluma de plata» (M. Reina, ob. cit., pág. 26). A su vez, esta imagen vuelve a repetirse en Poemas paganos: «se alejaba la nave voladora, / dejando sobre el agua bullidora / ancha estela de espumas de zafiros» (M. Reina, ob. cit., pág. 41); en Rayo de sol: «entre las ondas de cristal y espuma / en que bogan dos cisnes arrogantes / de nacarada pluma / y cuello guarnecido de brillantes» (M. Reina, ob. cit., pág. 8); y en El jardín de los poetas: «y al pasar, con sus alas relucientes, / abre en el claro espejo de las fuentes / la golondrina azul surcos de plata» (M. Reina, ob. cit., pág. 23).

[26] M. Reina, ob. cit., pág. 85.

[27] Ibíd., págs. 35-36.

[28] Ibíd., pág. 127.

[29] Ibíd., pág. 128.

[30] Ibíd., pág. 147.

[31] Ibíd., pág. 164.

[32] Ibíd., pág. 64.

[33] Ibíd., pág. 143.

[34] J. de Siles, Los fantasmas del mundo, 2º ed., Madrid, Imprenta de Felipe Marqués, 1905, pág. 84.

[35] Ibíd., pág. 85.

[36] J. de Siles, El diario de un poeta, 2ª ed., Madrid, Antonio Marzo, 1905, págs. 173-174.

[37] J. de Siles, Las primeras flores, Madrid, M. Romero, Impresor, 1898, pág. 11.

[38] Ibíd., pág. 27.

[39] Ibíd., pág. 28.

[40] Ibíd., pág. 30.

[41] J. de Siles, Los fantasmas del mundo, 2ª ed., ob. cit., pág. 22.

[42] Ibíd., pág. 23.

[43] Así reseñan el libro en Revista de España: «Es la nueva obra de este joven y distinguido escritor, un audaz y felicísimo ensayo del naturalismo en la poesía, reforma que el público venía reclamando, aburrido de esos versos en que solo entraba la fantasía sin pizca de realidad» (Anónimo, [Reseña de Sonetos populares], Revista de España, núm. 136, 9-1891, pág. 128).

[44] Los tres primeros poemas junto a «Un mártir de la barbarie» y «La vida del estudiante» pertenecen a la segunda edición de Los fantasmas del mundo, el resto a la segunda edición de El diario de un poeta. En estos dos libros, Siles prescinde de la concisión lírica de su primera etapa becqueriana a favor de la extensión narrativa cercana a «los pequeños poemas» de Campoamor, abriéndose a un nuevo momento poético donde emplea intencionalmente el diálogo, el dramatismo (como ocurre en la fábula y en la dolora campoamoriana) y el tono coloquial para hacer posible el realismo. Así en «La vida del estudiante» vemos cómo el estudiante marcha a la Corte con «algunos dinerillos» (J. de Siles, ob. cit., pág. 207) o cómo «La castañera» grita para vender «¡castañas ricas y tiernas!» (J. de Siles, ob. cit., pág. 170).

[45] J. de Siles, Los fantasmas del mundo, 2ª ed., ob. cit., pág. 140.

[46] M. Palenque, El poeta y el burgués, Sevilla, Alfar, 1990, pág. 19.

[47] J. de Siles, El diario de un poeta, 2ª ed., ob. cit., pág. 80.

[48] Ibíd., pág. 216.

[49] Ibíd., pág. 215.

[50] J. R. Jiménez, «Elejía accidental por don Manuel Reina», Prosas críticas, Madrid, Taurus, 1981, pág. 61


Fuentes consultadas:
  • Córdoba Contemporánea. Rodolfo Gil Fernández. 1892.
  • El Aviso, director Baldomero Giménez Luque. Varios números.
  • Episodios Locales Pontanos, Col. Anzur, volumen XXV, “Literatura Pontana, Sigo XIX, Tomo I”. José Segundo Jiménez Rodríguez.
  • El Libro de Puente Jenil. Antonio Aguilar y Cano. 1894.
  • Biblioteca Virtual de Prensa Histórica. Ministerio de Educación, Cultura y Deporte.
  • Biblioteca Virtual de Andalucía.
  • Libros publicados. José Siles y Varela.
  • Revista El Pontón. Órgano de difusión de la Asociación Amigos de Puente Genil, núm. 180, octubre 2002.
  • Revista El Pontón núm. 348, febrero 2018.
  • Revista Prometeo. Madrid. núm. 9, julio 1909.
  • Editorial Ganso y Pulpo.
  • Registro Civil de Madrid.
  • El cuento español en el siglo XIX. Mariano Baquero Goyanes. CSIC Revista de Filología Española 1949.
  • Gregorio Pueyo (1860-1913): librero y editor. Miguel Ángel Buil Pueyo. Editorial CSIC. 2010.
  • Revista de El Colegio de San Luis • Nueva época • año I, número 2 • julio-diciembre 2011
  • Emilio Carrere, Gregorio Pueyo, cinco poetas mexicanos y una antología de 1906 • Juan Pascual Gay
  • AIH. Actas IV (1971). Noticia de la primera antología del modernismo hispánico. José María Martínez Cachero. Centro Virtual Cervantes. 





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